sábado, 3 de marzo de 2012

PEDRIZA ANTERIOR EN CÍRCULO

En la Pedriza ha explosionado el resplandor entre las inmensas rocas. Como un eco de luz domina poco a poco nuestros corazones, aún antes de que necesitemos cubrir la cabeza con las gorras y la crema protectora, porque la lumínica esperanza de la vida es más veloz que rayos de la mañana.

Hemos dejado el coche en el Tranco y bordeamos las casas hacia la derecha, mientras subimos hasta cruzar la ribera, las jaras – pronto serán flor serena – adornan nuestras pisadas mientras subimos a las rocas con La Cara del Indio, inmensa piedra a la izquierda que cuida por los siglos para que no ocurra ningún desastre a la población de Manzanares. 

Esta gran mole de piedra se cierra por su derecha con la llamada Cara del Indio.

Ya estamos cumpliendo la primera etapa. Ha sido breve hasta la Cueva del Ave María; ha sido breve entre saltos y piedras. Los mapas nos avisan que hemos de salirnos del camino junto a la tapia de piedra y buscar con sigilo cuidando no despertar a las piedras, los musgos y los siglos de su serena siesta: muy cerca está la entrada formada por rocas que han ido cayendo y desde miles de años sirvieron de casa a los primeros pobladores antes de tener conciencia de que eran madrileños y aún cuando dudaban de si eran humanos.

Jose está dando testimonio de nuestra respetuosa conquista de la Cueva del Ave María.

“Sin pecado concebida” nos respondimos a nosotros mismos, pues la cueva guardó milenario silencio ante nuestro saludo. Saltarinas aves nos están dando envidia por la facilidad de movimiento; no importa, no tenemos otra cosa que hacer que terminar el círculo de la pedriza anterior, por eso empleamos un tiempo en inspeccionar el interior de la breve cueva – la próxima vez llevaremos alguna linterna más poderosa, el frontal resulta insuficiente – que hace siglos resultó, seguramente, mullida y cálidamente acogedora.

Estamos, de nuevo, en el sendero muy bien marcado. El alma aún cantarina de entusiasmo, vuelve a dar otro resuello emocionado: ahora estamos ante la roca que se llama El Caracol; y tal parece. Ahí debe estar desde la primera vez que el sol iluminó esta parte de la Sierra, intentando eternamente terminar de cruzar para esconderse entre los arbustos de la curiosidad de todos los montañeros. El Caracol estará, supongo yo, en todas las cámaras de fotos que han pasado por las cercanías de su caparazón.


Continuamos nuestro camino hacia el Risco del Ofertorio o de las Mozas. Queremos que nuestra marcha sea lenta para poder admirar cada piedra a la que otros han puesto nombre y aquellas que nuestra fantasía ilumina con siluetas recién descubiertas: aquí vemos un anciano que fuma en pipa, allá un grupo de setas hechas piedras para siempre, desde un hermoso farallón de rocas nos contempla una ardilla con sus mandíbulas llenas de una piña que, ante ella, está recién cogida. 

¿Acaso no es una ardilla en pose para saludar a los montañeros?


Hace rato que estamos recorriendo la Senda Maeso o de la Rinconada, saltando riscos y sorteando peñascos, llegamos a La Gran Cañada donde confluyen diversas variantes y senderos; nos parece que formamos parte del infinito circo de la vida y del firmamento.


Montse y Jose permanecen a la entrada de la Cueva de la Nieve, mientras Blanca asegura con su hocico pegado al suelo que ya se ha derretido  y apenas queda agua. 

…Y seguiremos superando todos los obstáculo que la montaña nos imponga porque nos está educando para vivir más atentos a dar de comer y de beber a quienes tienen necesidad, nos empujará a ser más solidarios para saltar juntos las rocas duras de la vida.

Allá dejamos escondido e invisible el entorno del Yelmo y seguimos – música y sosiego – hasta el paso del Acebo nuestra mayor altura del recorrido propuesto. Desde aquí seguimos nombrado múltiples peñas mientras comenzamos la bajada hacia el Collado de la Dehesilla invisible aún a pesar de que no está lejos. En el Collado, comemos: el reposo de la ensalada mediterránea, membrillo con sosiego y queso con sonrisas, todo envuelto en el pan de las madrugadas y de las siegas de hace meses antes de que el sol quemara las espigas.

El camino será largo hasta llegar al Refugio Giner y cerrar el círculo de nuevo en el Tranco. Saludamos a otros montañeros, pasamos cerca de los que escalan el Pájaro y el Puente, atravesamos el bullicio de los múltiples humanos que están pasando el día en las cercanías de los aparcamientos de Canto Cochino…el Manzanares continúa regando los rostros de mayores y niños que han estado a pocas horas de esas cumbres de piedra y vida; los montañeros les entregamos sueños que hemos cargado en las mochilas y en los palpitantes corazones.  

Javier Agra.    

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