lunes, 16 de junio de 2014

CIRCO DE LAS CERRADILLAS

Ventean los pinos aromas de primavera.
Se ha levantado temprano el sol esta mañana, madrugó buscando sus botas cuando los montañeros entonan las primeras pisadas por el Puerto de Cotos buscando el arroyo de las Cerradillas para subir hasta el Pico Valdemartín.

Mapa de nuestra ruta de esta jornada

Después de saludar respetuosos a Peñalara, volvemos la espalada a la más alta cumbre del Guadarrama y avanzamos por la carretera que sale hacia Valdesquí. Conversación de pinos y asfalto en la mañana serena, el sonido del aire apenas apunta palabras tiernas. Más adelante, a nuestra izquierda, salimos del asfalto; solamente queda naturaleza marcando la dirección hacia el Refugio del Pingarrón. Inmediatamente dirigimos nuestros pasos hacia el arroyo Guarramillas que está en lo más hondo…como todos los arroyos, pues ellos sí saben buscar la raíz de la vida y esparcir entre sus aguas el húmedo sonido de la libertad.

Atrás queda ya el arroyo, los montañeros caminan entre el pinar alfombrado de plantas papilionáceas con su corola en cinco pétalos independientemente libres que forman una perfecta armonía de belleza y entendimiento: el poderoso estandarte protector del conjunto, las dos alas sosegadamente situadas, la quilla con sus lóbulos fusionados en un solo pétalo. Las papilionáceas muestran la hermosa grandeza de lo sencillo. En algún lugar, más o menos indeterminado, antes de bajar al arroyo de las Cerradillas, sale un sendero hacia la derecha, a media altura de la loma, nosotros lo encontramos porque nos acompaña un montañero que recorrió y pintó esta variante.

Estamos en el Circo de las Cerradillas


Así pues, llegamos al arroyo de las Cerradillas que baja desde la Cuerda Larga apuntando hacia Valdemartín. Arroyo arriba, por donde nos permitían el agua y la vegetación fortalecida, fuimos a salir a Las Cortadillas en el circo glaciar de las Cerradillas. La montaña tiene cariño almacenado y abierto para quien quiera llegar a por ello; la montaña tiene ojos risueños para quien se adentre en sus espacios abiertos. Los montañeros pudimos tocar el misterio del tiempo, los inmensos siglos de cariñosa y lenta transformación de la tierra que se construyó entre sueños para ofrecerse viva y libre a nuestros sentidos despiertos.

Circo de las Cerradillas con Peñalara al fondo y la ruta de nuestra subida en lo hondo.


Para subir hasta la cumbre, toda montaña tiene un tramo de más fuerte pendiente. El Collado de Valdemartín nos llama trescientos metros más arriba entre la piedra suelta y alguna nube que juega a disuadir nuestra búsqueda de la cima; sabe la montaña que hoy también seremos respetuosos y decide no insistir en sus juegos defensivos. Las piedras ofrecen algún punto de verdor y hierba dura; el aire silba sonidos de roca, en aumento desde el musitar en el inicio de la ascensión al ronco chiflo sonoro en lo alto del Collado; los herrerillos y las chovas planean en nuestro entorno, no quieren asomar su suave pluma entre el viento feroz del Collado de Valdemartín; sobre nuestras cabezas solamente aparece un buitre, su silencioso pasar recuerda a los montañeros que tal vez será bueno el olvido de algún trozo de nuestra comida.

Estamos de regreso. Hasta estas piedras vendrán las aves, entre el silencio y la búsqueda, a repasar el pan voluntariamente olvidado por los montañeros.


Entre nubes y vientos están cerradas las cumbres, los montañeros dejan bajo sus pies un aguerrido nevero y comienzan el descenso por una morrena que arranca antes de llegar a la Loma del Noruego, en lo más alto de la estación de Valdesquí. Entre unas rocas, al abrigo del viento, los montañeros, hacen una pausa para la comida…el buitre  altivo, el águila de lejano vuelo, las hormigas y los rebecos pasarán más tarde siguiendo nuestro rastro y limpiando de migas el suelo. Continuamos el descenso, ya estamos a la altura en que las vacas reparten su tiempo entre el pasto y la siesta; se pierden los senderos; bajamos hacia el arroyo de las Guarramillas; aquí un hito, seguimos; allá un claro, hacia él nos dirigimos; entre hitos, claros, búsquedas, misterios, encuentros, piornos y otros asombros estamos en el sendero a la vera del arroyo. Nos falta subir la empinada cuesta para encontrarnos de nuevo en el Puerto de Cotos, a esta hora de la siesta llena de gentes hambrientas, más de naturaleza y de luz, que de otros alimentos.


Javier Agra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario