Salimos, aún con la claridad tenue de la luna y la Osa Mayor en todo su esplendor en este limpio cielo del amanecer castellano, por la carretera que une La Devesa con La Losilla hasta las vías del apeadero del tren, para continuar el marcado camino que continúa paredaño a la vía hasta entrar en Boñar después de pasar La Vega de Boñar. Dicen que antaño por La Losilla había buenas aguas para curar el reuma y por aquellas cercanías estaba el Monasterio de San Pedro de Eslonza, hoy en estado absolutamente ruinoso que fue gloria arquitectónica y cultural de pretéritos siglos. La Vega de Boñar tuvo su importancia en otros siglos, en terreno y en población, hoy está integrado en Boñar que es la localidad más populosa que encontramos en nuestro Camino Olvidado desde que salimos de Cistierna.
Plaza de El Negrillón e iglesia de San Pedro.
Con ritmo de jota aprendimos siendo niños aquella coplilla de Boñar que dice: “Dos cosas tiene Boñar / que no las tiene León: / el maragato en la torre / y en la plaza el Negrillón” Hoy aquel voluminoso negrillo se ha secado y queda su tronco como recuerdo y las gradas de piedra alrededor. Es un buen pueblo de verano para acercarnos hasta Riaño y otros preciosos lugares de Picos de Europa, para subir a Pico Cueto o pasear por el río Porma.
Al amanecer, el cielo se viste de colores como si el cielo nos mandara su fuego animosos para caminar siempre entre el entusiasmo y la libertad.
Continúa el camino por su Puente Viejo para adentrarse, de inmediato en el Barrio de las Ollas y caminar un largo trecho hasta Otero de Curueño; la comarca toma su nombre del río Curueño, río de leyendas antiguas, cascadas deslumbrantes, paisajes agrestes, río literario: Julio Llamazares lo inmortalizó en su libro “El río del Olvido”.
Suena en mi corazón la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler (Bohemia 1860 – Viena 1911) Con su inicio machacón, casi preocupante para terminar en apoteósicas melodías de esperanza y vida fértil, cuando llegamos a La Vecilla con su torreón cilíndrico que formó parte de las posesiones de los Condes de Luna, hoy sede del Ayuntamiento y su templo del siglo XVIII bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción con un hermoso retablo barroco.
Robles de la Valcueva, visto desde el apeadero al final de nuestro Camino Olvidado de Santiago. Desde aquí nos vamos para León en el tren de vía estrecha, el antiguo y eterno "tren de la Robla" que llevaba carbón desde estos lugares hasta los Altos Hornos de Bilbao.
Estamos en los valles del Torio y del Curueño, de antiguas vías romanas, tierra de los Guzmanes, de lobos y de misterios de otros siglos… Campohermoso, Aviados que susurra historias medievales en las ruinas de su castillo casi invisible, La Valcueva, Palazuelo de la Valcueva van pasando entre rastrojos y praderas, entre arroyos y oteros por donde aparecen cada cierto tiempo algún corzo paciendo sereno entre las sombras y las alfalfas mientras los dos peregrinos caminamos carreta adelante cada vez más cubiertos de sol y de sudor, cada vez con más ganas de llegar a Robles de la Valcueva donde hoy damos término a nuestra jornada y, acaso, a las andanzas de este año por el Camino Olvidado de Santiago.
Javier Agra.
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