sábado, 7 de mayo de 2016

CERRO VENTOSO ENTRE NIEBLA



Grandes promesas pregona la Sierra a quien la observa desde la distancia. Quienes entramos a sus entrañas con frecuencia hemos comprendido los misterios que encierra su niebla cuando parece que el día será soleado, la lluvia que aparece sin previo aviso una jornada de sereno inicio. Para los neófitos y para los habituales montañeros, la Sierra tiene en común el sosiego, la sonrisa en el rostro después de una jornada de fatiga aunque sea en medio de la niebla.



El Arroyo de la Navazuela tiene una escondida caída de agua que contribuye a la paz del paseo. Se llama Chorro del Tirón de la Miel.

Así fue la última visita al Cerro Ventoso, una de las cumbres más guapas del Guadarrama en la vertiente de Madrid. Quien pasee su amplia meseta cimera podrá ver Siete Picos en su versión más cortada y agreste, el Montón de Trigo con sus cercanas rocas como inmensos granos apilados en una era, el verdor grandioso de los diversos valles que domina esta dilatada cumbre. Podrá ver maravillas si la niebla no se cierra como nos sucedió en la última visita que le hicimos. Sin embargo pudimos revivir a cada paso el recuerdo de otras veces que habíamos estado en la amplitud de su cumbre.

Sentado en el poyo de la Fuente Antón Ruiz de Velasco converso con la niebla para convencerla que busque otra ruta y nos deje con el sol. La niebla calla y decide acompañarnos esta jornada.

Desde el aparcamiento de Majavilán en las Dehesas de Cercedilla, comenzamos nuestro camino para adentrarnos a la vera del arroyo de la Navazuela y su poderoso sonido de agua (está hermosa la Sierra esta primavera); metidos después en la Carretera de la República, buscamos el Camino Schmid para ascender entre los pinos y el canto de diferentes aves que arrullan a los montañeros esta mañana. 

Así llegamos hasta la transitada y hermosa fuente Antón Ruiz de Velasco; aquí se sientan los montañeros, se detienen los ciclistas, beben las aves, suenan canciones los pinos y hasta las diminutas nubes blanquecinas posan su seda entre las ramas y el suelo. Aquí se nos cerró la niebla esta mañana, la única niebla que salió a pasear al Guadarrama. Los montañeros caminamos con el corazón conversando sosiegos por ver si la niebla se disipaba, pero la niebla se acompasó a nuestra marcha y nos acompañó cuesta arriba hasta el Collado Ventoso.



Y cuando los montañeros encontramos la escondida senda que sube hasta el cercano Cerro Ventoso, la niebla siguió a nuestro lado y llamó con silbidos al viento y llamaron con poderosas voces al frio y los montañeros nos quedamos ateridos y sin las preciosas vistas que en la cumbre recordado dejo. Recorrimos la meseta de la cima sin detenernos ni para hacer la fotografía de nuestro testimonio, asombrados de la nieve que aún quedaba por esta altura, asombrados de la fuerte bajada de temperatura, asombrados de la variación térmica que ofrece la montaña en muy pocos minutos. Entre la nieve, los troncos, las rocas, los matojos en esta cerrada mañana que semejaba oscura noche, bajamos hasta el Collado de la Fuenfría.

Dentro del Camino Viejo de Segovia, los montañeros veíamos agrandar la distancia que nos rodeaba; bajamos aún más, el Camino Viejo de Segovia es un lugar muy amplio y suficientemente conocido; allá comenzó a lucir el sol, aquí se nos disipó la niebla, por todas partes brillaba ahora una espléndida luz de mediodía; solamente Cerro Ventoso continuaba agarrando la niebla densa con su puño cerrado para que no se fuera.



En esta pequeña fuente de la que comparto fotografía, dimos cuenta del queso y de la fruta antes de recorrer el breve espacio que nos faltaba para retornar al aparcamiento de Majavilán, donde conversamos un instante sobre las grandes promesas y no menores sorpresas que ofrece la Sierra a quien se acerca a sus sendas.

Javier Agra.

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