El Valle de Cercedilla es un lugar “de andar por casa” por sus
dimensiones. Pero los montañeros podemos descubrir varias decenas de senderos
buscando belleza y paseo. Estamos en el Aparcamiento de Majavilán, el último de
las Dehesas antes de encontrar la barrera que indica el final de lo que se
puede recorrer en coche. Hemos llegado temprano, porque ser montañero es llevar
la madrugada en la mochila y las viandas listas para compartir.
Este año coincide nuestro sábado día quince con los idus de marzo
romanos; de modo que, con los buenos augurios de la protección del poderoso
Júpiter y bajo la mirada de Atis el misterioso enamorado de Cibeles, nos
ponemos en marcha con buenos deseos y expectativas de buena jornada. El Arroyo
Majavilán cantan laudes a esta tierra de sol y pinos, el arrendajo y el
carbonero garrapinos están sinfónicos esta mañana, incluso el picapinos hace
sonar su martilleo “tchik tchik” incesante entre constructor y buscador de
insectos. Todo es bucólico lirismo.
Recién pasada la valla por una portillera metálica, seguimos a nuestra
derecha buscando el Camino Viejo de Segovia, que nos espera entre agujas de
pinos y luminosos rayos del sol inicial. Caminamos por él durante un tiempo
hasta el Poyal de la Garganta que serpentea montaña arriba después de
despedirse del Camino Viejo. Ahora se trata de seguir los árboles marcados por
círculos rojos hasta llegar al Collado de Marichiva. Es tan claro el amplio
sendero que bien lo podremos seguir sin más señales, dedicados a la
contemplación y al disfrute sosegado de la ascensión entre la nieve y los
pinos.
Es este Collado un cruce de caminos y encuentro de montañeros que se
saludan y cuentan sus planes para la jornada. Pasamos hacia la parte de Segovia
atravesando una pared de antigua piedra – para tal paso es mejor utilizar la
puerta que frente a nosotros se presenta, sin necesidad de ejercer de fantasmas
incorpóreos –; la nieve aumenta monte arriba apuntando hacia la Peña del
Águila. Hoy nos pondremos crampones más por entrenar los pies que por necesidad
de asegurar las pisadas.
En el Collado de Marichiva, antes de comenzar la subida a la Peña del Águila, nos ponemos los crampones.
Es inevitable. El pensamiento nos trae otra anterior subida, cuando
Munia y Pipa nos acompañaban como cada jornada por la Sierra. Es inevitable el
silencio y el recuerdo…los pinos se abajan hasta nuestras cabezas y nos
preguntan… Como respuesta, Jose y yo miramos hacia el horizonte. La nieve
brilla como aquella otra mañana…monte arriba nuestra soledad inicia un canto de
vida y esperanza.
Son tres inmensos escalones antes de llegar a la cumbre. Ahí estamos,
montañeros por esta tierra intentando llevar la mochila lo más ligera posible
porque siempre necesitamos pocas cosas y para la ascensión, aún necesitamos
menos. El gozo de la ascensión, el disfrute de la luz en la cumbre, del sonido
tenue del viento, la vista, la compañía. Pero los montañeros sabemos que no
podemos guardarnos el descubrimiento del resplandor iluminado y tenemos que
bajar y contar lo que hemos gozado, con el pecho aún henchido de sereno
entusiasmo.
Fotografía de la cumbre de Peña del Águila. Al fondo la Mujer Muerta
Bajamos hacia el Collado de Cerromalejo. Muy fácil descubrirlo. Cuando
estás arriba, has gozado, has respirado ansia y paz, miras hacia la Peñota y
bajas al collado que está entrambos, entonces has llegado a Cerromalejo. Por el
camino puedes pensar y pensarás en la inmensidad de cumbres y misterios que
faltan por encontrar para que todas las personas consigan más igualdad, puedes
sentir y sentirás la necesidad de que todas las personas sean libres en su
cuerpo y en su mente para que puedan volar hacia su construcción.
Una vez en Cerromalejo – conviene sentarse en algún lugar, disfrutar
de las naranjas y el queso, del trago de agua y la conversación – bajamos por
una senda bien trazada y nos damos cuenta que este valle de Cercedilla está
bien trazado y se presta para la soledad y la meditación. Así llegamos a la
Calle Alta, que es una prolongación de la carretera de la República desde el Puerto
de la Fuenfría. Dudamos ¿Caminamos en dirección hacia la Fuenfría? ¿Bajamos por
la Vereda de Piñuelas? La duda está frecuentemente en el corazón humano; es
necesario decidirse, elegir una opción. Dudamos un instante y decidimos de
inmediato: bajaremos por la Vereda de Piñuelas.
Vista de cumbres del Guadarrama desde la Peña del Águila.
La bajada es casi mágica entre hermosura y visión de conjunto. A nuestra
derecha canta, bailando entre las peñas, el Arroyo del Infierno que en esta espera
de la primavera está en la misma Gloria con tanta agua rumorosa. Y más abajo
llegamos a la Pradera de Enmedio una zona despejada poblada de gozo y de
hierba, enroscada entre la felicidad y los pinos, ¡cómo no detenerse un
instante en este bello mirador del Guadarrama! Desde aquí queda cautiva la
vista en las siete puntas de Siete Picos, desde aquí vuela el espíritu hasta
más arriba de la Fuenfría…
Bajamos. Estamos viendo una pequeña construcción en tono verde. Unos
metros más y la Vereda entronca con el inicio del Camino Viejo de Segovia.
Desde aquí volvemos hacia el lugar donde iniciamos la marcha. Estamos ya
mezclados montañeros, ciclistas y paseantes que se conforman con aspirar pureza
mientras conversan durante un tiempo con el aroma libre de los pinos. Apenas
cruzamos el Arroyo de Pinolobero, nos bajamos por el sendero que conduce en un
instante hasta la portillera por donde iniciamos, hace cuatro horas, nuestra
ruta circular desde el aparcamiento de Majavilán.
Javier Agra.
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