lunes, 21 de julio de 2014

MONTE TUBKAL: DE MARRAKECH A AREMD



Más allá del mar, la tierra de Marruecos es árida; el suelo cobrizo nos llama diez mil metros más abajo. Obediente, el avión comienza un descenso imperceptible e inexorable. Las cercanías de la gran ciudad de Marrakech se presentan ante los viajeros con numerosas y muy cuidadas huertas de frutales y vegetación verde, mezclada con otros espacios baldíos. Frutales de regadío juegan entre la tierra seca. El avión, ajeno al espectáculo agrícola hace su trabajo a la perfección y nos posa como ave de suave pluma en su caliente nido de asfalto.

Aquí tenemos a los dos pacientes montañeros esperando turno para el asunto del sello del pasaporte; tiempo suficiente para hacer planes, mandar mensajes…calma en el mediodía del aeropuerto…superamos la espera…; aquí tenemos a los dos inocentes montañeros esperando sus mochilas facturadas…una mano que sale de algún escondido espacio nos arrebata los bultos y antes de que podamos respirar los ha cargado en un carrito y nos indica que le sigamos…después de pedirnos la propina; aquí tenemos a los atónitos montañeros con la propina en la mano sin tiempo para pensar que somos suficientemente hábiles como llevar nuestra propia mochila por un aeropuerto…

Por entre esas dos cumbres pasa el camino hacia el Tubkal. La vista es desde el Refugio al que aún no hemos llegado en esta descripción. Pero todo se andará, amigo lector.

La empresa que nos ha gestionado el viaje ha trabajado bien. Ya nos está esperando el hombre del taxi con el pactado cartel, solamente tenemos que seguirle absortos en este mundo superpoblado de maletas y de diversidad cultural que es un aeropuerto…éste, por cierto, es muy hermoso. Jose me indica que me fije en la construcción de su vistosa visera de arabescos, en la vegetación que adorna en entorno y el exterior…Jose, que ya está tomando tierra, me llama a la realidad; yo sigo aún un poco amamplado entre el aire y la novedad.

El taxi, es un viejísimo Mercedes en el que nos dirigimos hacia Tahanout, por una carretera que se me antoja entre pasable y buena. Salimos por una parte moderna de la ciudad construida en ladrillos y tierras rojas que brillan a esta hora de sol cenital. En nuestro rápido paso por la carretera se intercalan amplios campos de olivos con espacios de secarral tendente al desierto. Como murallas laterales, kilómetros de chumberas en plena entrega frutal; muchos muchachos están recogiendo los higos y llenan diferentes recipientes que ofrecen, como venta, junto a la carretera; no pocos, tapan los frutos con ramas o con hierbas para protegerlos del sol y de las moscas.

Poco a poco llegamos a Asni, la carretera va pasando de pasable a “¡vaya, vaya!”. En esta amplia población aumentan sus construcciones modernas. Nos cuentan que la emigración manda dinero a esta región y es uno de los factores de crecimiento; a los montañeros les resulta familiar ese sistema de acrecentar la riqueza de una nación. Al salir de esta localidad, se termina la llanura, entramos en el parque nacional del Tubkal, la carretera está entre “¡vaya, vaya!” y “¡¡¡cuidado!!!”.

Llegando a Aremd tenemos esta preciosa vista de Imlil y del valle por el que llegamos.

Estamos dirigiéndonos hacia Imlil, la cabecera de la mayoría de las rutas hacia el Tubkal. El terreno es cada vez más montañoso. Nos cuentan que hace veinte años se puso este asfalto que hoy permite pasar por aquí a cualquier coche. Yo tardaría más tiempo en el recorrido que el empleado por nuestro taxista; los montañeros estamos ahora admirados del absoluto aprovechamiento de la vegetación: las montañas están pobladas de sabinas, el estrecho valle por el que culebreamos hacia nuestro destino de esta jornada está poblado por numerosos frutales; de este modo la vegetación está toda aprovechada para ser alimento de los habitantes de la zona y aún dedicar una parte a la venta. El agua escasea, pero está toda dirigida a la producción vegetal.

Imlil es una población por la que transita el turismo. Imlil está a la sombra de numerosos nogales. El hombre del taxi nos deja en manos de nuestros dos acompañantes de los siguientes días: Brahim será nuestro guía, Hassan guiará la mula que transportará nuestras pertenencias hasta el refugio y será nuestro cocinero; los montañeros estamos deseando que comience su tarea culinaria pues hace un montón de horas desde nuestro desayuno en la lejana Madrid. El hombre del taxi agradece la propina y vuelve a retomar su vida… el hombre del taxi tendrá vida seguramente, como cada persona de esta tierra, pero nosotros ya no sabremos nada más de él: cada persona somos un breve tránsito para la mayoría de las personas con quienes coincidimos circunstancialmente.

Imlil mira al Tubkal. Esa montaña de la fotografía es una cadena montañosa previa a nuestro añorado Tubkal.

Imlil mira al Tubkal. Nosotros vamos a subir trescientos metros más arriba hacia la localidad de Aremd. Imlil es una población estrecha y muy larga que nosotros vamos a cruzar a pie hasta su parte alta, entre nogales y manzanos, entre puestos de venta y muchachos que juegan al futbol, entre bullicio y deseo de montaña. Pasamos un puesto sanitario, algo así como un ambulatorio que “se utiliza cuando es necesario”, más arriba termina el pueblo y sale a la derecha el sendero que nos llevará a Aremd. Sendero cubierto por un verdadero bosque de nogales que nos dará sombra durante más de la mitad de la ascensión.

Se terminan los nogales, salimos al sol de estos pueblos bereberes de Marruecos donde el tiempo se ha detenido cuando el mundo era silencio y sosiego; el sendero se vuelve una pista por donde pueden pasar coches, afortunadamente no pasa ninguno. Caminamos acompañados por el sosiego silencioso. Hemos llegado, nos indica Brahim que es nuestro guía. Aremd es un pueblo disimulado entre grandes rocas…

Javier Agra.

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