viernes, 5 de julio de 2013

CABEZA DE HIERRO MAYOR, DESDE COTOS


Vista desde el Puerto de Cotos del camino de esta jornada.


Desde hace algún tiempo bullía en nuestra cabeza la visita a aquella Cabeza. Galopaba junio con su nieve y las torrenteras en crecida por el deshielo. Así pues una tarde de paseo, en el parque de los perros, nos dijimos desde el silencio mientras pasábamos frente a la Cuerda Larga que contemplamos y admiramos a diario. “Mañana es el día”.

En el Arroyo de las Cerradillas.


Hoy somos tres. Viene también otro Jose. El coche quedó en el Puerto de Cotos, caminamos por el asfalto hacia Valdesquí… diez minutos conversando con los pinos sobre la soledad de la noche entre estrellas y luna llena… ya nos hemos adentrado por el camino que salta a la pradera en dirección al Refugio del Pingarrón. Pero nosotros estamos buscando el Arroyo de la Angostura por una ladera protegida de inclemencias tempestuosas; esa es la versión que nos dan los altos pinos con su melodía de profunda quietud que sube desde la mística raíz hasta los solemnes solos de violín de sus ramas más altas.

Desde el mismo Arroyo de aguas multicolores, los pinos en glorioso aleluya nos marcan la línea de cumbre y el intermedio calvario del Tubo con sus Pulmones respirando permanente espera. Pero aquí, sobre estas ramas primeras tiene su casa la estrella que se refleja en el agua y nos alienta, camino arriba, por la sombreada senda hasta un diminuto collado que nos cambia de valle; ahora, entre trinos de aves y juegos de limpia hierba atravesamos el Arroyo de las Cerradillas. Todo está resultando un paseo de poeta, entre sombras, pinos y puentes de madera; en estas meditaciones bucólicas, llegamos al tercer arroyo – el pobre no tiene nombre siquiera –, no tiene nombre pero tiene fortaleza.

Estamos subiendo. Ved, ligeramente hacia arriba a la izquierda, el Tubo y sus dos pulmones. Cuando los montañeros están en harina, comienzan los sudores y las dudas, queda un rato, queda mucho rato, queda… ¡ufff cuánto queda!


Este arroyo dejará de nombrarse tal cuando el deshielo termine, hoy baja en torrentera la nieve del deshielo de las dos Cabezas de Hierro. Duda el tiempo si marcar minutos o dejar que fluya según la improvisación del montañero. Hemos salido del pinar, sobre nosotros rocas de desperdigada mole y en sus lomos los buitres dibujan sombras de vuelo y pensamiento, los montañeros en silencio seguimos la intuición, el lecho del agua, los hitos y al mirar a los alados buitres del decimos que no pensamos dejar por aquí nuestro esqueleto.

Los dos Pulmones del Tubo de Cabeza de Hierro alientan en silencio y jalean con soleado acento nuestra subida pausada; las piedras nos narran hazañas de otros aventureros de antaño, de aquellos primeros montañeros; las grandes piedras aparentan terrible fiereza pero su corazón late lleno de ánimo y fortaleza ¡Ánimo, montañeros! ¡Ánimo, el triunfo será la meta! Y nosotros, paso a paso, estamos dejando en las sudadas rocas nuestras huellas impresas… tal vez otros montañeros necesiten poner su pie en nuestras pisadas para no desfallecer en el ascenso. ¿Qué anhelos mueve el corazón de la montaña? Estas inmensas rocas se vuelven a levantar cada madrugada, incluso cuando la noche ha sido de tormenta y terrible borrasca: ¡tomad un sorbo de mi fuerza! ofrece la montaña.

Panorámica después de terminar el trecho de mayor dureza.


Está hecho lo más duro. Aquí paramos a gozar las vistas y expandir el alma; aquí la sonrisa es manantial de brillos de nácar. Un mordisco alimenticio y un largo trago de agua antes de continuar hacia la cumbre. Arriba la respiración no jadea, ni quema el sol la sudorosa frente; ahora conversan la respiración y el espíritu, hasta los buitres de media ladera parecen aquí calandrias; aumenta la música de violines, de trompetas, de ninfas y de magia. En las cumbres del Guadarrama no tenemos hadas ni faunos que nos alegren la vista al culminar las cumbres del Guadarrama. No importa, nos contentaremos con imaginar leyendas de osos, leyendas no escritas. No esperan los osos pero en esta jornada nos esperan las cabras, que sestean entre las rocas al abrigo del aire; las cabras duermen con una pata estirada por si tienen que dar un impulso y salir en fuga: éstas, nos miran y piensan que no nos quedan fuerzas –ni necesidad– para dedicarnos a la caza, cierran nuevamente los ojos y retiran incluso a la estaba de guardia.

Hacemos cumbre en Cabeza de Hierro Mayor.


Descendemos por un sendero diferente. La aventura está realizada. Hemos conquistado nuestra estima y aumentado el gozo de la montaña. Entre las dos Cabezas de Hierro, bajamos por el collado por suaves majadas de brevísima hierba pero fuera de la pedrera de Hierro Menor. Aumenta la hierba, disminuyen las piedras, llegan los pinos, cantan las aves y los arroyos vuelven a ser espejo de los feroces animales y de las tímidas vacas. Sendas nuevas y añejos pinos conducen nuestros pasos hasta encontrar el camino desviado de esta mañana. Concluye la jornada. El café de Venta Marcelino aguarda.

Esta fotografía, para fardar de nieve y de que hemos concluido la tarea. Ya es el descenso cuando los grillos cantan en el corazón y el pensamiento decide que la montaña quiere compartir su firmeza (ahí se mantiene con la frente muy alta cuando se desgarra el alma), sus ilusiones y su paz con los habitantes de las tierras llanas.


Javier Agra.

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