viernes, 21 de octubre de 2011

LAS HURDES Y LAS BATUECAS (III)


Pasamos por una especie de viaducto construido hace ya unos cuantos años, tantos que posiblemente esté actualmente en absoluto desuso, pues lo embellecen musgos, arañas y diversidad de hierbas y zarzas. A la izquierda suena el río y las aves corean armoniosas el desfile de los chopos y los humanos – solamente mi hijo y yo hacemos este paseo, parece, en los últimos tiempos –; la sombra de la tarde entona plañideros sones entre nuestro pisar.

Ahí está, enterrada por el tiempo y la memoria, la entrada de la cueva donde hace siglos vivió una mujer, es “la Cueva de la Mora” allá cuando los mudéjares y los mozárabes eran fuente de cultura y convivencia. Jonatan y yo quedamos mirando hacia los muros y prendidos en la memoria del tiempo conversamos con la mujer que nos dice soledades y esperanzas de lirios y huertos comunes, porque era mora de otras tierras y teme no poder ser rosal de ningún jardín. Así van pasando los siglos inamovibles y sin piedad, de modo que somos extranjeros en todas las tierras y, no pocas veces, extranjeros de nosotros mismos.
Cuenta la leyenda, común en muchos pueblos del contorno, que en esa cueva hoy semienterrada y siempre escondida a los ojos del vulgo, vivió una mora encantada. Un pastor se acercó hasta la margen del río, donde ella tenía su casa, para abrevar a su ganado; sin darse cuenta o tal vez llevado por la curiosidad de los dichos que circulaban por la región, se aproximó hasta su cueva. Seguramente el azar quiso que tuviera colocadas sus baratijas a modo de exposición a la puerta de casa-gruta. La cantarina mora invita al mozo pastor a acercarse hasta sus pertenencias. El pastor que no se quiere malquistar con nadie y menos con aquella de quien, sin duda, ha oído muchas supercherías, se acerca cauteloso; descubre la utilidad de algunas cosas por su uso diario, más al carecer de marbetes ignora los nombres de diversos utensilios.
-          Acércate, no seas mandria.
-          Tienes muchos utensilios y cachivaches a la puerta de tu cueva.
-          Pura filfa. Inútiles posesiones.
-          Seguramente te servirán de mucho – Contestó el mozo.
-          ¿Qué prefieres de todo lo que ves?
-          Sin duda las tijeras. Con ellas podré intentar esquilar mis ovejas.
-          Serán para cortarte la lengua – Exclamó la mora.
Y continúa la leyenda asegurando que emprendió una feroz carrera tras el pastor. Y continúa asegurando que le dio alcance. Más tarde el pastor, en la majada, narró por señas lo ocurrido y – dice la leyenda – que los más viejos pastores le aseguraron que aquella era una mora encantada a la que tenía que haber contestado que era a ella a quien más quería de cuanto estaba ante sus ojos. Esa respuesta le habría enriquecido a él y a ella le hubiera desencantado.
Pero así son las cosas, cada uno continuó viviendo en sus soledades y en sus idas y venidas. Lo que en este episodio haya de verdad, de fantasía o de creación popular, descúbralo cada lector. Nosotros nos volvimos por donde habíamos llegado a la cueva como mancuerna silenciosa. Más tarde, mientras roncaba entre las mullidas sábanas del alojamiento de “La Olla” creí escuchar a la mora, Jáncara encantada, pregonar sus posesiones y sus gracias. Pero me despertó un ladrido del perro que duerme por los alrededores y como ya se despuntaba la aurora, entendí que era el momento de continuar otra jornada más. Mi hijo Jonatan terminará las tareas del recogido y saldrá dentro de un tiempo prudencial en la bicicleta.
 Aquí dejo plasmada la entrada de los alojamientos rurales "La Olla" en las Mestas.
Javier Agra

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