Bebemos agua, sentados
en el Collado de la Padiorna. Jose me señala diversos caminos: a nuestra
derecha, haciala estación inferior del teleférico por la Vega y los Tornos de Liordes; a nuestra izquierda,
montaña abajo la canal de Asotín nos llevaría nuevamente a Cordiñanes; además
queda a nuestra espalda la ruta que nos ha traído hasta aquí cruzando las
Traviesas de Pedabejo o Sedo de Remoña; pero nosotros seguiremos montaña arriba hacia el Refugio
de Collado Jermoso. Aquí Jose ya me cuenta que, el refugio, se llama Diego Mella
en recuerdo a su impulsor; ahora me puede ir contando cosas para ilustrar mis
pasos inmediatos: yo en la montaña, sin Jose, sería como un ayer que pasó, una
nada con mochila, un silencioso verso.
Subiendo por el Sedo de la Padierna (o Padiorna) contemplamos la Torre de Salinas y
la Torre Hoyo de Liordes.
Aquí, en estas encrucijadas
de trochas y sendas, soy consciente de la necesidad permanente de elección; con
frecuencia, la direccione a seguir está tomada, más no pocas veces el sendero
de la vida queda oculto por nieblas, griteríos o promesas; entonces entramos en
la duda eterna de los posibles caminos. El que hemos de seguir hoy está bien
señalado: subir el Sedo de la Padierna hacia las Colladinas.
Saludamos a otros que van
y vienen buscando su destino – montañeros de la tierra y del futuro – y vamos hacia
arriba, caminando en forma de zetas para hacer más afable el ascenso. Caminamos
entre el verde y la nieve, entre las rocas desplomadas y las águilas de
caliente pluma. El silencio siembra sosiego que será trigal de luz para el espíritu.
Nos adelanta otro grupo: la juventud de sus músculos y el vigor de sus rostros también
pone formas de variable alegría en medio del misterio de la montaña.
Grandiosos y
hermosos neveros saludan nuestro caminar.
La competición es
llegar cada uno a su paso. La fuerza de cada montañero se mide solamente con uno
mismo: la montaña se defiende, en silencio, con la fuerza de su grandiosidad; a
veces añade nieblas u otras tormentas. He aprendido, con los años, que no es
una lucha con la montaña, es un juego de energía y de sonrisa; plática amistosa,
paso a paso, con la montaña. Aquí nos paramos a mostrar el asombro ante la
perfección del circo que forma el Hoyo de Los Lagos con las paredes del Llambrión,
Torre Blanca, Madejuno…Picos de Europa guiña un ojo y nos impulsa a continuar.
Desde la tercera
Colladina vemos el Refugio.
Hemos superado las
pacientes cabras – pacen con paciencia – y llegamos a la altura de la primera
de las Colladinas, donde pone sus cimientos la Torre de las Minas de Carbón;
llegamos a la segunda: a nuestros pies, en lo profundo del Valle, la Canal de
Asotín apunta con su dedo a la Torre del Friero; pasamos junto a la fuente en
una hondonada e inmediatamente llegamos a la tercera Colladina: desde aquí se
ve, colgado entre la magia, el Refugio que será nuestro descanso; bajamos hasta
la cuarta y seguimos, impulsamos por la fuerza que da saber que estamos cerca,
hasta el Refugio.
Lo tenemos cerca.
Estamos llegando al Collado Jermoso y Torre Jermosa con el Refugio Diego Mella.
Aún nos quedan palabras
para decir a la “falsa Colladina” que no es falsa, será la quinta o tal vez la
antesala o acaso el lugar de la última parada para respirar profundamente y
llegar a Collado Jermoso con la sonrisa recién colocada. Pero tú, como quiera
que te llames Colladina, nunca serás falsa.
Desde Torre
Jermosa vemos el grupo del Llambrión.
Dejamos la mochila y
paseamos – por si no era suficiente el esfuerzo de la llegada – por el Collado
Jermoso y la Torre Jermosa, desde donde la vista se hace impresión y vida.
Javier Agra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario