jueves, 7 de enero de 2010

PIPA, recuerdos (VI)

La radiografía ha detectado que tengo displasia. Era la prueba definitiva. Algo había notado yo, pues me costaba sentarme con una pata para cada lado, además en nuestros correteos por el parque me quedaba la última. Tengo displasia, pero no me supone un inmenso disgusto. No podré trabajar para la ONCE. Me llamo Pipa y he de cambiar de actividad, no importa: lo que haga me servirá para cecer en felicidad y esperanza.

Cuando me preguntaron si deseo quedarme en la casa donde vivo ahora, respondí de inmediato ¡naturalmente! ¿Dónde mejor? La chica joven que vive en mi casa bailó y bailó de alegría, durante treinta y dos minutos. De modo que me alegro por toda esta familia, así estarán más atendidos.

Por mi parte puedo empezar a jugar con pelotas y otras tareas que hacen los perros que no tienen esta labor de conducir ciegos. No olvidaré las buenas costumbres adquiridas, ni el sentimiento de cariño hacia los humanos en general ¡necesitan tantos mimos! Me había preparado a conciencia, porque creo que lo que hemos de hacer es bueno hacerlo con premura y con muchas ganas. No se a qué me dedicaré a partir de hoy, pero cualquier cosa que realice la emprenderé con entusiasmo.

He aprendido varias cosas, pero quiero valorar sobre todo la capacidad de silencio. Me digan lo que me digan, reflexionaré antes de ladrar mi desconsuelo. El silencio reflexivo es una capacidad importante que me gustaría dejar como legado a quienes me cruce en el parque o en cualquier lugar.

He cumplido un año – el primer día de julio – y han pasado muchos acontecimientos en estos meses: los israelíes y los palestinos siguen sin entenderse, problemas de asentamientos y de límites; el asunto de las fronteras no termino de entenderlo: los pájaros vuelas libres y el aire no pregunta hasta dónde puede llegar; solamente los humanos hacen esos planteamientos con los justificar peleas, matanzas y abandonos; nuevos terremotos, esta vez en Perú y Chile; también quiero recordar, que el estadounidense Erik Weihenmayer, de 32 años, se convierte en la primera persona ciega en escalar el Everest, y el estadounidense Sherman Bull, de 64 años, se convierte en la persona de mayor edad que ha escalado Everest.



Nunca he estado en el Everest, de modo que me conformaré con aportar esta vista de Guadarrama desde el Pico Tres Provincias o Peña Cebollera. Aquí si que he pisado con mis patas, he disfrutado con muchos paseos. Ahora, cuando ya ante mí pasan los días de nieve y flores, animo, a todos los que sepan de mi existencia, a visitar la Sierra de Madrid y cualquier montaña; la montaña es silencio y sosiego, es vida interior y grito feliz, es caricia y consuelo.

Como todos los años muere mucha gente – la situación es inevitable y provechosa, pues es el modo de que pasen por la tierra más personas; así pueden disfrutar de la maravilla que es vivir – este año recuerdo a Rafael Lapesa – lingüista y académico (Valenciano que vivió en Madrid la mayor parte de sus noventa y tres años) – y a Pedro Laín Entralgo – médico y escritor (nació en Teruel y vivió en Madrid la mayor parte de sus noventa y tres años) – además de Miguel Gila, el actor norteamericano Jack Lemmon, también Eudora Welty, escritora estadounidense.quien se había dedicado a la fotografía y publicó su primer libro de cuento a los cuarenta y nueve años, al final de su vida tenía una larga creación de novelas y cuentos.

Javier Agra.

1 comentario:

  1. Sigo leyendo, con entusiasmo, los pensamientos de nuestra pequeña Pipa, ¡¿qué hubiera sido de esta familia sin ella?!

    Bien es cierto que son ellos, los animales, lo únicos capaces de querer y admirar el mundo tal cuál es. Los humanos perdimos esa capacidad al olvidar que éramos, igualmente, animales.

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