martes, 27 de diciembre de 2011

SIERRA MÁGINA (I)

Sierra Mágina es un macizo montañoso que se extiende por la provincia de Jaén. Tiene varias cumbres que superan los dos mil metros: además de nuestros objetivos Peña Jaén y Pico Mágina, están Cerro Cárceles, Cerro Ponce, Pico Almadén. Su sinuoso mapa, aún esta latiendo en mi mente y perdurará para siempre en mis recuerdos  – mientras yo tenga recuerdos – que es tanto como aseverar que yo me estoy haciendo y prolongando por la permanencia de mis recuerdos. También debo añadir inmediatamente que estos recuerdos perderían la concreción de nombres y cifras si no fuera porque Jose – él si es un montañero – está cada día para ser mi enciclopedia. Después de esta disertación, comenzaré la redacción de lo serio.

¡Ay, cuántos sueños dormían tus lentas cumbres en mi corazón! Paseos entre la verde hierba y las caricias a los perros del parque en nuestras calles de Madrid. Sierra Mágina…Sierra Mágina. Pero el clima y los avatares de la vida retardaban el anhelo de los cálidos días. Aquí podría insertar un panegírico sobre la perseverancia; no obstante continuaré para no aburrir tu espera – amable lector – diciendo… Amaneció limpio el cielo como una canción de alboreá…amaneció entre los gorjeos primero balbucientes y estruendosos en pocos minutos…amaneció con nuestros pasos entre encinas y quejigos.

Habíamos pasado la noche en Huelma, en el hostal Solera que aquí cito agradecido más que por el buen trato que nos dispensaron, porque permiten que nos acompañen nuestros perros. Retrocedemos en el coche unos kilómetros camino de Cambil…
- Conduce despacio que ya llegamos al kilómetro trece.
- Tenemos que ver la marquesina del autobús.
- Aquí, mira. A la derecha sale la pista de tierra que lleva entre los olivos hacia el castillo de Mata Bejid.
- Cuando lo escribas, comenta que es un cartel de madera que indica GR 7 dirección Torres. Así todos sabrán llegar a las estribaciones de Sierra Mágina por la ruta que nosotros seguimos.
- Vale. Escrito queda.

Hemos dejado el coche y comenzamos a gozar del entorno. Las ruinas del fondo, fueron en su día las construcciones orgullosas del Castillo de Mata Bejid.

Olivos y tierra adelante, la mirada entre las sombras y el oído en la música del monte, llegamos hasta las praderas donde se conservan las ruinas de lo que fuera el Castillo de Mata Bejid, desde aquí continuaremos a pie. Los balidos de las ovejas de ogaño jugando al escondite entre los quejigos, se entre mezclan con los quejidos de los soldados de antaño cuando se tenían que esconder a restituir vida a sus miembros rotos por flechas y lanzadas despiadadas. Nuestra boquiabierta marcha asciende entre las dehesas de pastos, nuestros despiertos espíritus conversan con encinas y quejigos…para mí que comencé naciendo en Acisa de las Arrimadas en León y he recorrido la mayor parte de España y otras tierras sigue siendo una imposibilidad distinguir entre los dos árboles: ya sé que el quejigo es de hoja caduca y su tronco tiende a ser más fino al tacto, ya sé que el color amarillento de sus hojas en otoño los está nombrando con nombres indelebles, ya sé que muchos de vosotros, amables lectores, me estáis indicando por señas nueve diferencias entre la encina y el quejigo, ya sé…y sin embargo el sosiego y la dulzura de la vista son el mismo, el calor y la mansedumbre de sus recias ramas consuelan por igual.

Ahí estamos, en el Cortijo de los Prados. Las ovejas, diseminadas hasta este lugar, se agrupan para indicarnos un atajo que sale al lado mismo de una alberca o tal vez piscina primigenia pues cumple la función de mantener con vida a los animales que allí amortiguan su sed: le llamaré, por tanto, abrevadero. Un atajo, prado arriba, nos sitúa en la embocadura de un gran quejigo cuyas ramas abiertas anuncian dos posibles caminos: hasta el fondo, para vencer desde aquí un farallón de rocas y arbolado o seguimos otros quinientos metros, pista arriba, hasta encontrar una clarísimas roderas que nos llevan a la base de los mismos farallones de la Serrezuela. 

Un enorme quejigo nos muestra dos posibles caminos.

Guiados por el consejo de unos pastores que encontramos, optamos por esta segunda opción. Parece que las ovejas han decidido que ellas de aquí no pasan. Las últimas decenas están paciendo entre el sosiego y la hierba, nos miran y ponen caras de amargura, no por ellas que tienen para triscar y ese es su goce; en su rostro cuentan la fatiga que nos aguarda y nosotros, audaces montañeros, no queremos intuir. Por eso seguimos, tras una pausa de agua fresca, hasta la base caliza de los primeros farallones.

Hemos de superar este desnivel.

Hasta aquí todo ha sido caminar y gozar, ahora comienza el goce de la lucha fatigada peñas arriba, buscando el sendero más razonable; es como en la vida, en esta vida de rocas sin explorar hemos de buscar los senderos que nos lleven a la cumbre; sin explorar digo para cada uno de nosotros, hambrientos de experiencias, porque otros han pisado ya desde hace siglos por las mismas laderas por las que nosotros estamos intentando conquistar las cumbres de la esperada felicidad sin final.

Unas cabras nos llaman desde la altura. Nosotros también podremos subir. ¿Podremos?

Unas cabras monteses nos marcan el camino desde las cercanas cimas. Asombrados observamos sus evoluciones, se mueven y nos miran al mismo tiempo, nos llaman, van y vienen con una seguridad asombrosa… ¡qué pena de humanos que estamos como cabras y no podemos tener la misma intangible movilidad de las cabras! Aquí vamos en su búsqueda monte arriba. En realidad vamos buscando la vista del Collado de los Cuatro Aguaderos, entre senderos de arenisca y roca, regados por el sudor de nuestro esfuerzo.

Reposamos ya en el Collado de los Cuatro Aguaderos entre arenarias alfacariensis

Con más trabajos de los que aquí se expresar, llegamos al Collado de los Cuatro Aguaderos, la hermosura de la vista se nos acopla en el rostro. Aquí nos sentamos un tiempo a contemplar con pausa la distancia lejana  y la cercanía inmediata; arenarias alfacariensis, cojines de monja y lastones a nuestros pies, planicie de sueños y esperas. Días y días que salen de nuestra alma a la naturaleza en la que, por fin, respiramos tiempo y eternidad. 


Mientras Montse nos señala el tamaño de una arenaria alfacariensis, Blanca avisa que en cuanto reanudemos la marcha veremos unas cuantas más.

Javier Agra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario