sábado, 19 de diciembre de 2009

DE RASCAFRÍA AL REVENTÓN

Era noviembre. Frío y tiritona en la ciudad. Pipa y Munia, apoyadas las cabezas en los respaldos traseros, esperaban con el brillo en los ojos la llegada del coche a Rascafría. Aparcamos en la pequeña plaza junto a la iglesia de este pueblo de la sierra de Madrid.

Azul en el cielo y en la tierra la helada de la noche, el aire en los tejados y en los árboles murmullos de ventisca. Calle arriba - dejamos el templo a nuestra derecha - hasta llegar al barrio y la calle de las Matillas. Ir con Jose es tener el mapa de su memoria siempre presente, de modo que fue sencillo encontrar el campo de fútbol y el amplio camino que nos deja en la ruta segura de nuestro primer objetivo.

- Allá arriba está La Flecha. Después de un par de recodos, nos desviaremos por un pequeño sendero que traza su ritmo monte arriba.
- La ruta que tu tengas prevista será la más segura.

Y comenzamos la ascensión entre el monte de robles, en los pueblos donde yo comencé naciendo los llamábamos rebollas (con el tiempo me enteré que el nombre de roble-rebollo está aceptado por toda la tradición botánica y faunística). Monte arriba entre los robles, bajo nosotros las hojas del final del otoño haciendo nido a las aves y dando calor a la hierba enmarañada -  largas hierbas de otros tiempos enseñan el misterio de vivir, a brotes de estos últimos calores que ahora recordamos y notamos que nos faltan -.

¡En los pueblos donde comencé a nacer! ¡Viejos pueblos de Castilla! Porque cada persona vamos naciendo en diferentes lugares a lo largo de la vida; allí donde aprendes a mamar - primeros alimentos de sonrisa, aquellas caricias de mamá que ya nunca olvidarás - va haciendo tu vida, para siempre, sonrisa y caricia; también naces - cuando empiezas a ser un pequeño mozo - con los primeros paseos que recuerdas, entre piedras y árboles gigantes, cuando el trino de las aves te parecen misteriosas palabras de la naturaleza y  tomas el sonido del agua por el diálogo que de la tierra. Contestas y aprendes a hablar con las personas y las piedras, los pájaros y el viento; naces más tarde a la soledad; y naces a la tristeza; a la esperanza; a paseo tomados de la mano... y a sí vas naciendo poco a poco hasta que la vejez llega un día a saludarte y te encuentra en pleno acto de nacimiento a otro momento del camino del nacer... y sigues naciendo: ahora tus ojos estás más allá de las estrellas y del silencio... y vas naciendo al pasado y al futuro lentamente con los ojos brillando por otros sueños...


Aquí estamos, en La Flecha, después de pasar por el collado de las Calderuelas y luchar contra el viento y la cencellada. Las horas de cumbre fueron duras, pero de una hermosura, acaso, solamente almacenable para aquellos que lo vivieron. Recordamos el frío, pero sobre todo el brillo pálido de las plantas cubiertas de plata por el sol bailando con la música de las nieblas y la helada que durará varios días para dar majestuosidad a la montaña.

Allá lejos, espera el Reventón. Paso a paso, con el agua mojando la ropa ¡quién sabe si nos empapa el alma! continuamos la marcha. Han pasado seis horas desde que salimos del pueblo. Llegamos, con el rostro entumecido y el alma cálida, hasta el puerto del Reventón: completamos las expectativas. Retomamos la ruta verde que, en otro paseo anterior, habíamos dejado - cuando salimos desde la Granja - y volvemos hasta Rascafría. El camino - como fue hasta ahora - es inmenso en vistas y en hermosura. Los pinos salen a nuestro encuentro, más abajo volverán los robles-rebollos.

En algún lugar, a cobijo del aire que se irrita por momentos, comeremos aprovechando un cesto diminuto de sol. Hoy no nos sentamos, saltamos mientras comemos, para vencer al frío. Allá bajo, entre los prados, se ve pálido de arena el sendero que cruza los prados comunales - acaso antaño fueron eras para la trilla - y nos coloca en el pueblo, como si fuera magia, la magia de un paseo que se acerca a las nueve horas. Pero el tiempo es una menudencia en la montaña. La noche y el café nos obligan a mirar al reloj y nos comenta que es la hora. ¡De acuerdo! La llave en el motor y regresamos con las luces puestas: las del coche y las del corazón.

Javier Agra.

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