Duerme el Refugio de
Collado Jermoso. Duerme, a esta hora de estrellas, con veintisiete
palpitaciones de caminos soñados para cuando nos despierte el alba. Madruga la
aurora en Picos de Europa y comienzan los veintisiete sonidos de botas y
mochilas a dispersarse por diferentes laderas. Se han despertado las aves y se
durmieron las estrellas.
Grupo del
Llambrión, visto desde el Refugio de Collado Jermoso.
Dejamos atrás la verde
pradera. La mochila no pesa, ni las piedras, ni las cuestas pesan. Está el mapa
dibujado en cada pisada que nos lleva montaña arriba, hacia el disfrute del
instante presente: el tiempo de la montaña es siempre el presente, la
respiración de cada pisada. Los montañeros sabemos que somos una cuerda delgada
entre la infinitud y la nada y vamos tejiendo bajo nuestro calzado el momento
glorioso de la libertad aún enterrada y
estamos dando forma de paz a esta tierra que llora desesperada. El futuro de
justicia va naciendo, palmo a palmo, como nuestro camino en la montaña.
Hacia el Llambrión
¡Pies de fuego y de
nieve! ¡Galopad amigos del tiempo! ¡Galopad hacia la cumbre de piedra! Miro a
la cumbre como un enamorado impaciente, como un niño a los juegos que espera. Y
Jose me recuerda que la paciencia es el caballo en que galopa nuestra jornada
montañera. ¡Mira! – dice y señala hacia Tiro Callejo– por esa brecha se pasa
hacia Cabaña Verónica; para nosotros es más complicado, tiene pasos que algunos
libros describen como segundo superior.
Estamos en el Hoyo
del Llambrión. Desde aquí se ve muy bien el paso del que me habla Jose; fíjate,
lector, en el bocado de la derecha.
Ya hace un rato que
seguimos el sendero de las marcas amarillas. El Hoyo del Llambrión es una
inmensa canasta de frutas donde hace millones de años tenían los gigantes su
postre fresco en todo momento. Actualmente la nieve abunda a estas alturas del
verano, acompañado por la niebla y la baja temperatura de la zona. Nosotros no
llegamos a gigantes y nos conformamos con quedar boquiabiertos ante la solemne ingravidez
del conjunto de la Torre de la Palanca. Nuestro asombro es fugaz, ya estamos
enfilando la canal por donde las marcas amarillas nos indican el camino a la
cumbre del Llambrión.
Subiendo la canal
Subiendo la canal nos
encontramos diferentes grados de dificultad. Nosotros comenzamos a pensar que
el Llambrión, hermoso gigante perezoso, es un engañoso cuervo con plumas de
golondrina. Pone bajo nuestros pies llambrias de áspero sudor, agarres de
falsedad de nebulosa… Los montañeros ascendemos en el silencio de las cumbres…Quisiera
contar a las inmensas rocas cómo es el sonido risueño del grillo en la mañana,
cómo es la suave tersura de la sábana dormida, cuán dulce es la esponja en la
ducha al despertar… pero la inmensa roca interrumpe nuestro sueño cuando nos
falta poco para gozar de la fuente de la cima.
Hasta este punto hemos
llegado, dos mil cuatrocientos setenta metros.
Jose y yo, decidimos
que no es una derrota. Lo hemos conversado con el Llambrión, sentados sobre su
regazo de poderoso atlante. El Llambrión nos envuelve con su manta de niebla y nube
y nos manda camino de vuelta hasta el refugio. Tomaremos un café y
continuaremos, montaña abajo, hasta Cordiñanes.
Javier Agra.
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