De este modo salimos de Tenebrón, despidiéndonos de las diversas personas que paseaban, ya avanzada la tarde, por la carretera adelante; carretera poco transitada por los coches. Jonatan salió sin dilación montado sobre la bicicleta:
- Las horas de luz serán pocas y me gustaría llegar hasta El Maíllo.
- Aún faltan diecisiete kilómetros, lo tendré difícil a pie.
- Será necesario hacer una pequeña trampa.
Por eso yo salí dispuesto a hacer auto-stop. Pocos coches y ninguna gana de pararse para llevar al único autoestopista de Europa se juntaron en una confluencia astral. Iba yo pensando en el nacimiento de estas tierras allá en la Reconquista, cuando el Rey Alfonso I puso a un noble francés al frente de estas repoblaciones – por eso se llama la sierra de esta zona Sierra de Francia –, en sus múltiples molinos de antaño cuando el río Morasverdes (del que toma nombre el pueblo al que estoy llegando) ocupaba su agua entre la molienda y el regadío, con el dedo en pose de súplica inconscientemente, cuando acertó a parar a mi lado un coche:
- Pesa la calorina, ¿verdad?
- Buenas tardes. Ya pesa, ya.
- Sube. ¿Hasta dónde quieres ir?
- Me dirijo a El Maíllo. Mi hijo va delante en bici y queremos hacer noche en el pueblo.
- Te llevo. Yo también voy para allá. Antes recorría más kilómetros de carretera. Era camionero. Ahora que me jubilé ya salgo poco.
- Gracias por llevarme.
- En la carretera nos tenemos que ayudar unos a otros, siempre ha sido así.
- También yo recuerdo hace varias decenas de años, cuando salíamos varios a viajar en auto-stop. Siempre me fue bien.
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