viernes, 29 de noviembre de 2024

ESTAMPAS: FINCÓN

 



Se llama “FINCÓN” a esas grandes rocas que, hincadas en el suelo, se espaciaban por las paredes de los terrenos de estos pueblos de León y de Castilla para después rellenar sus intersticios de piedras de menor tamaño. 

Seguramente por aquellos años en que Luigi Boccherini (Lucca 1743 – Madrid, 1805) estaba componiendo su prestigiosa Sinfonía número 6 o alguno de sus numerosos conciertos de cámara donde sobresale el sonoro violonchelo, instrumento del que fue un virtuoso intérprete. Por aquellos años, digo, estos pueblos seguramente tenían un número de habitantes muy similar a los que hoy caminan por sus asfaltadas calles; eran años de trabajo cooperativo, guiados por otros conceptos de la vida y porque la ayuda mutua era necesaria para el trabajo y la supervivencia. 

Sonaban las campanas del templo del pueblo y unas cuantas personas salían para la hacendera, juntos caminaban hasta las tierras y allí se ayudaban a poner “los fincones” que por su tamaño eran muy pesados y grandes, pero sí podían moverlos y colocarlos en su lugar entre varias personas. Más tarde, cada familia se ocupaba de su tierruca hasta completar la pared. 

Eran tiempos de existencia más breve que en nuestros días, eran tiempos en los que era menester estar atentos a las necesidades de los otros vecinos del lugar; la maquinaria era aún una entelequia lejana en el tiempo y en la economía de supervivencia de aquellos nuestros antepasados que trabajaban unidos, unidos departían en el descanso de sus sudores a la sombra de algún grupo de robles cercanos. 

Hace más de doscientos años, aquellos antepasados nuestros dejaron memoria de su existencia en estas enormes piedras que hoy contemplamos al pasar por el camino que une Moveros y Fornillos. Yo me siento en estos restos de pared, en estos fincones de antaño y converso con aquellas gentes de otros tiempos que vivían más despacio, que estaban atentos a los que tenían cercanos, que miraban unos por otros como se mira por los hermanos. 



ESTE ES EL RESULTADO DE AQUELLAS ANTIGUAS PAREDES que crecían en torno a los fincones. Cada cierto trecho, dejaban una gatera para que pudieran saltar los animales de una pared a otra. Seguramente también fueran trampas con lazo para, si alguna liebre quedaba enganchada, tener carne para la familia durante algunos días. 

Estos FINCONES de hace más de doscientos años traen a mi memoria siglos de música antigua, de literatura descubierta en mis años de infancia, de juegos cuando después de la escuela correteaba con los otros niños del pueblo por entre el reguero y las huertas, por entre las rebollas y los perales. Y me traen la memoria de aquellas veladas en Los Cantones mientras esperábamos el rebaño de ovejas y el tío “Luterio” contaba antiguas historias...

Javier Agra  

No hay comentarios:

Publicar un comentario