En
lento descenso.
Siglos
de viento y agua, huracanes y heladas han dejado este pasmo de naturaleza para
la contemplación. Jose y yo, silenciosos y absortos, descendemos en respetuosa
admiración por el bien trazado sendero que nos dirige lentamente hacia la
izquierda próximos a encontrarnos sobre el Comedor Termes; peñascos en
equilibrio imposible, formas violentas que llevan siglos espantados de la
soledad y los trinos canoros de las aves; quejumbrosas rocas que llevan siglos
ahogando los gritos de la soledad y la desesperanza de los humanos; hermosísimas
formas llevas de paz y sosiego para repartir entre los montañeros.
Sobre
la piedra plana del comedor Termes nos detenemos para comer y agradecer a
Termes, Maeso y tantos otros pioneros, su paciencia y maestría. Es cierto que
requiere una cierta destreza adentrarse por estos parajes soñados, donde el
espíritu inventa aventuras y descubre piedras cada vez que uno se adentra en la
Pedriza. Pero reitero que aquellos primeros que hicieron los caminos hasta
encontrar por primera vez los senderos más acertados, merecen un brindis con el
primer trago de agua de este descanso en la ruta.
Vista panorámica desde el Comedor Termes.
Continuamos.
El sol nos está superando a esta hora del medio día, cuando aparece ante
nosotros el Ventanillo; me parece a mí que el asombro fue mutuo, nosotros con
los ojos como platos y el ventanillo sin poder cerrar los suyos nos permite ver
la luz del otro lado de la compacta roca, a través de su boca abierta. La
visión es momentánea, mientras continuamos
el sendero para bordearlo por su derecha, el Ventanillo se sobrepone al asombro
y ya está cerrando su boca.
El Ventanillo que como su nombre indica…
Cruzamos
el Canal de los Hermanitos, los saludamos desde la distancia; ellos están más
abajo que nosotros y les decimos que no nos esperen, nuestra intención es
cruzar para rendir pleitesía a la Esfinge. Hemos llegado a su pie y admiramos,
desde la distancia, a las Torres: (diré en secreto que aquí me puedo hacer el
entendido porque seguí sin perder detalle la dirección que marcaba el dedo de
Jose y su explicación. Jose es un maestro de pocas palabras y mucha sabiduría;
paseando con él, la Pedriza aumenta su grandeza. En secreto lo digo).
Descendemos por el Callejón de la Esfinge, admirados de tanta agreste belleza.
Formas dinámicas van cambiando su postura a nuestro paso, mutuamente nos
saludamos; llegamos hasta donde nos sale al encuentro la Aguja del Sultán con
toda su corte de músicos, poetas, danzantes… y nos invita a sentarnos y
conversar ¿Cómo está el mundo? ¿Cómo cambian los tiempos? Son preguntas que
recorren las líneas filosóficas de todas las edades.
Desde el Callejón de la Esfinge se observa, grandioso y mágico, el paso hacia
el Callejón de Abejas.
Ya
estamos metidos en soledad. Esta inmensa belleza solitaria nos permite cruzar
hasta el Callejón de Abejas, de dulce nombre y escarpadas rocas escondidas,
muchas de ellas, entre los ramajos de urz (erica arbórea, en nombre latino). En
estas recogidas soledades y entre tales silvestres flores, bien pueden libar
despacio su miel las laboriosas abejas que, según cuentan, abundaban por estos
parajes en colmenas preparadas por los habitantes de estos cercanos pueblos. Cuando
descendemos unos cuantos metros, nos sentimos exploradores de senderos y nos
sentamos a la sombra de una inmensa mole de piedra: aquí las paradas son más
necesarias para admirar que para descansar.
Llegamos a lugares cómodos. Ladera abajo, entre los pinos, seguimos el arrullo del
arroyo de la Ventana, encontramos la caída en cascada del arroyo de los Poyos y finalmente la autovía de la Pedriza para
cerrar el círculo sobre el puente de Madera del Manzanares en Canto Cochino.
Cascada del arroyo de los Poyos en su
abrazo al arroyo de la Ventana.
El
café.
El
coche.
El
regreso.
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