viernes, 13 de julio de 2012

VAMOS A PICOS DE EUROPA


De Madrid a Picos de Europa se pueden elegir diversas rutas. Todas unen la tierra verde hasta superar el Guadarrama o la más mística carretera del norte hasta cruzar Somosierra; todas se adentran, por distintos caminos, en las áridas llanuras misteriosas de Castilla donde las coloridas urracas conviven con los bulliciosos gorriones; todas las rutas confluyen, en algún momento, sobre el poético y sosegado Duero, el que hace unos kilómetros fuera sierra y pinares; todas las rutas buscan más tarde pequeños pueblos, ríos escondidos, iniciales cumbres para entrar en el palpitante corazón de los Picos de Europa. Todas las rutas unen el cielo y la tierra.
Jose presenta la casa que fue de mis padres mientras vivieron, en Acisa de las Arrimadas.
Nosotros pasamos por Acisa de las Arrimadas, aquel diminuto pueblo donde hace muchos años pensé que toda la tierra era minas de carbón y arados romanos; allí donde los valles se van haciendo montes y aspiran al nombre de montaña; allí donde el tren jadeaba cuesta arriba y suspiraba por llegar entero al final de la jornada; aquel diminuto pueblo donde las cerezas y las peras hablaban suave para no ocultar el tenue susurro del viento y del agua.  
Este rincón del corral ya estaba florido durante mi infancia, gran parte del año. Actualmente lo cuida mi hermana.
Antes de llegar a Cistierna divisamos la montaña de Peñacorada. Hacia la Ercina y las Arrimadas. Estuvimos un tiempo en Acisa, para un paseo, unos abrazos y una comida; Barrillos, donde la ermita de los Remedios guarda recuerdos de infancia; el Corral, diminuto y ganadero en otros tiempos; Santa Colomba, dispuesta a caminar; Laiz, en bajada verde hacia el Porma. Así llegamos a Boñar con el monte de Pico Cueto que me trae recuerdos de mocedad; aguas arriba del Porma, entre pueblos de sueños de niñez, llegamos hasta el pantano de Vegamián donde suspiran antiguos pueblos bajo las aguas,  allí quedan unas cuantas vacas para rumiar misterio y fantasmas de otros tiempos a los pies de las montañas blancas del Susarón y otros montes que nos acercan a Puebla de Lillo. Desde aquí entramos en carreteras de montaña.
Desde el Mirador de Piedrashitas contemplamos Picos de Europa. Al fondo el Hoyo del Llambrión con las cumbres que lo rodean.
Desde el mismo Mirador de Piedrashitas. La vista contempla el valle de Valdeón y el corazón se enamora de su grandiosa sencillez.
Más allá de Cofiñal vemos las cascadas de los Forfogones donde nos saludan los caballos y la naturaleza, superamos el hayedo de Tronisco – dejaremos su grandiosidad de vegetación y vida para otra ocasión –; superamos Mampodre con sus cumbres (aquí fue donde Jose y yo empezamos a planear otra subida para visitar más de cerca a los osos y afianzar el conocimiento que tenemos de los avellanos y otras plantas del lugar) mientras avanzamos por el amplio valle de Riosol desde el Puerto de las Señales a Burón: este valle lo hice a pie hace muchos años cuando iniciaba con otros jóvenes estas aventuras de caminar y poner la tienda acá y acullá; el Pontón y Panderrueda con el Mirador de Piedrashitas; más allá nos detenemos en el mirador de Valdeón y entramos en Cordiñanes donde pasaremos noche antes de iniciar nuestras caminos de montaña.
Rincón con urogallo – el ave de estos parajes – del Hostal El Tombo en Cordiñanes, donde estuvimos muy bien cuidados por quienes lo regentan. A las personas que nos atendieron les llamaremos “Rafael y Rafaela” pues fueron nuestros sanadores en más de una ocasión, cuando nuestros cuerpos llegaban destrozados por las brechas de la vida.
Javier Agra.

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