viernes, 28 de julio de 2017

AINIELLE



Tal vez recordáis, alguno de mis amables lectores, el libro de Julio Llamazares “La Lluvia Amarilla” que yo adapté al teatro para representar en mi despedida como educador del Instituto de Parla (Madrid) donde pasé treinta y tres años (estoy emocionado aún de las muestras de cariño por parte de muchísimos alumnos de las diferentes promociones).

Este mes de julio hice un viaje al Pirineo de Huesca, del que escribiré, como dicho tengo, cuando me siente varios días seguidos ante el ordenador; en una de nuestras rutas, partimos del Barranco de Oliván y pasamos por Berbusa antes de llegar a AINIELLE. Lo que fueron casas y calles del pueblo, hoy constituyen desolación de imposible reconocimiento; ante sus recuerdos lloré un instante.

Pero me quiero referir a la hermosura del paisaje, a la grandeza del entorno, al valle que debieron ver algunas personas hace cuatrocientos años y decidieron fundar allí su futuro y el futuro de sus familias. El arroyo y su serenidad, el frescor de la hierba de sus praderas, la abundosa vegetación que entronca con el cielo en lo alto de Sobrepuerto fue, sin duda alguna, un reclamo para el corazón, el trabajo y la calma.

¡Estoy en Ainielle! Cierro los ojos y comparto mi lamento y mi entusiasmo para que se una al lamento y al entusiasmo de aquellas personas que viven en el recuerdo de este pueblo ya vacío para siempre de habitantes.

Ainielle está a más de mil trescientos metros de altitud, lejos de toda desdicha y sin embargo, los siglos llevaron la desdicha al pueblo de Ainielle que quedó vació y destruido, ahogado ya entre la maleza. ¡Cuánto trabajo se adivina en el sendero que sube desde Berbusa! ¡Cuánto cariño y esfuerzo permanece en la construcción de sus huertos!

Ni aún otros cuatrocientos años bastarán para ahogar el palpitar de aquellos corazones que pasearon calma y esfuerzo, pasión y alegría, entusiasmo y sosiego por aquello que fueron calles y hoy son ortigas, zarzas, musgo, hiedra y carcoma. El sol sigue calentando los antiguos huesos, los antiguos espíritus de lo que fue AINIELLE.

Javier Agra.

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