Cuando Jose se enteró de que en la Sierra de Madrid teníamos algo que podía parecerse a un paso de vía ferrata, nos pusimos a investigar las posibilidades que teníamos de darle “felice término”; nuestras pesquisas nos pusieron a los pies de la ermita de San Isidro, patrón del Boalo; en un hermoso entorno por donde trascurre la Cañada Real Segoviana con permanente bullicio de gentes, trasiego de ciclistas y solaz de paseantes a caballo.
Ermita de San Isidro, inicio de nuestra marcha.
Ante nuestra vista se
presentan esplendorosas tres cumbres que nos llaman con dulce ternura. Nuestro
punto es la Peña del Mediodía y el inicio el sendero que sale recto hacia
arriba, entre una variedad de posibles inicios. Como señalan las rutas
entendidas hemos dejado atrás “una rústica cancela, formada por un viejo somier”.
Sin embargo yo se que antaño fue somier de dulces sones y fructíferos
encuentros; porque las cosas que hoy son, vienen de otras que fueron y así el
ser y el no ser tienen un encuentro misterioso en la profundidad de lo
desconocido.
Peña del
Mediodía
Ganamos altura en
rápidos zigzags continuando por el camino señalizado primero con hitos de
piedra y, más arriba, con marcas de pintura blanca. Hicieron bien los marcadores
de la ruta, porque el lugar que se observaba claramente desde la distancia está
ahora perdido bajo nuestros pies en una maraña de maleza y rocas que nos lanzan
de acá para allá, como atractivas y musicales sirenas, sin saber muy bien dónde
pisar. No importa despistarse en este zócalo rocoso de abundante vegetación y
sombra, donde nos cierra el paso una inmensa pared que hará las delicias de más
de un grupo de escaladores. En la modestia está la grandeza: solamente hemos de
alcanzar mil trescientos cuarenta metros, pero la hermosura de este entorno es
tan sobrecogedora como la hermosura de un casi cuatro mil.
Llevamos un rato
haciendo la cabra por esta Senda de las Cabras cuando encontramos un sencillo conjunto
escultórico: un lobo persigue a una cabra, así estará perpetuamente en infinito
deseo de comérsela; más arribe más cabras guardadas por un pastor… así la
excursión montañera tiene este solaz descubrimiento que nos descansa y
entretiene.
La chimenea ferrata.
Llegamos a las
clavijas. No tienen más pega que el posible vértigo que algún humano pueda
padecer. Mientras Jose y yo estábamos tomando resuello y agua para hacer la escalada
clavijera, bajaron dos chicos con tres perros: aquellos agarrados a la vía
ferrata, estos danzando y brincando como quien sabe que sin temor a los
problemas, los problemas se afronta y se superan (las más de las veces, que no
quiero yo hacer una disertación filosófica sobre la superación de las
dificultades).
Hemos escalado la vía
ferrata y estamos en el Collado de Valdehalcones. Es el final de nuestra ruta
de esta jornada. La vuelta será por el mismo camino: de modo que pensamos que
no nos perderemos.
Javier Agra
P.D.: No nos perdimos,
como podrá observar quien lea este texto. De lo contrario ¿cómo podría escribir
yo está crónica verídico-poética?
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