Desde el embalse de la Jarosa se llega por escarpados y sencillos caminos hasta el Asiento del Roble y un poco más arriba a la Pradera de la Pinosilla, como describí más detalladamente en la anterior entrada de mi blog. Es aquí, en la Pradera de la Pinosilla, donde quiero descansar esta tarde de diciembre con el sol en su cénit y el brillo de los pinos alumbrando hacia el cielo.
Esos pinos que llevan ahí, reposando silencio y fortaleza, más de doscientos años. Nacieron con el Museo del Louvre, mientras Mozart (Salzburgo 1756 – Viena 1791) componía su música hoy conocida en toda la latitud de la tierra, cuando Haydn (Rohrau 1732 – Viena 1809) daba forma a la magnífica sinfonía de La Creación en 1798. Cuando Goya (Fuendetodos 1746 – Burdeos 1828) creaba con sus innumerables pinturas.
Dicen los textos que este PINO SINGULAR es el más antiguo de los catalogados en la Comunidad de Madrid, con veinte metros de alto y algo menos de cinco metros de diámetro.
Me siento en la Fuente de la Pinosilla a contemplar el tiempo y los siglos que pueblan mi alma, el silencioso entorno… Sí, descubro cada día en la montaña que los trinos de las aves, el susurro liviano de los helechos, el silbido tímido de las jaras y aún el férreo batir del viento en las ramas altas de los árboles… es silencio que se instala en el corazón y purifica los pensamientos.
Un corzo sale de entre el pinar, seguramente ha bajado desde Cabeza Lijar por la vereda que yo abandonaré dentro de un rato para seguir hasta el Cerro de los Álamos Blancos, me mira un momento asombrado de que un humano no esté haciendo algún ruido molesto para sus oídos y para la naturaleza. Miro al corzo y le indico que puede pastar descuidado de mi presencia, pues estoy meditando la vida y llenándome de la eternidad pacífica del entorno. El corzo ha aprendido que los humanos somos difíciles de entender y es mejor no platicar con nosotros. El corzo me mira en silencio, de inmediato levanta la cabeza y sale corriendo a grande saltos.
Fuente de la Pinosilla.
De la Fuente de la Pinosilla mana un hilo de agua que trae a mis manos el resumen de la montaña, la dulce serenidad de la naturaleza entera. Miro su hilo y en sus gotas contemplo la canción de eternidad que nace en mi alma; agua siempre en movimiento y siempre eterna, agua para mi sosiego y para mis manos temblores de algún ignorado poema. Con el cuenco de mis manos construyo un vaso del que bebo su vida y con mi mano le entrego al agua mi susurro y mi palabra, mi caminar y mi reposada espera.
Después continuaré hacia el Cerro de los Álamos Blancos, mas ahora déjame que acaricie en tu murmullo las sienes de siglos de la montaña, Fuente de la Pinosilla que eres agua y vida desde hace siglos, que eres novedad en cada instante y para todo caminante que por tus reflejos pasa.
Javier Agra.
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