sábado, 2 de enero de 2010

MALICIOSA BAJA

Sueña un futuro de gozo y ponte en camino. Así pensaron los montañeros, aquella mañana de finales de diciembre, al coger las mochilas camino de una cima menor en altura, solemne en vistas, grandiosa en extensión, silenciosa en  su conjunto, íntima en la meditación, cálida nieve, pétalos dormidos, pétreas siluetas: Maliciosa chica.


Desde la Maliciosa Baja, dominamos el Alto Manzanares, en su nacimiento en el Ventisquero de la Condesa. A la izquierda observamos, gloriosamente enhiesta, la Maliciosa; al fondo estamos contemplando la Bola del Mundo; a la derecha de la imagen continúa, con paso firme y lento, la Cuerda Larga.

Comenzamos nuestra marcha, acompañados hoy por Rafa, desde el tercer aparcamiento de Canto Cochino. Allí, en medio del pinar descubrimos la amplia y vistosa senda que nos llevará por caminos serpenteantes, subiendo la Umbría de la Garganta, hasta coronar la Cuerda de los Porrones, más allá del Cancho Porrón. Silencios largos, respiraciones lentas, pasos breves y amistad dilatada, van caminando los montañeros por la Sierra y por la vida. La ladera es larga, misteriosa; entre los pinos, la visión se enquista unas veces, se agranda en cada recodo: la cumbre aparece y se diluye entre las sombras y entre los pinos.

Pero sabemos que es cierta la meta. Es cuestión de paciencia...un alto en el camino para beber agua y mirar el mapa. En la montaña, como en la vida, los caminos nos pueden equivocar la ruta: estamos atentos, a las pistas, a las pisadas de quienes nos precedieron, a sus sabias palabras. Aparece la cumbre, hemos llegado a la senda definitiva entre la maraña de salidas que nos querían despistar. Pero nosotros tenemos una meta a conquistar.



Llegamos a la cima de la Maliciosa Chica: mil novecientos treinta y nueve metros. En la foto falta Jose: imaginadlo detrás de la cámara, sonriente y gozoso porque  llegamos cuantos iniciamos la marcha, hemos venido cantando - solamente los últimos metros, cuando ya la pendiente se había terminado y cedió su lugar a una hermosa explanada de nieve y brezo - con el corazón latiendo en las manos y el espíritu volando en las piernas. La nieve cubre magnífica y señera desde los mil ochocientos metros: maravilla de lumbre blanca, silencio de pasos alfombrados. La Sierra es farmacia y césped, salud y regodeo son su nombre; la sonrisa de los labios, la silueta dominante. Cumbres ásperas y cortantes de otros tiempos, aparecen bajo la nevada, redondas y cálidas como una caricia tierna.

El alma rebosa paz. Es momento del regreso. Bajamos hacia el Mirador de los Pastores. Mientras comemos y superamos las penas pasadas monte arriba - en el monte de la vida - saludamos a los pocos viajeros que encontramos a esta altura. ¡Las vistas, el gozo, la paz, la luz, la lumbre caliente del futuro! ¡Cuántas maravillas encierra la montaña, maestra de paciencia y fortaleza, maestra de vida interior y de sosiego!

Regresamos por el camino más largo. Desde el puente de los Manchegos, bajamos por la vereda cercana al río Manzanares. Nieve y agua. Urces y matojos, robles y jaras. Paso a paso, entre el agua y la esperanza, nuestro corazón cabalga hacia el presente. Monte abajo entre la maraña, desentrañamos las tinieblas del alma y temblamos de luz al llegar a la parada, donde el coche abre sus puertas para recoger nuestros pies cansados y alentar nuestra esperanza.

Han sido poco más de siete horas, un tiempo muy breve en el cómputo de la eternidad.

Javier Agra.



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