sábado, 27 de septiembre de 2008

EL YELMO

  • Aquí estamos con Juan Pedro, Ana no sale pues es la fotógrafa. Pipa está más interesada en la comida.

  • Estos que aquí pacen en sosiego, no somos nosotros. Pero confiamos mutuamente y ninguno se asustó.

    Palpita el corazón de la Pedriza. Atrás ha quedado el pequeño puerto de Quebrantaherraduras con su aparcamiento dispuesto a recibir a quienes desean disfrutar de un apacible día paseando entre pinares. Llegamos al aparcamiento de Canto Cochino, entre sonidos de aves y agua, destellos de lumbre y sombras juegan entre los árboles (acaso sean los niños del sol recién amanecido), Munia y Pipa corretean entre olores y pedrerío, buscando frutos de las zarzas y, acaso, su ancestral origen perdido.

    El Manzanares tiene baile y trae sueño esta mañana, las noches son más cortas y el río también duerme menos. Trae baile y tiene sueños de otros montañeros que por aquí vinieron a través de los días y a través de los tiempos. Lo cruzamos sobre el puente, las perras nos miran con sorpresa y piensan que el agua está muy buena para el primer chapuzón, les sobra el puente y de paso nos salpican con el agua al sacudir su lomo: ¡tomad agua del río, hasta que volvamos dentro de seis horas lo queremos recordar con nuestro lomo humedecido!

    Iniciamos el ascenso, a nuestra derecha queda el refugio Giner. Antaño alejado de cualquier camino, donde la noche podía sorprender al montañero; hoy a poca distancia del aparcamiento. Enormes piedras sirven de escuela a los aprendices de escalador, nosotros las miramos boquiabiertos, como si fuera la primera vez (acaso en la sierra cada mañana nace todo de nuevo, es nuevo el árbol, es nuevo el sendero, es nueva la roca, es nuevo mi espíritu y mi cuerpo).

    En el Collado de la Dehesilla ya nos hemos cruzado con otros montañeros, seguramente sus mochilas también saben de memoria el sendero, acaso sus pisadas saluden como las nuestras a las que dejamos aquí en nuestro paso hace mucho tiempo, acaso Pipa y Munia reconocen entre los olores sus propios olores de otros paseos.
  • Después del Collado, encontramos una pendiente bastante fuerte, pero superado ese esfuerzo, el camino se hace casi llano hasta el Yelmo. Compaginamos la respiración y el silencio, la palabra y el recuerdo, nuestro corazón se abre al sonido y al misterio. Vienen nombres, rostros y tiempos. Despacio estamos llegando a la brecha entre comentarios y sueños. Aquí es necesario separar la expedición: mientras uno llega a la cumbre, el otro acaricia a las perras para que se calmen y sepan que no están solas; la brecha final no la pueden cruzar, no importa, esperan ansiosas; y mientras esperan se preguntan cómo será esta cumbre que no pueden alcanzar, pero se fían de lo que les contamos y la imaginan y la sueñan y nos creen y de tanto oírnos su descripción ya la saben y la guardan en su corazón.

    La vuelta cierra un camino circular. Comemos cerca de la fuente, en la cara sur por donde los escaladores avezados van y vienen en cordadas de ilusión.
  • Javier Agra.

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