lunes, 27 de julio de 2009

SIERRA DEL QUINTANAR

Ana y Jose en la cumbre de la Majada Pielera, el punto más alto de la Sierra del Quintanar. 2004 metros

Trasto dice que ya esperó suficiente para salir en la foto. Pipa, sueña que ¡por fin! la dejan sentarse un rato. Es la ventaja que le ve a las fotografías: mientras posa no tiene que caminar.

Amanece en Guadarrama. La Mujer Muerta comienza a desmorirse con los rayos primeros de este caliente julio. Comienza a desmorirse, porque si nosotros nos desvivimos también nos desmorimos; nos percatamos de la soledad y la tristeza y entonces saltamos hacia el futuro y, con lento caminar, nos vamos desmuriendo de la angustia. Como la Mujer Muerta este amanecer. Se despereza en el momento en que aparcamos el coche en la antigua carretera de Segovia, pasado el kilómetro ochenta y uno.
Nosotros no la vemos espurrirse, porque nos ocupamos de las botas y los perros; de la encina que abre para nosotros sus brazos. Pero con el primer sol la Mujer muerta se desmuere poco a poco y el eíre se envuelve del vaho que nace de su respiración de colosa. Guadarrama lumisoso, cuánta nostalgia encierran tus cumbres y los brillos de tus laderas.

Unas breves curvas nos sitúan sobre la vieja cañada real soriana. Una puerta - como en los misterios de las novelas - y al fondo una granja. Vamos, allí comienzan las señales del G.R. 88. Unos ciclistas nos sonrien y nos adelantan entre el sudor y el casco cuando comenzamos el sinuoso ascenso por el pinar: su sombra nos acompaña hasta el Portachuelo. Después vendrán las fuentes: las dos primeras con su caño de agua. Pipa y Trasto las disfrutan y las agradecen con inmensos lametones y con revolcones en los diminutos arroyos que desde ellas nacen; ¿o será que también el agua ayuda a desmorir? Porque antes de las fuentes su caminar es quedo y lánguido, con el agua saltan y hasta el morro ha adquirido otro brillo.

En las vegas del Portachuelo pacen emjambres de vacas. Las vacas cada día también se viven y se multiplican: en leche, en alimento, hasta en sustrato de abono para la tierra. Desde esta altura, con el sol sobre sus lomos, tienen colores de ilusión, pues hemos visto vacas azules y rojas. Trasto, inquieto y audaz, las ve de cerca: Trasto en un perrro joven que a esta sierra nos acompaña. Ana, que vive en casa de Trasto - igual que Jose vive en la de Munia y a mi me deja Pipa vivir en su casa -, le llama y asegura que no son perros crecidos, que tienen peligro en sus cuernos y en sus patas.
El Puerto de Pasapán.
Seguimos nuestro camino, monte arriba hacia la Sierra del Quintanar. Poco a poco, desde nuestra altura, vemos lejana la altura de la Mujer Muerta - ahora ya hace rato que ha desmuerto totalmente, ahora ya está viva y seguramente conversando con los viajeros que han pasado a visitarla enta mañana -. Poco a poco hemos llegado a la cima donde antaño construyeron un refugio, permanece la caseta con su construcción primera y su respiración pausada: el tiempo tiene la respiración pausada para mover los inmensos pulmones de sus cumbres, de sus mares, de sus frondodo valles y las misteriosas selvas. Seguimos hasta la Majada Pielera después de una subida superior a los ochocientos metros de desnivel. Allí le pedimos tiempo al tiempo - nos lo concede sin dudarlo -.
Comida entre los pinos y los matojos.
Hemos terminado el agua.
Nos queda el sosiego.
Pipa y Trasto dormitan a la sombra.
Segovia aquí mismo, Madrid detrás de aquellas sierras y el mundo en cada respiración.
Entre hipotenusas y atajos estamos quitando las botas a la sombra de la encina. Han pasado siete horas y media: Trasto y Pipa descansan sobre al asfalto fresco, bajo la sonrisa de la encina. Sobre nosotros sestea silenciosa la Mujer Dormida, ya no está muerta.
Javier Agra.




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