martes, 19 de abril de 2011

DESCENSO DEL MANZANARES (II)

Estamos en el Collado del Piornal. Hemos poblado la vista y el corazón de esperanza, naturaleza y sueños. Es preciso continuar el viaje en un constante paso adelante. Bajo nuestros pies, aquí en estas laderas del Ventisquero de la Condesa, bulle de ilusión el inicial río Manzanares, confundido aún con la hierba y las piedras que lo animan y le dan confianza. ¡Lleva nuestra paz a la ciudad y a sus habitantes! 

 Solemnidad de la tierra desde el Collado del Piornal.

La música del agua transforma el silencio en gozo y triunfo. Los latidos son ahora más universales. El agua, que aquí toma nombre y forma, es una cantata de violines y ruiseñores. Nuestras botas chapotean entre los trombones de los saltos y las arpas de delicados pasos. Son los arpegios del agua montaña abajo lamiendo la piruleta del Guadarrama.

Los montañeros, a estas alturas de la marcha ya hemos ensanchado el corazón – hasta el máximo potencial por la fuerza de la subida – ahora dejamos que sea el gozo de vivir, contemplar, compartir… el que vaya llenando los resquicios entre entramados de altares y luces de vidrieras. Más allá de la poesía, la sierra no cabe en un retablo, se desparrama más allá de las formas concebidas por los arquitectos artistas de los siglos. Seguramente ningún canal pueda comunicar la sinfonía que todos los sentidos componen en el corazón de quienes, a estas alturas del medio día, tienen los pies mojados de nieve derretida pero henchida de emoción el alma.

Tal vez tendríamos que haber traído los getres. No importa mojarse, caer o sentir las espinas de la vida; unos metros más abajo, cuando el río cante polifonías de agua, la nieve volverá a quedar abrazada a las retamas, a los pinos y a los robles y nos dejará libres los caminos. Siempre tendremos el nombre de la lucha en nuestro horizonte y nos volveremos a levantar. 

 Aquí estoy, intentando levantarme en un espectáculo de MIMO en algún Centro Cultural de Madrid.
 


Diré, por si algún lector quiere hacer esta ruta que no tiene más dificultad que la resistencia de las horas de marcha. Pero si yo, entelequia corpórea, lo terminé, seguramente una gran multitud de entre los humanos serán capaces de superar esta diminuta gesta. Con frecuencia nos puede más la molicie, el tedio, incluso el desconocimiento… ¡Ay si habláramos más veces con el silencio de la sierra, cuánta felicidad crecería en nuestra mirada! Diré, ítem más, que hicimos la bajada por la margen izquierda del Manzanares, el sendero – una vez superada la nívea blancura – está más claro.

Así llegamos hasta la pista en el Puente de los Manchegos. Arriba, al fondo a la derecha se ve el Collado de los Pastores. Seguimos unos metros por la pista, siempre dejando el río a nuestra derecha; enseguida un hito,  mojón lo nombran en otras tierras, nos indica la necesidad de salir de la pista y bajar por una senda, entre helechos y retamas para acompañar a la orquesta del Manzanares. 

 Esta foto de las Cascadas del Manzanares la hice yo, está menos lograda que las que realiza Jose; la pongo aquí porque se ve el conjunto del hermoso circo.

Diversos arroyuelos aportan sus aguas a nuestro río; de entre ellos, tal vez el más rumoroso y crecido sea el Arroyo de la Berzosa que llega saltando a ritmo de minué desde las Cabezas de Hierro. Y más abajo las Cascadas del Manzanares. Llegados a este punto, parecería que estamos en el último movimiento de la sinfonía de la excursión. Fotos y otras risas. 



Más abajo, nada más cruzar el río sobre un puente de madera, nos sentamos entre la calma y las rocas a degustar – entre voraces gruñidos de prehistoria – la ensalada mediterránea y otras viandas. Paso a paso llegamos a Canto Cochino, donde tomamos el café; con el coche que habíamos dejado aquí a primera hora, nos llegamos a la Barranca de donde habíamos partido. Está concluido. Doy fe de nuestras andanzas y emociones, permitidme obviar los sustos y las culadas.

Javier Agra.

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