martes, 17 de octubre de 2023

PICO DE URBIÓN IV: EL REGRESO

La inmensidad de la Cumbre de Urbión es semilla de eternidad para el montañero que permanece en pie algún tiempo, en contemplación extasiada del entorno, en admiración del inmenso paisaje de cumbres y valles alrededor, en comunión con las aves que vuelan silenciosas en círculos admirables, en la respiración sigilosa del conjunto.

También los otros montañeros que hasta aquí llegan permanecen un tiempo en admirado silencio, ninguno queremos trocear el misticismo de la montaña y sus laderas, del entorno de pinos y de valles, de agua y de brillos de rocas diferentes que parecen caminar despacio sobre las lejanas lomas entre ramilletes del sol cerca ya del mediodía.


Nos sentamos en la inmensidad de la Cumbre de Urbión.

Finalmente nos sentamos para comer alguna ligera vianda y reponer la respiración del largo viaje hasta la cima, del viaje que es también una marcha del corazón hacia su limpieza y mirada universal, del viaje del alma hacia la conexión con la tierra y con el cielo. Descendemos.

Una brecha es la vía de bajada igual que fue de subida. Una redondez de piedra y de guijarros, arenisca resbalando por la ladera como la arena de un reloj en la inmensidad del tiempo. Llegamos al Collado y comenzamos a caminar por la senda que marca la loma cimera en horizontal.


El regreso lo haremos por el camino marcado en la loma cimera.Al fondo se ve la Laguna Larga por la que pasamos al subir.

Desde el Collado, antes de emprender el regreso, descendemos poco más de cien metros para buscar el nacimiento del río Duero como un niño de nieve recién bañado y envuelto en sus pañales, silencioso después del alimento, casi dormido y apenas en movimiento. El río Duero es un hilo entre el musgo y las rocas, es una promesa de libertad montaña abajo buscando el mar… “Pero algo, Urbión, no duerme en tu nevero / que entre pañales de tu virgen nieve / sin cesar nace y llora el niño Duero” Es el último terceto del soneto que Gerardo Diego dedica a la Cumbre de Urbión.


Nacederos del Duero entre piedra y musgo. Aquí y allí hay carteles que lo indican, inicios de poemas, miradores… me quedo con la sencillez del agua y del musgo.

El descenso hacia el nacimiento del Duero es limpio y rápido por la ladera de hierba menuda y escasa piedra reducida a guijarros. He descendido al nacimiento del Duero. Puede ser cualquier nacimiento de arroyo aún sin nombre, pero sobrecoge saber que están mis ojos viendo el inicio del agua que cruzará gran parte de la península y llegará después de días y riegos, de peregrinaje y saltos hasta la inmensidad azul del mar.

Ladera arriba voy buscando el sendero de la loma del regreso. En mi corazón suena el muy conocido y agradable “Adagio para cuerdas” de Samuel Barber (Pensilvania 18910 – 1981) como latidos de una pausada ascensión. El corazón se dilata con la amplitud de la montaña… una breve pausa en la marcha coincidiendo con el instante de silencio de la música después del fortísimo de la orquesta y continúo ladera arriba hasta encontrar la senda que vertebra la loma.  


Estamos en el descenso prolongado y pindio hacia la Laguna Helada que se ve al fondo.

Desvanece la música de los violines con el final del Adagio de Barber cuando alcanzamos el bien marcado punto de inicio de descenso prolongado y pindio buscando la amplitud del valle que nos llevará hasta la Laguna Helada, también de origen glacial. Los montañeros se sientan junto a sus aguas para contemplar una docena de patos que quieren jugar en estas calmosas aguas.


Laguna Helada con susurros de siglos y de historias humanas.

Sentado pienso en la multitud de generaciones de personas que habrán venido hasta este líquido espejo en busca de consuelo, por exigencias de alimento, por búsqueda de alguna fortuna en forma de caza y de frutos de la tierra; siglos de personas con sus vidas y sus esperanzas sentados en este respaldo de piedra y hierba que ahora ocupo yo.

Bajamos los últimos metros hasta cerrar el círculo en el inicio de la Senda del Portillo por donde llegamos nuevamente a la Laguna Negra, ahora sí rodeada de visitantes y de respeto, de sombras diferentes a las de estas mañana, de colores variados con el atardecer, de sonidos de pájaros que regresan a buscar sus nidos y sus huecos donde preparar la noche que se asoma aún lejana pero inexorable y cierta.


Hemos cerrado el círculo de la subida al Pico de Urbión desde la Laguna Negra.

Bordeamos la Laguna Negra por un sendero bien marcado como Camino de Retorno, siempre entre pinares y cuidados de madera y barandilla. Hemos llegado al final que es un comienzo de futuro.

Javier Agra.

 

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