viernes, 28 de diciembre de 2018

CUEVA DE SAN GENADIO Y VALLE DEL SILENCIO



Valle del Silencio. Vista desde la Cueva de San Genadio.

Entre el río Oza y el montañoso bosque de esta parte del Bierzo, apenas dejan resquicio para una estrecha y serpenteante carretera que nos lleva desde Ponferrada hasta Peñalba de Santiago. Estamos en los días primeros de este cálido otoño. Dejamos la mochila en el coche porque para llegar a la Cueva de San Genadio parece que no será necesaria su provisión.

Entorno montañoso de la Cueva de San Genadio en el Valle del Silencio.

Unos pasos más allá de la iglesia mozárabe de Santiago de Peñalba, sale pueblo abajo un estrecho camino asfaltado que pronto se mudará a camino de tierra. Vamos a la sombra de robles y castaños en un bosque que encierra hadas y cuentos entre el sosiego y la soledad de la mañana. Esta comarca del Silencio hace honor a su nombre mientras sorteamos curvas y hayas antes de llegar al Arroyo de Peñalba con diversos saltos graciosos de gua.

Cruzamos el Arroyo de Peñalba sobre su puente de madera.

Lo cruzamos sobre un puente de madera y continuamos el camino en sigilosa conversación y tenue ascenso; nosotros que somos montañeros queremos conservar el asombro de este lugar de colorido sonido de agua y de pájaros. Estamos bordeando la Cruz del Pico, ascendemos por las faldas iniciales del Valle del Silencio con su arroyo del Silencio a nuestro lado. Admiro el valor de San Genadio y siento que yo también podría quedar fascinado por esta naturaleza infinita de soledad y corazón de vivaz naturaleza.

A nuestra izquierda se pierde un camino, por el que regresaremos más tarde, con un cartel que indica que por aquí se llega a Peñalba de Santiago. Continuamos de frente en busca de la Cueva de San Genadio. Aumenta el remanso de agua, aumenta el caudal en forma de meandros y de diminuto delta; hoy podemos pasar con comodidad entre las raíces y las piedras hasta dejar atrás el Arroyo del Silencio bajo su puente de madera.

El Arroyo del Silencio tiene su puente de madera.

El sendero se estrecha y se hace más agreste para ascender por una mística ladera entre encinas y rayos de luz mañanera. A nuestra espalda se abre, inmenso y radiante, el Valle del Silencio; abajo va ganando profundidad del Arroyo del Silencio mientras nos acercamos con emocionada curiosidad y reverente unción a la Cueva de San Genadio.

Llegamos con silencio y unción ante la Cueva de San Genadio.

La cueva está acondicionada a modo de ermita con una humilde adecuación a la cueva antigua donde San Genadio moró largas jornadas. Desde aquí se divisa el pueblo, las montañas, la vida, las aves, el agua, la luz inmensa, el cielo… Desde aquí se contempla la lentitud austera del pasado, desde aquí se recuerda el presente que vive veloz en el instante acaso irreflexivo y en incesante cambio. Me siento bajo una encina a la entrada de la Cueva para recordar en el corazón que la naturaleza y la vida tienen ritmo lento y sosegado.

Interior de la Cueva con su imagen de madera sobre una peana esculpida en la roca, tras el altar. Ese pequeño atril que aquí observáis, también hace de ambón en las ocasiones que la liturgia lo requiere.

Regresamos sobre nuestros pasos hasta el camino que dicho tengo; camino que nos llevará hasta el pueblo entre grandes farallones bajo los Montes Aquilianos. Entre castaños viejos y juveniles árboles dejamos atrás una cascada, el cementerio, el sosiego del monte y entramos en el pueblo en sosiego, en el momento del primer bullicio del turismo que comienza a romper el misterio de paz del Valle del Silencio.

Javier Agra.

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