martes, 27 de octubre de 2009

SIERRA DE BEJAR (I)

Las Lagunas del Trampal a nuestros pies, son de origen glaciar. Han conservado un valle que relaja el espíritu y sosiega la vista. Hasta ellas llegan ríos de gente, acaso para buscar la humildad de la tierra.

Hacemos cumbre en la Loma del Calvitero. Primera meta de nuestra jornada.

He aquí un nombre discutido desde su mismo nacimiento. También Candelario podría dignamente darle nombre a esta maravillosa Sierra. No pocas veces se la nombra, sin más, como Cuerda del Calvitero. Sea como fuere, merece una visita y aún cien poemas inspirados, por magnífica, hermosa y variada.

Desde Madrid, el motor del coche apenas ronronea con las estrellas de la madrugada. No quiere morder el sueño de las gentes que duermen su sosiego de una semana de agobios y horarios. Sin tiempo - hacemos un quiebro a las estrellas - y las dejamos indefensas ante nuestra salida por la M-40. Acaso, pienso en mi asiento de copiloto del coche, las estrellas no están para vigilar nuestros movimientos sino para sonreir las iniciativas madrugadoras. Puede ser que, más tarde, tengan audiencia con el sol y le vayan dando cuenta de las variaciones que se producen en la tierra durante la noche.

Piedrahita: gasolina y desayuno. Y a las ocho y media aparcamos el coche en el Travieso, al pie mismo de la Sierra. Antes, al pasar por Bejar, el río Cuerpo de Hombre saluda y acompaña a los viajeros hasta conducirlos al puente que sale a Candelario: silencio, el pueblo duerme suspiros de amanecer; susurra una invitación a visitar sus calles y su historia, volveremos al final de la jornada, a lo del café y el turismo de balcones.
Y ya estamos, monte arriba, siguiendo los vistosos "hitos" de piedra. Han hecho un buen trabajo, quienes los pusieron. Son grandes para esta época, pero sin duda muy buenos en otros tiempos, cuando la nevada caiga sobre estas alfombras de arbustos y retamas; buen trabajo, si señor, para indicar a los caminantes monte arriba hasta llegar a buen recaudo.
Nosotros, respetuosos con la montaña, hoy nos mostramos anárquicos y seguimos un camino menos transitado: ¡ay, Machado, cuánto camino inventamos al andar! La montaña es inmensa - la cima no tiene pérdida ni dificultad de acceso - por eso nos dirigimos por cualquier camino hacia la Loma del Calvitero, primero de nuestros objetivos de esta jornada. Sin duda, en primavera, no hubiera sido fácil seguir la ruta que hoy hacemos, probablemente nos hubiéramos encontrado abundante agua; por eso, y por otras razones, el camino llega a la cresta más a la izquierda de donde salimos nosotros.
¡Loma del Calvitero! El Calvitero, también lo llaman. ¡Qué bien te cuadra el nombre! Inmenso cascote desértico, calva montaña que corona verde ascensión. Llanura amplia entre piedras de mil tamaños y arena apelmazada. Saludamos al azul del cielo - recién pintado para nosotros esta mañana - y a multitud de montañeros. Nos separamos unos metros del camino para hacer cumbre y visitar el monumento a la Virgen, Nuestra Señora del Castañar. La vista es fugaz, por el tiempo y la distacia que aún hemos de recorrer; también porque el monumento está maltrecho, más por alguna acción entre gamberra y estulta que por tiempo que erosiona con pausa y sin preferencias.
Desde aquí, ya vemos las Lagunas del Trampal. Enseguida pasaremos por su orilla. De momento nos encomendamos a la cumbre que dejamos con la mochila al hombro y una sonrisa vertical. ¡Loma del Calvitero recuerda nuestro paso, a lo largo de los siglos venideros!

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