martes, 19 de enero de 2016

POR COLLADO VENTOSO



Aún estaba la aurora buscando su acomodo sobre las montañas y ya habíamos salido los montañeros del aparcamiento de Majavilán en las Dehesas de Cercedilla. Era silencio en el valle y viento en las cimas cercanas, era dulce música de arpas y fogosa orquesta de trompetas.

Así entramos al camino viejo de Segovia, recorrido tantas veces que pongo más cuidado en cada pisada para que no se repita el mismo camino cada jornada, para que sea nuevo el mismo pinar, para conversar en paz con los helechos, para que  los dos puentes de madera me sorprendan cada vez que los descubro.

La Senda de Cospes entre la finísima nieve y la cencellada.

Finísimos copos de nieve sobre la cabeza libre del montañero. No necesitamos cubrir el cuerpo de este frío de invierno, caminamos entre los pinos con el sosiego musical de las notas que se han posado en las púas y las ramas entre el invisible baile constante de la nieve y la cencellada de esta madrugada.

El cielo nos regala sonrisas blancas para aliviar los senderos y acunar las pisadas de la vida; el montañero sueña sosiego en cada corazón mientras suenan las voces melodiosas de la brisa fresca de la mañana en juegos de escondite por los senderos misteriosos de Guadarrama.

El montañero se detiene a poner los crampones para superar unos metros de sendero helado. Más arriba, la música truena solemne para asustar al montañero, pero aquí están los árboles, las aves, los piornos y las retamas que son arpas musicales y acallan con sus caricias la gélida mañana de enero.

En Collado Ventoso suena la música entre la furiosa trompetería y el sosiego del arpa. 

Late el corazón con pausado ritmo.
Silencio.
Un ave conversa con mi sosiego.

Así llegamos a la Fuente de la Fuenfría y al Collado Ventoso después de caminar por la Senda de los Cospes, donde suenan con furia las musicales trompetas del viento. Después la bajada es cuerda vibrante de arpas y respiración pausada hasta llegar a la Fuente Antón Ruiz de Velasco, lugar elegido esta mañana para una pausa y unas viandas. El descenso es música de arpas hasta el aparcamiento de Majavilán.

Javier Agra.

jueves, 7 de enero de 2016

ABANTOS, MONTE DEL ESCORIAL



Amanece. Mis esperanzas están llenas de vigor. Mi espíritu está unido a todos los lugares de la tierra porque en todas las partes amanece con el primer resplandor del mismo sol que compartimos. Mientras calzo las botas recuerdo que no puedo dar esta tierra por destruida, el sol que vi apagarse en la nada está levantándose de su desolación y anuncia una nueva oportunidad de ser más creadores.



Estamos en el Escorial. La Avenida de Carlos Ruiz termina en un abundante aparcamiento a los pies mismos del embalse del Romeral. Aquí nos esperará el coche algunas horas. Los montañeros damos los primeros pasos sobre el camino que sube nada más sobrepasar el muro del embalse. Continuamos el recorrido sin necesidad de elegir sendero, la valla metálica es un mapa clavado en la tierra que nos conduce hasta un camino amplio que permite a los montañeros avanzar en cercanía paralela y sigilosa conversación porque el murmullo del arroyo del Romeral está cercano a nuestras palabras.

Muy visibles las señales del GR 10 nos mandan montaña arriba ligeramente a nuestra izquierda; sobrepasamos una asfaltada carretera para continuar siempre sendero adelante. Los montañeros callamos y escuchamos a la nieve que conversa en ligerísimos copos sobre nuestras cabezas, escuchamos a la tierra que susurra aliento al tronco caído, al viento que llama con voz entre bronca y mezzosoprano a las peñas que están allá arriba a nuestra derecha donde otrora anidaran los abantos que dan nombre a este pico.

Conversamos con los troncos que agonizan, con la vida que canta futuro.

Hemos llegado a una especie de collado. Desde aquí el sendero se desliza por media ladera en sosegado ascenso; los pinos son arrullo entre la brisa; la nieve ha dejado blanco el suelo, se posa en nuestras mochilas, en nuestra cabeza, en las orejas, está juguetona la nieve. Allá abajo el arroyo del Romeral sueña, entre breves risas de viento, aumentar su caudal con las nieves del invierno; allá arriba el viento despierta carcajadas en la loma de la montaña; los montañeros pensamos que es bucólico el sonido del viento cuando estamos resguardamos por el pinar en nuestro caminar por media ladera; los montañeros llegamos a la Fuente del Cervunal.

Fuente del Cervunal. Tal vez alguna vez hubo ciervos, seguramente en la actualidad salten por aquí animales de esa especie. Pero el nombre parece que se debe a la planta herbácea que abunda en estos collados y en otros muchos lugares de la península, resistente a los vientos y los fríos.

Detrás de la espalda de la fuente, un grueso pino a su derecha indica que por allí no continúa el GR. Lo que parecería una desdicha, es un magnífico anuncio porque ese es justamente el sendero que sube hacia nuestro objetivo de hoy. La cumbre del Abantos está cerca. Los montañeros sabemos que salir al descubierto es comenzar a pelear, negociar o tener feroces encuentros con la ventisca que esta jornada está en pleno griterío, por eso nos pertrechamos de ropas, guantes y cuantos escudos de fibra vegetal llevamos en la mochila.

A medio camino entre la nevada ligera y la contumaz cencellada, los pinos se embellecen para los pocos montañeros que aventuran horas y gozo en estas sierras.

En la loma nos asomamos a los precipicios que se cortan sobre el Escorial. A nuestra izquierda está el vértice geodésico. Hacia él nos dirigimos con agradecimiento y precaución. Los montañeros sabemos que las cumbres ponen trabas a los conquistadores; los montañeros amamos y respetamos a la montaña; hoy el viento furioso y los escondidos bloques de hielo nos ponen zancadillas. Con cariño, agradecimiento, ilusión y entusiasmo abrazamos la cumbre. Pero en el Abantos, el punto más elevado, mil setecientos sesenta y tres metros, está cien metros más arriba; los montañeros llegamos hasta él.

Vértice Geodésico del monte o pico Abantos. Por aquí volaron diferentes familias de abantos, de tamaño ligeramente inferior al buitre. Dicen los libros que es un ave tímida, acaso por eso no vimos ningún abanto esta preciosa jornada de paseo.

Javier Agra.  

lunes, 4 de enero de 2016

LAS CÁRCAVAS DE PATONES



¿Acaso son los huesos de la tierra lo que estoy contemplando?


Cárcavas del Pontón de la Oliva

He subido hasta las cárcavas del Pontón de la Oliva desde el embalse más inútil que se haya realizado nunca, pues nunca llegó a embalsar agua este pantano que nació en mil ochocientos cincuenta y siete cuando el Canal de Isabel II era a medio camino entre proyecto y realidad para sustituir a las fuentes naturales y los qanats que abastecían Madrid desde los albores del siglo trece. Las cosas del caminar por la vida no salen a la perfección cuando queremos, necesitan tiempo y sosiego, recomenzar y macerar una y otra vez. Pero en nuestros días prima lo inmediato y lo impulsivo. Busca el tiempo y el sosiego, amigo lector ¡tiempo y sosiego! Ten calma.



Llegar hasta las cárcavas es un paseo apto para la mayoría de las personas. Aparcado el coche frente al viejo Pontón, caminamos lo que fue carretera adelante hasta la primera curva cerrada, nos adentramos en los olivos por un camino de piedra menuda y enseguida abandonamos el GR que continúa hasta Valencia, pues aún sonando lejano el lugar se puede llegar a pie siguiendo las señales blancas y rojas del Gran Recorrido. Nos desviamos por el ribazo hacia lo más profundo del arroyo, desde allí una empinada y breve cuesta con su sendero bien marcado nos deja sobre la meseta de las cárcavas. 



Allá están, al fondo. De modo que el caminante (dudo aplicarle la categoría de montañero) puede emplear el tiempo en conversar con las aliagas de fornidos pinchos y prometerle otra visita a su frondosidad amarilla en primavera. Puedes conversar con el enebro de resistentes hojas y apelmazados gálbulos. Te recordarán que antaño por aquí se movía vida de labradores, la tierra era cultivo y cereal donde hoy solamente campa la jara que se ha comido los senderos y los caminos de otrora. Te recordarán que la vida se puede deshilachar como el terreno lunar que tienes ante los ojos y tú sabrás, caminante, que las cárcavas tienen voz de silencio. 




Continuaré sentado contemplando las cárcavas. El barranco escarpado traerá la noche y su furioso invierno y acaso pueda conversar con los fantasmas de aquellos de construyeron la presa en rigurosas condiciones humanas. Historia de lo que fueron bravas corrientes y hoy apenas llegan a descarnados riachuelos que lamen la arenisca con sueños de otros siglos. Sentado escucho al viento poniendo imposibles cerrojos valle abajo para ocultar el misterio de la descarnada tierra, pero el viento también se cansa de arañar orillas y descubrirá terrenos con vida y riego y valles feraces donde mana el futuro y la libertad.


Continuaré sentado  a la sombra de algún frondoso enebro contemplando las cárcavas. Llegará la primavera, los pliegues de mi soledad se llenarán de jilgueros y de libertad, los arroyos se llenarán de agua y de versos, la tierra se llenará de esperanza y de PAZ.

Javier Agra.

domingo, 3 de enero de 2016

PUENTE POYOS



La Pedriza tiene paseos en número casi inagotable.

Estos primeros días del año dos mil dieciséis aún no está despuntando la aurora cuando pasamos sobre el puente de madera del sonoro Manzanares. Las cercanas piedras y las inmensas rocas se mueven de lugar a cada instante con el albor y el caminar. La autopista de la Pedriza está, en el inicio del día, aún en la soledad de las arizónicas y los arbustos de diferentes nombres, hipónimos que no siempre conozco aunque saludo a cada planta.

Preciosa vista de la Pedriza desde algún punto de la senda del Icona. A la izquierda del lector, vemos lejanas las Cuatro Torres único punto que supera los dos mil metros de altura, la Esfinge más centrada, cierra a la derecha la Cerda de Los Pinganillos con preciosos nombres y bellísimas subidas a sus rocas.

El arroyo de los Poyos baja con la breve música de la poca agua caída estas noches. Por la ribera del arroyo de la Ventana revolotean los pájaros que pián sus madrugadas mientras saludan al clarear de la mañana entre amenazantes nubes de ceniza.  Poco a poco alcanzamos el lugar denominado Cuatro Caminos hasta donde llegan, en alguna ocasión, paseantes que quieren ser montañeros.

Desde este punto subimos en dirección al collado de la Romera por un sosegado pinar, los montañeros pensamos silenciosos en la belleza del sonido del viento en las copas de los árboles cuando estamos protegidos por las caricias de la naturaleza. Apenas faltan unos metros para el Collado, algunos metros más atrás quedó el desvió hacia la Majada de Quila, sale a la derecha un bien señalado sendero hacia el Puente de los Poyos (del que ya otras veces he comentado que prefiero la acepción que lo indica como lugar de asientos, también lo he visto escrito como de los Pollos y yo no descarto que por las cercanías aniden aves de diferentes especies con sus polladas primaverales).

Esta mañana, la piedra lisa, llambria o lágana, está húmeda por las nubes que se han entregado en diminutos copos de nieve a la Sierra; trepar está más complicado de lo que aparece en esta fotografía de otra ocasión anterior en el mismo escenario. Conseguimos nuestro objetivo. Desde aquí arriba la hermosura de la tierra se agiganta, el sosiego de la naturaleza llena el alma, la paz pausada de la vida se posa en el corazón y en él se queda.

Esta vista de Puente Poyos es de una subida en otra ocasión anterior.


Cruzamos por un sendero bien marcado hasta llegar en pocos minutos al PM-R1 y descendemos entre el sosiego, la paz, la prudencia y la vegetación hasta encontrar de nuevo el Collado de la Romera (en otras ocasiones volvimos por el Jardín de la Campana, la Canal del Pajarito, diferentes variantes) hoy seguimos lo que antaño se llamó senda del ICONA que es uno más de la multitud de bellísimos senderos de la sierra y de la vida, porque la vida tiene multitud de bellísimos senderos que nos conducen más allá, hacia la luz de la que procedemos; caminamos como dicho dejé hasta llegar al Collado Cabrón. Hasta aquí también se aventuran algunas personas que se inician en esta gran aventura de caminar por la montaña.

Este vivac está a los pies mismos de Puente Poyos. Lo añado al artículo para mostrar a las generaciones futuras los copos de nieve al caer sobre la tierra, en pequeñísima cantidad es cierto, pero copos al fin. Vaya también como homenaje a los primeros "descubridores" de la Pedriza, aquellos que nos marcaron rutas y senderos para disfrute de muchas generaciones.

De la diversidad de opciones que allí teníamos para descender, elegimos un sendero, acaso sin nombre, por el que desembocamos en la autopista de la Pedriza a la altura de Prado Peluca. Desde este lugar conviene compaginar el silencio sosegado con el saludo convencido a la multitud de paseantes que encontramos hasta llegar de nuevo al coche. Conviene mirar hacia arriba donde el Pájaro llama a sus escaladores, donde sigue inmóvil la Cueva de la Mora, donde Peña Sirio parece un gigante de otros tiempos, donde el cielo se ha abierto en brillo y luz después de las pocas gotas de nieve y agua.  
Suenan hilos de agua en el silencio de la montaña, suena el arroyo que llama al silencio mientras busca la cama común del Manzanares.

Javier Agra.