viernes, 10 de julio de 2009

PEÑÍSCOLA

El trabajo de recuperación de la flora de las dunas marinas, en la playa sur, es un esfuerzo importante. Por eso -y por otras razones- le pedí a mi hija una instantanea. Todas fotos que aparezcan en estos artículos sobre Peñíscola son de María.

Siluetas. Y el mar pone los sueños.

Los brillos de la tarde serpenteaban entre las olas del mar buscando caracolas y lumbres azules entre las perlas y los silencios del pasado. Hoy era yo llamando a la puerta de San Pedro, bajo el escudo pétreo del que fuera, durante algún tiempo, Benedicto XIII (el papa Pedro de Luna), mas sobre el enlosado de Peñíscola suenan los cascabeles del pasado.

Mientras subo desde el portal de San Pedro por la Muralla de la Fuente, bien puede ser esta sombra que camina junto a mí, la de algún antiguo romano que medita a mi lado en esta población que es "casi isla" (paene insula) decía él, con su pensamiento latino. Seguramente algún habitante de este pueblo, en otros siglos, habrá tenido que entrar o salir del lugar en alguna embarcación diminuta pues el mar cubría en los temporales y tormentas la zona por donde hoy comen helados y se ríen los turistas en su solaz de fiesta, entre las playas del norte y del sur.

Acaso algún antiguo personaje - allá por los tiempos de los celtas - soñaría que el Bufador era una llamada de las sirenas o algún canto mágico que convocaba a la guerra. Seguramente el Bufador era antaño el lugar de encuentros mágicos cuando el agua del mar quería subir con su furia pueblo arriba a descansar en lo más alto de las piedras.

El agua - esta vez para refrescar las gargantas secas - siempre ha tenido presencia en el interior de Peñíscola. Hasta trece fuentes naturales abastecían a sus habitantes, para subsistir durante los numerosos y prolongados asedios a que fueron sometidos. Seguramente, sus gentes agradecidas edificaron, en los siglos nuevos - corría ya el diecinueve - la ermita de Santa Ana cerca de la puerta de Santa María; ermita poco visible, recogida. Cuenta la leyenda que fue Santiago el apóstol, quien suplicó manar a las piedras para que nunca faltara el agua hasta el día de hoy (pero qué lugar no cuenta sus orígenes con leyendas).

El portal Fosc con el escudo de Felipe II nos aposenta en el parque de artillería, hoy formidable parque botánico: ¿nos quieren recordar a cada instante, que es más hermoso el aroma de una planta que el terror de un cañón en erupción?, ¿que es más fructífero un asiento a la sombra entre los rayos del sol que los túneles y las bombas con su rostro de terror?

También está la Virgen de la Ermitana, patrona de la ciudad. Y la parroquia del pueblo, con sus arcos románicos, acaso lo más antiguo que se conserva, en competencia siempre con el trozo de la muralla medieval; y el trozo de calle que ahora está escondido bajo una alcantarilla de desagüe de una calle actual. Cerca de esta parroquia, entré a comprar una botella de yogur - el calor era brutal y quería sentarme a esperar que la solanera se apaciguara - y conversando con el dueño me indicó un paseo por las playas junto al mar - otro día contaré este paseo -; le agradezco su información y su amabilidad más allá de lo que acierto a expresar. Paro otra ocasión dejo también el castillo y mis conversaciones con el Papa Luna.

Enrevesadas calles moriscas, como rayos que se esconden pueblo arriba; las dos calles paralelas que edificaron los borbones para cruzar la localidad en línea recta. Los tres palacios: hoy casa de la cultura y la juventud donde estuvo la casa del Comendador; la casa del médico; el palacio de algún duque, actualmente el magnífico hostal del Duc. Lo que fue horno del pan del pueblo, hoy es una discoteca.

Sentados a alguna sombra aún podemos conversar con el espíritu del Rey Lobo -Aben Mardanis- que en el primer tercio del siglo trece mantuvo un reino independiente frente a los invasores del norte de África; acaso con el poeta Alí Albatá quien, con las armas de su voz, negoció con el conquistador Jaime I y dejó entera la ciudad; o con Jaime Sanz de quien dicen que fue zar de Rusia, antes de regresar a fundar escuelas en su Peñíscola natal. En cualquier caso, encontraremos gentes del pueblo con quien podemos conversar sin tiempo y en busca de la paz.

Javier Agra.

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