Vista desde el Puerto de
Cotos del camino de esta jornada.
Desde hace algún tiempo bullía en
nuestra cabeza la visita a aquella Cabeza. Galopaba junio con su nieve y las
torrenteras en crecida por el deshielo. Así pues una tarde de paseo, en el
parque de los perros, nos dijimos desde el silencio mientras pasábamos frente a
la Cuerda Larga que contemplamos y admiramos a diario. “Mañana es el día”.
En el Arroyo de las
Cerradillas.
Hoy somos tres. Viene también otro
Jose. El coche quedó en el Puerto de Cotos, caminamos por el asfalto hacia
Valdesquí… diez minutos conversando con los pinos sobre la soledad de la noche
entre estrellas y luna llena… ya nos hemos adentrado por el camino que salta a
la pradera en dirección al Refugio del Pingarrón. Pero nosotros estamos
buscando el Arroyo de la Angostura por una ladera protegida de inclemencias
tempestuosas; esa es la versión que nos dan los altos pinos con su melodía de profunda
quietud que sube desde la mística raíz hasta los solemnes solos de violín de
sus ramas más altas.
Desde el mismo Arroyo de aguas
multicolores, los pinos en glorioso aleluya nos marcan la línea de cumbre y el
intermedio calvario del Tubo con sus Pulmones respirando permanente espera.
Pero aquí, sobre estas ramas primeras tiene su casa la estrella que se refleja
en el agua y nos alienta, camino arriba, por la sombreada senda hasta un
diminuto collado que nos cambia de valle; ahora, entre trinos de aves y juegos
de limpia hierba atravesamos el Arroyo de las Cerradillas. Todo está resultando
un paseo de poeta, entre sombras, pinos y puentes de madera; en estas
meditaciones bucólicas, llegamos al tercer arroyo – el pobre no tiene nombre
siquiera –, no tiene nombre pero tiene fortaleza.
Estamos subiendo. Ved, ligeramente
hacia arriba a la izquierda, el Tubo y sus dos pulmones. Cuando los montañeros
están en harina, comienzan los sudores y las dudas, queda un rato, queda mucho
rato, queda… ¡ufff cuánto queda!
Este arroyo dejará de nombrarse
tal cuando el deshielo termine, hoy baja en torrentera la nieve del deshielo de
las dos Cabezas de Hierro. Duda el tiempo si marcar minutos o dejar que fluya
según la improvisación del montañero. Hemos salido del pinar, sobre nosotros
rocas de desperdigada mole y en sus lomos los buitres dibujan sombras de vuelo
y pensamiento, los montañeros en silencio seguimos la intuición, el lecho del
agua, los hitos y al mirar a los alados buitres del decimos que no pensamos
dejar por aquí nuestro esqueleto.
Los dos Pulmones del Tubo de
Cabeza de Hierro alientan en silencio y jalean con soleado acento nuestra
subida pausada; las piedras nos narran hazañas de otros aventureros de antaño,
de aquellos primeros montañeros; las grandes piedras aparentan terrible fiereza
pero su corazón late lleno de ánimo y fortaleza ¡Ánimo, montañeros! ¡Ánimo, el
triunfo será la meta! Y nosotros, paso a paso, estamos dejando en las sudadas
rocas nuestras huellas impresas… tal vez otros montañeros necesiten poner su
pie en nuestras pisadas para no desfallecer en el ascenso. ¿Qué anhelos mueve
el corazón de la montaña? Estas inmensas rocas se vuelven a levantar cada
madrugada, incluso cuando la noche ha sido de tormenta y terrible borrasca:
¡tomad un sorbo de mi fuerza! ofrece la montaña.
Panorámica después de
terminar el trecho de mayor dureza.
Está hecho lo más duro. Aquí
paramos a gozar las vistas y expandir el alma; aquí la sonrisa es manantial de
brillos de nácar. Un mordisco alimenticio y un largo trago de agua antes de
continuar hacia la cumbre. Arriba la respiración no jadea, ni quema el sol la sudorosa
frente; ahora conversan la respiración y el espíritu, hasta los buitres de
media ladera parecen aquí calandrias; aumenta la música de violines, de trompetas,
de ninfas y de magia. En las cumbres del Guadarrama no tenemos hadas ni faunos
que nos alegren la vista al culminar las cumbres del Guadarrama. No importa,
nos contentaremos con imaginar leyendas de osos, leyendas no escritas. No
esperan los osos pero en esta jornada nos esperan las cabras, que sestean entre
las rocas al abrigo del aire; las cabras duermen con una pata estirada por si
tienen que dar un impulso y salir en fuga: éstas, nos miran y piensan que no
nos quedan fuerzas –ni necesidad– para dedicarnos a la caza, cierran nuevamente
los ojos y retiran incluso a la estaba de guardia.
Hacemos cumbre en Cabeza de
Hierro Mayor.
Descendemos por un sendero
diferente. La aventura está realizada. Hemos conquistado nuestra estima y
aumentado el gozo de la montaña. Entre las dos Cabezas de Hierro, bajamos por
el collado por suaves majadas de brevísima hierba pero fuera de la pedrera de
Hierro Menor. Aumenta la hierba, disminuyen las piedras, llegan los pinos,
cantan las aves y los arroyos vuelven a ser espejo de los feroces animales y de
las tímidas vacas. Sendas nuevas y añejos pinos conducen nuestros pasos hasta
encontrar el camino desviado de esta mañana. Concluye la jornada. El café de
Venta Marcelino aguarda.
Javier Agra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario