sábado, 25 de abril de 2015

DE COTOS A CUERDA LARGA



Son necesarios los crampones. La nieve está aún firme en la ladera norte de la Sierra. La nieve brilla destellos de esperada fraternidad solidaria y extiende su luz más allá de las pupilas, más allá de los amaneceres de la primavera; la solidaridad del brillo de la naturaleza regará de paz los días aún no inventados, pero será un mañana de luz para toda la naturaleza y para todas las personas.

Cabezas de Hierro desde el aparcamiento de Cotos.

Entre pinos y luz amanecida, los montañeros caminamos unos pasos por el sendero que va hacia el Refugio del Pingarrón, para bajar por la ladera que desciende entre el chapoteo del deshielo hasta el puente de madera que cruza el Arroyo de Guarramillas, muy cerca ya del Angostura; estos primeros momentos los hacemos entre cantos de agua y arroyos, ahora estamos ya en la musicalidad de las Cerradillas.

Van los montañeros entre saludos y magia atravesando los cuatro arroyos cada vez con más nieve. Nos hemos detenido unos instantes a la vera del camino para contemplar el “pino que llora”. Lleva muchos años inmóvil en esta risueña Sierra del Guadarrama; reclama, desde su silencioso llanto, una atención a la tierra, a la humanidad, al futuro…


Circo de las Cerradillas arriba, los crampones son imprescindibles. A nuestra izquierda quedan los Pulmones de Hierro Mayor, estamos ascendiendo una pendiente de esfuerzo y lumbre de nieve. Callan los montañeros, las chovas vuelan en conversación con la libertad del aire, el águila calzada busca compañía a su contumaz soledad en nuestra lenta subida, alguna lagartija salta entre las peñas que despuntan sobre la nieve y espera localizar el punto donde se posa el rayo de sol más caliente.

Los crampones cosen nuestros pasos a la nieve suave bajo el sol de primavera. A nuestra izquierda, sublime y enhiesto, Hierro con su doble cerviz que mira al cielo; los montañeros ponen los ojos en la cima y suben más allá entre el vuelo de los buitres y el silencioso azul para mirar sin ver hacia las tierras lejanas, hacia más allá de los inmensos mares; los montañeros, que están llegando a las lomas de división de aguas y de valles, miran hacia la inmensidad porque desde las cumbres el corazón salta siempre más allá de cualquier límite, hasta la fraternidad universal.

Estamos de regreso. Arriba quedó La Cuerda Larga con el Pico Valdemartín.

Regresamos por el Collado de Valdemartín, comenzamos a subir hacia su cumbre y nos desviamos montaña abajo buscando de nuevo el Arroyo de las Guarramillas entre el sosiego y la lentitud. La más pequeña de las montañas es más gigante que el más aguerrido de los montañeros; cualquier montaña conversa al corazón y sabe hablar de la sencillez y de la inmensidad de la vida, de lo inmediato y de lo eterno del tiempo.

Entramos en el aparcamiento de Cotos con el bullicio de personas desde el silencio musical del corazón envuelto en montaña, henchido en nieve, fatiga y paz.

Javier Agra.

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