jueves, 14 de abril de 2016

CRUZ DEL MIERLO



Curiosos nombres tiene la Pedriza de Madrid.

Viajando hacia Canto Cochino, detrás de Manzanares el Real en la Cuenca Alta del Manzanares, pasamos por el Collado de Quebrantaherraduras. Desde este pequeño aparcamiento se puede recorrer la Cuerda de los Porrones también con diferentes variantes. Sé que es así porque yo mismo he hecho el recorrido en diversas ocasiones.

Desde el Collado de Valdehalcones, estamos viendo la unión de la Cuerda Larga con la Pedriza Posterior. Grandioso susurro de los pasados siglos se adentran en nuestros corazones.

Queríamos pasar por la Cruz del Mierlo, de modo que comenzamos a caminar ladera abajo hasta encontrar la amplia pista que llanea durante varias curvas antes de comenzar un suave ascenso. Más adelante salimos de la pista citada bordeando la Peña del Mediodía en ascensión continua entre un bosquecillo; siempre llevamos como guía, tal vez molesta pero cierta, una valla, hasta alcanzar el Collado de Valdehalcones en cuyas inmediaciones está la Cruz del Mierlo. 

Una sencilla y sentida cruz de piedra recuerda al Mierlo.

La leyenda dice –con toda la veracidad de las leyendas– que éste era un pastor que encontró a una moza huida de sus captores –aquí cabría la historia del Cancho de los Muertos–, aterida y hambrienta; llevó a la doncella a la corte donde se la entregó a sus padres, quienes le ofrecieron honores y hacienda. Más él los agradeció con humilde cortesía y los reusó con gallardía en la voluntad de continuar con el sosiego de sus cabras y la amplitud de la naturaleza. 

Tiempo después lo encontraron muerto, dicen que asesinado por alguno de los facinerosos a quienes había privado de su preciada prenda. Un piadoso amigo del Mierlo trazó en el suelo una sencilla y sentida cruz de piedra, la misma que ahora estoy contemplando mientras comparto el amplio sosiego de la sierra.

A través de un pórtico llegamos a la Peña Blanca.

En reverente silencio llegamos hasta la Peña Blanca donde accedemos a través de un lindo pórtico, aquí nos sentamos a contemplar maravillas de la Pedriza, a escuchar el murmullo sigiloso de la historia de la tierra que se ha congelado en la grandiosidad de estas piedras. Continúa la Cuerda por el Cancho de las Porras, el Cancho Porrón, la Maliciosa Chica; nosotros terminamos en este punto, mientras rumiamos en nuestro corazón el impacto de las leyendas del Mierlo y en nuestras fauces un trozo de pan y queso.  

Desde la falda de Peña Blanca contemplamos absortos el sosiego de la Cuerda Larga.

Antes de llegar al Collado de las Loberas, buscamos antiguas ocultas sendas para regresar por la fuente del Terrizo y los Picos de la Higuera donde, acaso, ya se advierte la cercanía del merendero, concurrido a esta hora del día por aquellos paseantes que no se alejan del Collado de Quebrantaherraduras.

Javier Agra.

domingo, 10 de abril de 2016

PEÑA DEL ÁGUILA, DIFERENTE EXPERIENCIA.



Cada paso de las personas es diferente al anterior, distinto del siguiente.

La persona palpita, sueña, ama, construye…siempre con el mismo empeño, acaso siempre con diferentes resultados; siempre con las mismas lágrimas y con la misma sonrisa pero acaso con diferente raíz en su llanto con distinta luz en su corazón; siempre puede el poeta conjugar el mismo verso con diferente sentimiento.



Las dehesas de Cercedilla son un punto de múltiples inicios para los montañeros o para hacer breves paseos entre el sosiego de la naturaleza. Desde el aparcamiento de Majavilán, cruzamos la portillera metálica y comenzamos la suave ascensión por las sendas del pinar hasta encontrar el sendero que nos dejó en la encrucijada del Collado de Marichiva con la Senda del Infante

La nieve caída se acumula en algunos lugares con mayor altura por efecto de los vientos, los montañeros añadimos al esfuerzo de la subida la pelea por sacar los pies de un inoportuno hundimiento en la nieve; no pocas veces estamos cerca de besar el suelo, necesitamos el impulso de las manos y del torso para recuperar la posición erguida de los humanos. 


Hemos llegado al Collado de Marichiva.

Pero caminamos sin desfallecimiento siempre hacia adelante, ahora en las inmediaciones de la cerca de piedra por el lado de Segovia avanzamos entre pinos hacia la Peña del Águila. En estas montañas que nos son familiares aprendemos a anular fronteras porque el esfuerzo es el mismo en la respiración del mismo aire. Los montañeros hemos visto que los intentos de vivir son igualmente solidarios en la multitud de montañas que hemos recorrido a lo largo de nuestra vida, que los diferentes idiomas son modos de expresar el mismo intento de llegar a la cumbre.



 Entre la niebla ventosa y fría llegamos a la cumbre de la Peña del Águila.

A modo de tres grandes peldaños tenemos que subir para hacer la cumbre de la Peña del Águila; el primero es un repecho que nos aleja en lenta progresión del Collado de Marichiva; el segundo permanece oculto tras un repecho, la belleza está en las inmensas vistas de las montañas que rodean el entorno y acompañarán a los montañeros en el tercer repecho hasta la cumbre; pero hoy este último tramo está cubierto por la niebla ventosa y fría. Llegamos a la cima sin más sobresaltos.

Descendemos entre la nieve y el verdor primero que se asoma con toda la fuerza de la vida. La niebla es un juego de tules que cubren y desvelan el pudor brillante de la sierra, desde la Cuerda de Pasapán hasta el Montón de Trigo y La Maliciosa. 


 Vista panorámica de Pasapán a Siete Picos, estamos unos metros por debajo de la cima de la Peña del Águila.

De nuevo en el Collado de Marichiva, buscamos seguir la senda hacia la pradera de Majalaosa. Intento fallido, la acumulación de nieve nos hace pensar en el descenso por el pinar buscando siempre los incipientes claros (buscando siempre, así hacemos la vida los humanos). Unos metros más abajo y unos cuantos revolcones por la nieve nos llevan hasta el Camino Viejo de Segovia. Desde aquí ya es “coser y cantar” hasta cerrar el círculo en el aparcamiento de Majavilán.

Javier Agra.

viernes, 18 de marzo de 2016

SE VA EL INVIERNO



El tiempo en su vaivén infinito se calza diversos colores, se viste diferentes atuendos para entrar en el corazón humano, en el sentimiento de los que lloramos y reímos por las diminutas sucesiones de acontecimientos.

El invierno de texturas pálidas y sinfonías confusas está llegando a su final en este marzo azul. El invierno con sus banderas de victoria en las cumbres llama a forjar la voluntad entre la fortaleza hirsuta de la enmarañada nieve y la piedad solar del mediodía que ofrece treguas para que nuestras manos puedan estar calientes en medio de este rigor.

Desde el Camino del Palero se extiende la blancura de la nieve hacia los Tubos de Hierro y la Cuerda Larga.


Lo acompaño en el camino con sus crampones montaña arriba sin temor a los titanes; él mismo es una fortalecida cencellada musical de luminosa inmensidad más allá de las horas de un calendario porque es risa de titanes en la tormenta y sonrisa cálida de niño con el sol de la mañana. Se nos va el invierno montaña arriba a esconder su soledad en algún secreto hueco de la sierra donde las tormentas hibernan y se fortalecen para cuando el hada de los meses solicite de nuevo su baile.




¿Y si se le acabara el tiempo al tiempo? ¿Y si el invierno se quedara sin invierno? ¡Ay, cuánta lágrima de blancura encierran estos meses que ahora se deslizan hacia otro momento! Otro momento, otro momento es lo que nos concede la tierra a cada instante para que miremos más allá del infinito entre horizontes blancos hasta que juntos pongamos copos tiernos en esta tierra. Otro momento para aguzar la mirada en ojos tiernos y poner semilleros de paz en este suelo.




Desde la Najarra la vista cumbrea por las cimas de la Cuerda Larga y continúa más allá por el mundo entero en espera de tiempos de paz.

La tierra es una inmensa flor de piedra blanca, una limpia pupila que acaricia el alma entre la tormenta y la pausa.



Es momento de meditación interrogante. Tal vez la pausa de la vida escondida bajo el hielo sea un gañido fiero para que la naturaleza entera recobre la variedad de los colores y de los sentimientos, de los rostros y los pensamientos. Gotean las hojas los últimos copos del invierno y yo me encaramo a sus ramas para despedirle hasta pronto porque hemos aprendido la calma de la savia dormida, de la lentitud del paisaje.


Subido a las ramas de este roble rebollo despido al piadoso invierno y oteo a lo lejos para observar si se asoma la primavera por algún vallejo.

Javier Agra.