martes, 2 de septiembre de 2008

MÁS CASTILLO DE ACHER


El gigante enamorado pasea a lomos de su caballo la llanura de su castillo sobre la montaña. Un águila trae en el pico la respuesta de su amada. Emocionado, el gigante hace fuegos artificiales con las inmensas rocas y las reduce a los guijarros que ahora rellenan el camino, aún mantienen el brillo de las lágrimas y de la risa que se mezclan en la fiesta de su corazón. Todos, en el castillo, están preparando la boda, ya se acerca la princesa volando por el aire en un carro de oro tirado por caballos alados, que decidieron vivir para siempre en el castillo transformados en los sarrios que ahora vemos pastando confiados.

Sin duda, fue una gran fiesta del amor. Las inmensas alfombras de los salones de baile permanecen a la vista de los montañeros, allí mismo; aunque hoy parecen más hierba y verdor que aquellas maravillas tejidas en los salones de las hadas. Allí podemos visitar también las despensas y los frigoríficos que se han quedado para siempre en forma de simas kársticas.

Cuando subas al Castillo de Acher, observa con precaución entre las almenas. Verás corretear multitud de gnomos, hadas y otros seres fantásticos, por más que frecuentemente toman figuras más conocidas que vuelan y reptan en un alarde de baile y vida que se prolonga sin cesar. Nuestro paseo está culminando, unas pisadas más y veremos la cumbre, de momento el murmullo del viento nos arrulla, cierro los ojos un instante para ver las olas del mar en grandes crestas, tal parecen las paredes sinuosas del castillo.

Seguramente no tendría que haber abierto los ojos, más que brisa marina, parece un fuerte ventarrón; no importa, echamos mano a la mochila y nos ponemos otra prenda, también nosotros hemos de engalanarnos para la fiesta. Ponemos nuestro pie en la cumbre entre emocionados y asombrados.

Es posible que esta parte occidental del Pirineo de Huesca tenga menos nombre, porque no tiene alturas de tres mil metros. Hoy hemos remontado un desnivel superior a los mil doscientos metros, también hicimos cumbre en su lado sur; el esfuerzo no es menor que para disfrutar del Monte Perdido. Las cosas en esta vida son relativas, si se parte de más bajo, el esfuerzo es igual para llegar a una cumbre más baja. Se nos escapa el tiempo, absortos como estamos, ante tanta grandeza: luz, colores, destellos, sonidos, murmullos.

¿Comemos en esta ladera? Es buen sitio.

¡Lo que puede conseguir un gigante enamorado cuando es correspondido!

La vuelta hasta el coche ya no la cuento, estad tranquilos.

Javier Agra.

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