domingo, 1 de mayo de 2011

LA BUITRERA (DESDE HONTANARES)

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Comenzando desde la izquierda y acercando la visión hasta el espectador: La Buitrera, Fontarrón y Cerro Merino.

Entre la niebla y el sueño La Buitrera tiene el corazón risueño. Entre la niebla y el sueño La Buitrera asoma sonrisas de pana vieja, como un pastor antiguo que cuida sus corderos. Porque quiere estar atenta a todos los movimientos y las pisadas de los montañeros viejos, porque debe estar despierta ante las pisadas de los nuevos montañeros. Seguramente habrá tenido alguna mala experiencia en sus recuerdos de lobos y gritos a lo largo de los reñidos siglos de la historia, por eso intenta ocultar sus momentos de gloria más allá de los ojos indiscretos, entre la niebla y el sueño. 
Jose reposa en la cumbre... entre la niebla y el sueño.

A estas alturas de la primavera La Buitrera, silenciosa de siglos y espera,  peina canas de nieve en sus laderas. Antes de que naciera Castilla, a la que hoy observa entre la niebla y el sueño, antes, tal vez, de que naciera la respiración humana; antes, digo, de que existieran los nombres que hoy pronunciamos desde su cresta, ya había olido correr la sangre y la desgracia; la montaña, que acaricio con respeto y nos cuida con cariño, tiene esa cumbre solemne de tanto mediar y alentar esperanzas: ¡Vendrán tiempos mejores! ¡Sobre las heridas y la violencia vencerá la gloria de la paz! 
En la cima del Cerro Merino, con Riaza al fondo, hacemos una pausa.

En su alma hacen nido las violetas, los jilgueros muestran sus colores; de sus laderas surgen brumas de tiempo, de rosas y de truenos. Por eso, a cada paso del montañero responde con una carcajada de niebla y de sueño. Montaña arriba surcamos los siglos en silencio, como si nos adentráramos en los cuentos de los dragones, cuando las doncellas liberadas amasaban pan tierno para los caballeros, mientras entonaban con voz armoniosa romances viejos (¡Qué bien cantaban todas las doncellas de los cuentos! ¡Qué “caballeros” eran todos los caballeros!), cuando los caballeros trenzaban con flores de adelfa palabras de amor para los diccionarios abiertos de las doncellas.
Han pasado los siglos. 
Ermita de Nuestra Señora de Hontanares edificada en el siglo XVII. Lugar de solaz y de inicio hacia diversos puntos de montaña en la Sierra de Ayllón. 

Estamos intentando llegar a La Buitrera desde la ermita de Hontanares, tiene muchos lugares de acceso esta montaña de extensa cumbre. Es sencillo – está muy bien señalada la ruta en los mapas – también el sendero es claro hasta la misma cima donde espera siempre el vértice geodésico. Frente a la ermita y a la trasera del bar, cuando la carretera va a dar la primera curva, unas pisadas suben por el prado hasta el pinar; ya estamos en la senda, a partir de aquí es cuestión de caminar… 
 En el robledal inicial aún podemos situarnos con poses de montañeros descansados.
Y dejar el alma libre para que converse con los árboles. Pronto los pinos conducen hasta una valla donde se sitúa una puerta muy fácil de pasar. Un hermoso monte de rebollos… (En Acisa de las Arrimadas, aquel antiguo pueblo de mi antigua infancia, les nombrábamos como rebollas, en femenino) acompañará ahora nuestros pasos hasta superar, cumbre adelante, unos roquedos sin nombre dominados por una firme cruz visible desde diferentes lugares.
 Plácidas alfombras de gayubas nos adentran en unos roquedos sin nombre.
Chimenea de subida hacia Cerro Merino.

Más allá, tras las plácidas matas de gallubas (también ha visto en el diccionario escrito el nombre de estas preciosas matas como gayubas, con la y griega fue como las nombré por primera vez) llegamos a Cerro Merino que hemos de subir – incluso escalar en tres momentos muy sencillos – por una chimenea que ofrece con más gusto sus brazos que su dificultad; más allá el Fontarrón, largo paseo por la hermosura y el sosiego de su verdor… Y la cumbre, donde la Buitrera tiene el corazón risueño entre la niebla y el sueño. 

Javier Agra.