jueves, 31 de julio de 2008

MEDITERRANEO

¿Cómo pudieron hacerlo? ¿De qué manera consiguieron invadir los romanos Hispania? He estado de sosegado paseo desde Denia hasta Gibrartar, por la costa. Me asombra que pudieran entrar. Está todo lleno de muros y edificios, de construcciones y de gente. Es necesario pisar la arena para ver el mar, todo está hollado*. Pese a todo, fueron unos días afortunados.
Es curioso observar el cambio constante en la geografía física y humana. Las diversas costumbres de las poblaciones durante el día y la noche. Es la evolución, tan difícil de entender a través de los siglos, plasmada en pocas horas. Viajar tiene esa magia. En esta Hispania actual cabemos todos, ¿quién es el invasor romano?, ¿el celta nativo?, ¿el aborigen que ya estaba?, ¿de dónde llegamos unos y otros? La pena es que para poblar Hispania, queden otros lugares vacíos y yermos.
A todos nos une la arena misma y el mismo brillo de los ojos, ante el horizonte, en la hora del ocaso. rosicler de esplendor; el mar llega rítmico y humano a todos los corazones, trae los amores recientes o lejanos con los últimos estertores del día. El mar es una mano abierta a los cinco dedos, cinco continentes cuya sangre fluye a todas las extremidades de la tierra, es una sangre de colores y nostalgias, de sueños y quimeras. El mismo mar en todas las pupilas y en todas las esperanzas.
Viajé de pobre y comía de súper, de supermercado las más de las veces. Nunca olvidaré el bocadillo de chorizo asturiano que puso en mi petate Esther al salir de Los Alcázares en Murcia, impregnaba con su aroma todo el contenido de la mochila y todos mis pasos, el mundo entero era un bocadillo de chorizo de Asturias. No llegaba nunca la hora de comer. ¡Aquel aroma me daba el vigor necesario ante los calores tercos del medio día mediterraneo! ¡Qué disfrute en las sombras de la Plaza de San Francisco en Murcia, hasta unos aventureros gorriones llegaron a suplicarme las últimas migajas! Nunca sabrán que se las regalé, más porque se me cayeron que por la bondad del corazón!
Cartagena, desde el monte del castillo, antes castro romano, antes cogollo cartaginés, antes... la vista resulta majestuosa, hacia el mar se dibuja cada curva de la bahía por donde entraron los barcos de otros tiempos, trayendo sueños de otros siglos; majestuosa hacia la tierra, desde lo alto se distingue cada recodo y cada senda, cada deseo y cada esperanza. La vista desde lo alto ayuda a caminar por el llano, marca caminos y los libra de los peñascos.
Con esos y otros descubrimientos, terminé mi pequeña vuelta al mediterráneo. Mare Nostrum desde antaño, mar mío y tuyo y de cuantos lo sueñan con sueños inacabados.
* Se escribe con h, pues sin ella dice el diccionario que nos referimos a cada uno de los orificios de la nariz de las caballerías.
Javier Agra.

martes, 29 de julio de 2008

ESTO HE VISTO

A punto de concluir la semana de recorrido por lugares del mediterraneo peninsular. He vuelto al interior.
Granada, buen lugar para llegar en autobús, mi transporte durante estas jornadas sin rumbo. Viajar sin destinos concretos tiene la contrapartida que a última hora no se consigue una entrada para ver la Alhambra, pero verla desde la distancia también es asombroso.
Encontrar el cogollo de la ciudad fue una diminuta aventura, la estación de autobús está en la ciudad nueva. De modo que mi mochila y yo pareciamos montañeros despistados en medio de unas bulliciosas calles a las diez de la noche. Varios alojamientos estaban completos, no me dieron posada, superé el hospital - ojalá no necesite esta cama, me dije -; en la prisión provincial, decidí pedir una celda, todos los humanos realizamos diversas acciones que nos llevan a ser socialmente problemáticos en más de una ocasión. No tuve suerte, me explicó un paseante que hacía tiempo aquello ya no tenía la función para la había sido edificado.
La oportunidad llegó después de varios kilómetros - en ciudad se puede medir la distancia en kilómetros, en la montaña se mide en desnivel -. Esta noche necesitaba un lugar donde bañarme, antes de pasear por la fantasía de la ciudad. Claro, que me dormí y no conseguí salir hasta las ocho de la mañana siguiente.
La ciudad es distinta de día y de noche. La vida tiene diversas caras, la realidad se amplia según el puesto del que observamos, la historia, las personas, todo cuanto existe gana en amplitud si nuestra visión se hace libre. ¡Cuanta riqueza perdemos por falta de observación, por negar la confianza, por cerrarnos a otros puntos de vista!
El sol, estaba declinando. Mi recorrido - después de trece horas de anécdotas felices - concluiría en breves - otro autobús me esperaba -. Los últimos kilómetros los había hecho desde la Cartuja, subiendo y recorreindo el Albaicín con sus miradores altos: Granada casi puerta a puerta, más allá el Genil y su fértil llanura. Al lado del Darro, me senté en la terraza de un bar y quedé asombrado. Se ocultaba el sol y la Alhambra, allá en lo alto variaba de color, del blanco al oro y del rojo al misterio, brillaban las ventanas de cinco en cinco y entre la luz de sus muros que iluminaba la inicial noche, vi a la princesa solitaria que seguía suspirando en la Alhambra y entre las calles del Albaicín sus súbditos de ahora y de los siglos pasados suspirábamos ante el misterio. El sol se marcha en silencio entre la brisa y el agua y allí siguen los suspiros de la princesa. Por abajo, los murciélagos sobre el Darro, en la última luz de la tarde las aves diurnas traen y llevan los suspiros de la princesa prisionera en la Alhambra. Calles estrechas, miradores altos, la noche extiende los suspiros de la princesa por Granada.
Javier Agra.

martes, 22 de julio de 2008

LA SORPRESA DE LA MALICIOA

Sorpresa. Ocurre frecuentemente que la primera visión de alguna cosa te deja como anonado, con esa cara de mirada perdida, como si los ojos estuvieran dispuestos a abandonar el cuenco en que normalmente habitan. A mí me pasó la primera vez que vi la Maliciosa, después de cruzar el ligerísimo llano que une la pequeña balla del aparcamiento de la Barranca y el inicio del camino una vez superado el arroyo Tijerillas.
La mole de la Montaña me parecía insuperable, allí mismo ante mis narices y tan lejana, con el cuello vuelto hacia el cielo para conseguir ver la cumbre. Es necesario iniciar la marcha, no nos podemos quedar siempre en la contemplación. Una respiración y el primer paso. Creo que subiendo todo derecho, la cumbre estará a mi alcance.
Pero no. Me enrisqué. Moles de piedras cortan el sendero que había tomado. Me equivoqué de nuevo. Es preciso escuchar, volver al silencio y pedir consejo. Siempre aparecen otros montañeros, más expertos que indican el camino. El retorno se hace más duro, un golpe con una rama escondida, un ligero corte con el saliente de una piedra.
No importa, echemos mano al suelo, trepemos, retrocedamos, crucemos; espera, vamos a sentarnos en medio de esta alfombra de gallubas - en los pueblos donde yo nací les llaman ajabuchas, ¡la de variantes que existen para una misma cosa! -, un trago de agua y volvamos al ascenso. Nuestras compañeras, Pipa y Munia se quejan, a menudo la dureza de las piedras les dejan sin salida. No importa, las cargamos al hombro en medio de resoplidos y cruzamos.
El esfuerzo ha sido muchos mayor del normal. Pero ya hemos tomado el camino bueno. A partir de ahora seguiremos la senda de quienes, antes que nosotros, subieron a la cumbre. A veces el camino está salpicado de fallos y de errores, a veces los intentos de nuevas sendas producen grandes descubrimientos. ¡Es tan pequeña la diferencia entre perderse y descubrir lo nuevo!
Por fin el collado. Desde aquí está tan cerca la cuerda larga. Tenemos una posición privilegiada. Conseguir una visión de conjunto es importante para saber por dónde andamos. Ahora vemos más claros los diversos caminos, los diferentes senderos que van hacia uno u otro lugar. Visión de conjunto es lo que necesitamos más de una vez para tomar la decisión acertada. Llegamos a la cumbre. Nos saludamos los grupos que accedimos desde diversas salidas y distintos caminos. En todos los corazones late la misma emoción, el mismo sentimiento. Merece la pena luchar. ¡Luchar por tantas cosas! ¡Hemos de escalar tantas cumbres!
Javier Agra.

jueves, 17 de julio de 2008

OTRA VEZ A LA MALICIOSA

Otra vez a la MALICIOSA

En esta ocasión, la mayor complicación consistió en acceder a esta ventana donde poder escribir. La técnica supone para mi un gran misterio. Así voy comprendiendo que las cosas en la vida no son fáciles, para lo más simple necesitamos esfuerzo, unas veces la voluntad que se nos arruga, otras la ciencia recula y la desidia nos impide el trabajo necesario. Todo es posible con el entusiasmo y, de paso, conscientes de que nos necesitamos unos a otros.
Pasó mi hija por aquí, vió mi cara de angustia, mi silencioso grito de socorro y me iluminó. Así conseguí superar la dura prueba de entrar en esta página. Por eso le estaré siempre agradecido, por eso y por ser mi hija, que más de dos veces es en si mismo un acto heróico, pues aguantar las diversas vicisitudes de mi vida no es fácil. Ahora que la que me aguanta con una inmensa paciencia es Aurora, mi mujer desde hace un cerro de años -el mismo cerro que yo soy su marido-. Lo de cerro es en varios sentidos, también en el de tener que subir las cuestas de la vida, de modo que a veces, más que cerro es montaña, pero siempre con la felicidad de ascender juntos, de caminar de la mano por las veredas de la vida, unas veces bajo el sol plomizo de la duda, otras desde el sosiego entusiasta de la concordia, pero siempre por el camino del cariño que es una fuente de agua fresca, manantial relajante en el lugar oportuno. Así vamos a llegar a la cumbre de nuestra vida, hasta alcanzar juntos el vértice geodésico de nuestro caminar. Contaba que mi hija me descubrió un poco más de ciencia, porque la sabiduría también está en buscar cada cosa y cada dato donde pueda estar encerrado. Otro día diré más cosas de la gente de mi casa, pues somos más, pocos más, pero aún faltan.
Otra subida a la Maliciosa es desde el aparcamiento de Cotos, por la loma del Noruego en un tendido y calmado ascenso, ganando visión, relajando el espíritu y sin tensar los músculos. La calma y la espranza como equipaje fundamental. Tampoco está mal llevar algo más de ropa de la que se piense necesitar, por si acaso. Nosotros utilizamos crampones para la última ascensión a la bola del mundo. Desde allí, por el collado del Piornal, la última ladera hasta la cumbre de la Maliciosa es un destello de luz y vida. La nieve agranda la visión del mundo, la felicidad hace las huellas de los que antes han pasado, más marcadas en la nieve. El corazón se agranda y hace un hueco para la Paz común. Es verdad, vamos siguiendo huellas y dejando huellas por el monte y por la vida. Seguramente ese será el sendero del Amor. La montaña es amor.
Por cierto a esta montaña también se la conoce con el nombre "La monja" por el aspecto monjil que tiene en medio de la nieve. Regresamos hasta venta Marcelino a lo del café y el refresco. De nuevo al coche, sin olvidar los ejercicios de estiramiento y relajación muscular. Y en casa.
Javier Agra

martes, 15 de julio de 2008

He subido a la Maliciosa

Un paso más. El aire que se esfuerza por alimentar mis pulmones, está en la brisa que rodea el rostro. Serpenteando entre las piedras que rodean el vértice geodésico, noto la sonrisa de la llegada. Complicidad entre todos los montañeros que coincidimos en la cumbre. 
Hace más de dos horas que aparcamos el coche en la Barranca, al final del desvió que sale del kilómetro cincuenta y siete de la carretera de Colmenar a Navacerrada. Estas horas de la mañana, el tráfico de fin de semana apenas se mueve, ilusionados montañeros salen temprano de la ciudad, la gente de la bicicleta que también ha madrugado, todos el compás del coro de las aves y entre los colores de la vegetación, vamos contando los rayos de sol que se posan acá y allá con el ritmo de una sinfonía siempre inacabada. 
Subimos por el arroyo de las Tijerillas. La montaña es como la vida, a veces el caminar es risueño, todo resulta fácil; de pronto aparece una pendiente sin final, pero salimos a un collado con humedales y fescor; a veces el camino es constante, pausado pero constante; a veces urge una parada, tomar agua, ver el paisaje, mirar lejos, ver el espacio en su conjunto, merece la pena, seguimos. Y, por fin, el collado, la brisa acompañará a partir de este momento. Jose y yo con nuestras perras Munia y Pipa nos miramos con esperanza renovada: hoy si lo conseguimos.
Es importante la compañía, impescindible para el entusiamo en los momentos de duda: este es el mejor camino, ánimo nos espera la cumbre. La fuerza del grupo nos empuja hasta abrazar la cumbre. La comida común, un momento de sosiego. Y bajamos, ahora por el Collado del Piornal y el regajo del pez. Siempre encontramos otras personas con el esfuerzo en todo su cuerpo y la felicidad en todo su espíritu.
En la fuente de la Campanilla, descubrimos a muchos paseantes. Aquí termina el esfuerzo, ya solamente nos queda acercarnos al aparcamiento. Tomamos el refresco del tiempo y el café y nos volvemos a casa. Una gran jornada. Otro día os contaré más posibles subidas, todas confluyen en el gozo de la cumbre de la Maliciosa. 
Javier Agra