lunes, 11 de septiembre de 2023

CERRO DE LA OLIVA Y CAÑÓN DEL LOZOYA (I)


Salimos de Madrid en el coche por la Nacional I hasta la salida 50 en dirección a Torrelaguna, población que cruzamos por su mitad para seguir hacia Patones de Abajo y después hasta la fallida Presa del Pontón de la Oliva en su amplio aparcamiento último.


Ruinas de la ermita de Nuestra Señora de la Oliva

Allí nos encontramos enseguida con una edificación que parece habitada en medio de unas cuantas casas o acaso antiguos corrales en estado de ruina. Apenas comenzamos a caminar buscando la cumbre del Cerro de la Oliva, detenemos nuestros iniciales pasos para contemplar las ruinas de la ermita de Nuestra Señora de la Oliva que solamente conserva el ábside en ladrillo con tres diminutas ventanas y un pequeño arco que sería en su tiempo la unión con la nave. De su interior prefiero no referir ninguna visión por su deprimente estado.


Conducción de agua del Sifón de Valdentales.

Un sendero orienta nuestra marcha hacia la altura, entre hierbas no segadas hace años y matorral diverso; con brevedad alcanzamos una pedregosa pista por la que caminamos hacia nuestra derecha, pronto traza una cerrada curva a izquierda, allí una mole de tubería nos reclama la atención. Dado que Jose y yo vamos sin tiempo y con ánimo de descubrir novedades, nos detenemos para admirar esta ingente obra de ingeniería que se repetirá más veces a lo largo de nuestro recorrido.

Estamos subiendo el único y sencillo desnivel de la jornada y mientras ascendemos, disfrutamos de los valles del Lozoya y del Jarama que se abrazarán poco más allá. Estamos pisando la proximidad de la unión entre Madrid, por donde caminaremos toda la jornada, y Guadalajara hermana cercana.


Edificio de piedra del Sifón de Valdentales, Canal de Isabel II

El Cerro de la Oliva se hace meseta y nos topamos con el camino que sale a nuestra derecha hacia el yacimiento romano de la Dehesa de la Oliva. Lo recorremos con calma y sin tiempo, como es ya mi vida los últimos casi siete años en los que ya estructuro mis actividades adelantando el sosiego de la eternidad sin prisa y sin urgencia.   

Nos parece oportuno hacer otra parada en el sifón de Valdentales, edificio solemne de piedra del Canal de Isabel II. Suena el agua en invisibles cascadas, casi torrenteras cataratas. La vegetación es de matorral con algún colorido espino, amarillento senecio y el piorno que encontramos en cualquier lugar por donde caminamos.

Empleamos tiempo en las ruinas diversas que se concentran en un conjunto de edificaciones seguramente viviendas, acaso algún almacén, diversas estancias… Más allá otro mirador… Acá volviendo encontramos la piedra donde la naturaleza ha mantenido una especie de visera para abrigo y reposo de las gentes de hace siglos y de quienes hoy nos acercamos a estos lugares entre la historia y el presente.


Ruinas romanas de la Dehesa de la Oliva

En el aire permanecen voces antiguas de carpetanos y celtíberos, acaso transformados en romanos con el paso de los tiempos; voces latinas ya en el siglo primero antes de Cristo que bajaron más tarde a la ladera de los valles para escavar en estos cerros sus tumbas en futuros siglos; voces de pastores y pequeños comerciantes que pisaron esta meseta antigua desde donde divisaban a los conocidos y a los enemigos, desde donde suspiraban penas y amores, desde donde contemplaban amaneceres y nevadas; voces que cuentan historias de serenidad y de esperanza; voces…


Entrada de la Cueva del Reguerillo.

Regresamos al camino que desciende hacia el Lozoya. Enseguida encontramos casi disimulada, entre ramas de espinos y de verdes higueras en el altozano, la cueva del Reguerillo. Hoy está tapiada con reja metálica para que se pueda acceder con algún control. La primera fase de la cueva tuvo pinturas rupestres de fácil acceso, hoy destruidas por los humanos que somos muy dados a la destrucción. Tiene la cueva otras dos alturas o estancias de prolongadas dimensiones aptas para expertos espeleólogos. Poco más puedo decir de la historiada cueva de El Reguerillo, pues nunca he visitado su interior.

Con el Cañón del río Lozoya continuaré en otro momento, pues no quiero que los lectores se empapicen de tanta lectura y se vean impelidos a su abandono.

Javier Agra.

 

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