Las nubes juegan al
escondite en primavera, cosen vida y esperanza entre los montes y las tierras
bajas. Sobre el Guadarrama de Madrid dibujan formas de bisontes y culebras en
tropel, formas que buscan vivir más allá de lo etéreo y el instante; dibujan
formas de leones sosegados que reflejan su silueta de emperadores de la tierra
y cuidadores de la soledad sobre el empedrado de la nieve.
La nieve en la sierra
dibuja tenues madrugadas de brillo: los rayos recién destetados aventuran sus
primeros pasos loma arriba en busca de las cabras y las ardillas; medio día de
agua que reverbera entre el frio y el fuego, destella palomas de luz por la
cumbres, transforma los invisibles peñascos en inmensas rosas centelleantes,
crea espejos de fulgor musical entre los valles y las colinas que conversan sus
amores sin cesar; tardes de lumbre y de bronce, cuando las cumbres crecen como
el eco de un beso y devuelven al cielo los rayos de luz entre las plumas de las
invisibles aves.
Las aves invisibles
transforman los parques en gozosas colmenas de violines sonoros. Tal vez algún
ruiseñor de florida voz se abanica con las hojas nuevas de los chopos y el liquidámbar;
a mí, sentado bajo las ramas de un chopo, me resulta difícil discernir la
entrelazada conversación de las múltiples familias de pájaros que quieren, a un
tiempo, presentar sus progresos; el ruiseñor conversa con sus cien clarines al
mismo tiempo y los árboles del parque se sientan en las butacas de hierba
recién nacida para escuchar la conversación de sus amores.
Fotos: María Moreno.
Javier Agra.
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