Siempre he sido
consciente de la importancia de interpretar los signos correctamente, de ver el
conjunto de las cosas y actuar sensatamente. Pero esta mañana cuando salimos en
el taxi que conducía Vanesa, hacia el Caben de Remoña, me di cuenta inmediatamente.
A las ocho en punto, como habíamos quedado previamente, estaba la joven taxista
esperándonos a la puerta del Hostal del Tombo. Enseguida se topó con un coche
que venía de frente; donde la mayoría de los conductores nos hubiéramos quedado
petrificados, angustiados y otros adjetivos impávidos, nuestra avezada taxista
reaccionó como si estuviera grabado en el subconsciente el movimiento a
realizar: ambos coches hicieron una maniobra de colocación inmediata y, antes de
que nos diéramos cuenta, antes aún de parpadear entre el asombro, estaba
resuelta la cuestión y continuamos dejando atrás Santa Marina de Valdeón hacia
el Caben de Remoña, por una pista de tierra entre ramas de urces y escobas,
cuando aún la bruma estaba dando el desayuno a los arroyos y las aves colgaban
sus cítaras de las retamas.
Cabén de Remoña (en otros lugares he visto escrito Caben, sin tilde). Aquí comenzamos la marcha.
Me gustaría poder hacer una señal en las Traviesas de Pedabejo. Seguramente lo podréis ver mejor en otros escritos más montañeros.
Hemos llegado al Alto de la Canal de Pedabejo, continuamos nuestra marcha y nos asomamos a la Vega de Liordes. Aquí podríamos jugar a descubrir, en la parte más cercana del valle, el Casetón de Liordes.
Seguimos el marcado
sendero entre peñascos de siglos y pequeñísimos remansos de verde: se unen lo
efímero y lo eterno, abajo han quedado los gorriones, nos acompañan los
aguiluchos de colores y las chovas de vuelo raso y ligero. La mochila ya no
pesa pues la lleva el pensamiento…
La Vega de Liordes es
una belleza de hierba y frescor de fuentes. Las vacas sestean o rumian o se
cuentan aventuras de cuando era invierno y dormían bajo los tejados de las
cuadras. Hoy sueltan su rabo al viento para que la multitud de pájaros puedan cazar
las moscas al vuelo. La Vega de Liordes sería un buen medicamento para los
espíritus apenados y los corazones sin complemento.
Vega de Liordes
Al otro lado continúa
agreste la montaña. La siguiente foto es un lapiaz junto a la Torre de Hoyo de
Liordes. Si empleáramos tiempo en buscar, tal vez encontraríamos lagartijas y
mil pequeñas vidas escondidas entre la imperceptible erosión del tiempo; tal
vez algún topillo nos narraría mágicas noches de aquelarre y miedos, encuentros
furtivos de seres ignorados por la ciencia y muy vivos en los cuentos.
Pero Jose y yo, que
somos mortales y no de cuento, sentimos la sed y nos sentamos a una roca cuando
llegamos al Collado de la Padierna… (Continuará)
Javier Agra.
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