martes, 3 de agosto de 2010

AGOSTO

Agosto cabalga entre Leo y Virgo con pistoleras de plata. ¿Pensará, entre risas y recuerdos, disparar amapolas, llenar con sus brillos las plazas del mundo dónde se fabrican verbenas? Los campos están segados y las aceñas reciben el grano nuevo para fabricar las tortas – este invierno rebosarán de vida y comida las alacenas –. Van los carreteros masticando las últimas amapolas que sestean en el seco ribazo… “y sardónice es la piedra que cuadra con estos días” - me relata un mozo que va arreando el carro – “será por el amarillo que domina entre su color oscurecido”. Yo, que de esto se poco, le saludo agradecido.



Agosto me lleva del brazo por las llanuras segadas – en todas partes se escuchan canciones nuevas de codornices en fila familiar mientras miran a un lado y al otro antes de cruzar los viejos caminos por si pasa algún carro con sus cansadas vacas – y me cuenta entre misterios sus recuerdos de antaño: allá cuando las espadas repartían tierras y calendarios; eran los años de Octavio Augusto y sus triunfos sonados, entre clamores se adentra por la Vía Apia después de derrotar a Marco Antonio y Cleopatra; ¡pocos días tiene este Sextilis, yo lo quiero más largo! Y como los emperadores romanos podían cortar días – igual que cuellos humanos – decidió honrarse poniendo su nombre al mes de tales victorias.

Agosto cálido camina sediento por las calles y los prados – se están secando las fuentes entre los grillos musicales y las aves recién salidas de sus nidos –; dicen los refranes que está reñido con Baco y con Cupido, pues los calores que él mismo aporta no necesitan más colchones ni tabernas: “En agosto ni Venus ni mosto” Yo no comento este refrán que bastante tristeza encierra y donde llora el alma no se precisa dicción. Pero si los antiguos celtas lo dedicaban al dios Lugh y desde el primer día del mes lo llamaban lughnasadh será un mes festivo (tendremos que revisar nuestro refranero).

Agosto labrador y agorero nos traía las “cabañuelas” para indicar, según los doce primeros días, cómo resultaría cada mes del año siguiente. No temamos, por tanto, a este misterioso mes porque aún cuando los ríos sufren mayor evaporación, se condensa en nieblas y aguas para el futuro – el presente no es más que un punto en la corriente constante de los ríos que trotan sobre nuestras costillas arañando vida –. El sol caliente de agosto es “bueno para el azafrán, la miel y el mosto”. Entre siesta y siesta vamos pasando los días más calientes que van de Virgen a Virgen pero más tarde “por San Bartolomé, tormentas ha de haber” Y en agosto las tormentas son duras y violentas, seguramente por el miedo continuado a que se desparrame un violento pedrisco y se coma la fruta antes de madurar.



Agosto. He visto avecillas temblando de nieve en las cordilleras al mismo tiempo que hacen vuelos a ras de tierra buscando las escasas sombras y los pocos granos olvidados en los rastrojos de las mesetas. Todo es sudor o frio al mismo tiempo, porque la vida no tiene etiquetas. Ora es agosto embravecido y atronador – sepultura, ay, de tantos cuerpos frágiles entre la grava y el barro –, ora cálido y sosiego sobre una hamaca en sombras – mañanas al rumor de las olas entre el pensamiento y el paseo –, ora fuego entre la vegetación angustiada – antaño monte de vida agreste y hoy ruido silencioso de animales huyendo entre las trampas humanas –, ora sueño reposado entre la siestas del olvido – aquellos párpados que un día vieron salir la luna están sofocados entre las paredes de algún antiguo caserón –.



Agosto. Nombre viajero. He visto niños sin sueños y viejos sin brillo. He visto pistolas y estoques. He visto bosques y vida. Y con todos he conversado en silencio mientras gastaba, montaña arriba, las suelas de mis zapatillas – es decisivo restaurar fuerzas para encontrar el momento de arrancar, pues la calentura puede terminar por agostar los buenos deseos –. Sube, sube, siempre queda la cumbre de la vida.

Javier Agra.

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