… Y finalmente llegamos a León.
Este año no haremos más Camino salvo el continuado camino interior que nos lleva hacia la conversión y la conciencia de que somos personas siempre en movimiento hacia la eternidad.
Desde Robles de la Valcueva cuando el sol despliega sus pinceles sobre los montes redondos de estos parajes para dibujar las bandadas de pájaros que pasan en imperceptible vuelo silencioso, las margaritas y las flores todas de la ladera, los robles que amarillean a esta altura del otoño, cuando el sol explosiona en luz sobre la naturaleza entera y llena de reflejos y de brillos de múltiples colores el mundo del entorno, Pepe y yo llegamos al apeadero para esperar al tren que nos llevará a León.
Pepe y yo dejamos de ser peregrinos del Camino Olvidado de Santiago, para continuar el peregrinaje de la luz y de la paz; silba lejano el tren y de pronto aparece tras una curva como un tropel de caballos que quisiera pasar por encima de nuestros frágiles cuerpos; lentamente disminuye la velocidad y se para, con una respiración casi quejumbrosa, a nuestro lado. Pepe y yo pensamos que el tren agradece que esperemos en el apeadero para poder él detenerse y descansar de su trote entre el hierro y las rebollas.
La luna y el anochecer en el interior del claustro de la Catedral de León.
El tren emplea una hora en llegar a León.
Ahora estamos paseando nuestras mochilas y nuestros recuerdos por estas calles visitadas en otras ocasiones con motivaciones diferentes. Pero hoy hacemos los últimos kilómetros de los peregrinos que estamos dejando de ser. Los árboles de Papalaguinda, eterno paseo donde desde antaño llegaban los enamorados a “palpar la guinda” entre charlas, silencios y arrumacos; el Bernesga que después de sus carreras por el Puerto de Pajares y sus peñas saltarinas, llega hasta la ciudad con la serenidad de los chopos y los sauces; nos dan sombra y sosiego de hojas y de agua.
Catedral de León.
San Marcos allá a al fondo, donde vivieron reyes, donde sufriera cárcel el poeta de las sátiras, la picaresca, los duelos… Quevedo siempre disputado y sublime siempre. También nosotros nos sentamos para acompañar al peregrino de bronce que pasa sus días aguantando solaneras y chubascos, calores y ventarrones… peregrino que recuerda nuestra incesante vida.
La Plaza de Guzmán el Bueno (señala con su mano hacia la estación como diciendo: “Si no te gusta León ahí tienes la estación”), La Avenida Ordoño II que reinó en León durante diez años y permanece enterrado en la Catedral, San Marcelo plaza historiada con el templo dedicado al patrón de León San Marcelo, la Casa de Botines obra de Gaudí, el Palacio de los Guzmanes y otros edificios de hermosa factura, San Isidoro de grandiosa edificación románica en el que destaca el Panteón de los Reyes con una policromía llena de luz. Más allá el arco de la Cárcel, puerta testigo del asentamiento de los romanos en la ciudad, con las modernas aventuras de “El Genarín” y otros barrios de León que se salen del “mapa turístico”.
Claustro de la catedral de León con esculturas de los apóstoles. El primero es San Juan, el segundo San Judas Tadeo
El Barrio Húmedo y la ciudad vieja para almorzar, tomar un vino con los inmensos pinchos que acompañan, visitar murallas de diferentes épocas de la historia… León del turismo, del silencio, del bullicio, del arte, del recuerdo, de la humanidad entera esculpida en estos muros y estas calles durante siglos…
Y la Catedral, dedicada a Santa María de Regla, de larga historia hasta su estructura actual de un gótico admirable y admirado por multitud de visitantes y también por decenas de peregrinos que en ella confluyen cada día para hacer turismo o para orar. Aquí permanecí una largo tiempo en oración incluida la participación en la eucaristía. La Catedral, luz celeste entre nosotros para recordar que en pocas horas regresaremos al hogar, sabedores de que continuamos nuestra peregrinación hacia el Hogar eterno de la altura, de la luz, de la igualdad, de la paz…
Javier Agra.