sábado, 21 de julio de 2012

PICOS DE EUROPA: DE COLLADO JERMOSO A CORDIÑANES

-->Desde aquí mil doscientos metros de bajada, además de lo que ya hemos hecho esta mañana: ese era mi pensamiento entre el último trago de café y el vuelo rasante de la chova piquigualda que aleteaba a nuestro lado. 
- Mejor pensamos en que aún tenemos muchas horas de luz para llegar a Cordiñanes – Dice Jose, que lee mi pensamiento.          
- ¡Va a ser muy duro! – Susurra la chova piquigualda, siempre sigilosa. 
- ¡Coraje y precaución! – Insiste Jose al comenzar la fuerte bajada. 

Ya estamos metidos de lleno en el Argayo Congosto. La pendiente es muy pronunciada; la piedra suelta puede rodar hasta el fondo de la Canal sin frenos intermedios. Aumenta la prudencia…La respiración se acorta…El palo y los dos pies recorren huella a huella el infinito mundo del espanto. Fue entonces cuando aparecieron las águilas, como en los cuentos, y nos subieron sobre sus plumas: Jose y yo estamos volando en el infinito azul blanquecino de una tarde de verano; planean las águilas en vuelo bajo, para que veamos de cerca la impresionante Canal Honda. Ir sobre las plumas de las aves nos evita bajar más de un metro con el culo arrastrando sobre las deslizantes piedras, nos evita poner las manos acá y allá para apoyar nuestras pisadas; nos ayuda a ver el hito mágico que da fin a la bajada del Argayo para entrar en las Traviesas de Congosto. Nos depositan las águilas que nos han evitado más de una hora de bajada sopesando el peligro en el filo de la angustia, desde aquí tenemos un gran trecho más llano.
Torre del Friero
Comemos en el hermoso paraje de media ladera – donde nos depositaron las águilas con mimoso cuidado –: frente a nosotros la Torre del Friero, sus canales son cuchilladas que unen la tierra y el cielo, cuchilladas de la erosión estruendosa de otros tiempos. Contemplamos a las aves que vuelan, a las nubes que bailan, a las rocas que roncan, a una cabra que está pastando en medio del pedregal y eso nos recuerda que la vida está en lo infinito y lo diminuto, en lo resplandeciente y en lo oculto.
Bajamos, subimos, bajamos…en este inmenso sendero. La vida nos regala manjares de adversidad y manjares de consuelo, el estómago de nuestra entereza ha de digerir los diversos alimentos para transformarlos en sangre y fortaleza. Y aunque quisiéramos saber el futuro de la vida nuestra, solamente nos es dado escoger entre el aguante y la pereza. Por eso seguimos ladera adelante hasta que, a lo lejos, divisamos el Collado Solano.
Estamos bajando hacia el Collado Solano. Al fondo se divisa, magnífica, la Torre Bermeja.
Montañeros que van y vienen por esta difícil ruta. ¿Quién es esta persona? ¿Qué pensamientos ocupan su mente? ¿Qué dolores o que fiestas tienen aposento en su pecho? Cada persona que nos cruza tiene en su alma un pensamiento, un pasado, un futuro de cuento. En estas laderas verdes se mezclan los pensamientos, avanzada la jornada vamos entendiendo que necesitamos pocas cosas y, las pocas que necesitamos, pocas veces. Ha comenzado a llover, a nosotros nos preocupa poco porque ya estamos en el descenso. El agua arrecia, la sufrirán quienes estén subiendo: tal vez las águilas… Así llegamos al Collado Solano.
Estamos en el Collado Solano. Un mar de nubes trae a nuestro encuentro cumbres de montañas viejas, lleva hacia otras latitudes promesas de trabajo para todos y de corazones sin asperezas.
Bajamos hacia la Canal de Asotín en vertiginoso descenso. La niebla se cierra sobre nosotros y envuelve las cumbres que nos rodean en tenebrosa noche. Está bien marcado el camino, seguimos los pasos de otros montañeros. El Hayedo de Asotín es grande y hemos de cruzarlo durante un largo trecho. En el Hayedo de Asotín se está celebrando un concierto: hace un rato que cesó la lluvia y ahora juegan las gotas con las hojas traslúcidas, tocas trompetas y flautas, suenan melodías de jilgueros y de hadas, bailan cascabeles entre la luz y las ramas. Jose y yo detenemos nuestros pasos para escuchar la música de la naturaleza. Apenas asistimos al milagro cuando estamos caminando por la Rienda de Asotín: sendero tallado en la roca sobre un precipicio vertical a gran altura.
Aquí nos habrían venido muy bien, de nuevo, las águilas. Pero no llegaron. Pasos pegados a la roca, otra curva y otra bajada, la Aguja del Carmen y el final que no llega. Pegados a la roca, arañados a la pared, mirando el suelo deslizante de pulida piedra…y las águilas que no llegan. El descenso final. ¡Ya está! Entonces fue cuando me caí con tres vueltas de campana, arrastrando mochila, botas y gafas, tres rasguños con sangre y una reflexión para la maleta. ¡El final no lo sabremos hasta el final!
Llegamos a Cordiñanes sin más aventuras que señalar; una ducha cálida, una confortante cena y una mullida cama ayudan a recordar la travesía como tiempo de gloria y felicidad.
Javier Agra. 

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