Pico Urriello,
Morra, Campanarios, Tiros Navarro.
A la sombra de la
gorra, la brisa y el sol son una bendición a esta hora en que estamos dando
cuenta de las viandas en el Collado de Horcados Rojos. Un grupo de chovas
piquigualdas aletean y saltan a nuestro alrededor. Jose y yo sabemos que es una
costumbre dejar alguna miga para que las aves también puedan comer, a cambio
ellas nos hacen acrobacias y sombras chinescas como si el esfuerzo realizado
nos diera derecho a participar del teatro colorido de la naturaleza.
Al fondo el
Tesorero, nuestro objetivo de esta jornada.
Hace ya cinco horas que
iniciamos nuestra marcha desde El Cable. La mañana estaba bulliciosa a finales
de julio en Picos de Europa. Nuestro interés era llegar al Pico Tesorero. Hasta
la Vueltona, prácticamente, el silencio de nuestras pisadas acompaña a otras
pisadas silenciosas, porque todos estamos sembrando el corazón entre estas
piedras de caliza milenaria, porque todos queremos lavar y labrar nuestro
espíritu con el sosiego de la eternidad recién amanecida.
Innumerables granos de
arenisca y pequeñas rocas han puesto tienda a nuestro paso, nos ofrecen sus
escasísimas y diminutas flores y acompañan nuestra lentitud con la cadencia de
su oración de hace siglos. Por fin una sombra en medio de la subida justo antes
de ignorar la salida hacia el argayo de la Canalona – algún montañero seguirá
hoy esa rienda camino de Peña Vieja –; descansamos y seguimos…el murmullo se ha
transformado en lumbre, el sol ha puesto una sucursal en Cabaña Verónica y,
desde allí, irradia oro y llamaradas a todos los rincones.
El comienzo de la ascensión
es un laberinto: senderos, hoyos, rocas, murallas…la intuición nos señala la
mejor ruta en esta base abierta del Pico Tesorero. Es necesario caminar y
elegir, es necesario tomar decisiones y continuar…la meta está en lo alto…una
equivocación…nuevo impulso. Ya llegamos a Los Urrieles con la roca horadada
haciendo un capricho de la caliza. Ya ponemos nuestros pies en la loma que
apunta directamente hacia la cumbre.
Pirámide final. Nos
faltan unos noventa metros.
-
Aquí – me dice Jose – cuentan los libros
que comienza un laberinto.
-
Yo tengo tan enrevesada la cabeza que
todo me parece laberinto.
-
Elijamos bien el camino – indica Jose –.
-
Jose habla como los filósofos de toda la
historia humana: ¡elegid bien el camino!
Dejamos las
mochilas, nos prepararnos para el trepe. Arriba la cumbre; bajo nosotros Cabaña Verónica y una inmensidad de
Picos de Europa.
Llegamos a una
plataforma donde dejamos las mochilas hasta que bajemos de vuelta. Aquí una nubecilla
hizo de sombrajo para nosotros mientras Los Picos se ampliaban en numerosísimas
cumbres que Jose me describía con brillo emocionado en la mirada y entrecortada
respiración; yo nada añadía a su didáctica montañera, nada añadía porque nada
sé y porque solamente tenía tiempo para calmar poco a poco la respiración
fatigada de la ascensión.
En la cumbre. Jose
toma el testigo mientras vemos tras él, inamovible y fiero, el Pico Urriello.
La cumbre nos miró con
mimo, en la altura se cruzaron nuestros ojos enamorados: allí la cumbre
cercana, aquí nosotros solamente humanos y, además, un poco asustados. ¡Saltad
hacia vuestra izquierda! ¡Librad, por un corte que está a vuestra izquierda, esa
roca gorda que tapa vuestro paso! – Era la cumbre quien nos estaba guiando –. ¡Gracias,
tus indicaciones nos hacen más fácil la venturosa aventura! Pero ni así resultó
sencillo. Un paso nos llevó a una grieta de ascenso y otro segundo, cuando ya
nuestro espíritu caminaba entre el temor y la búsqueda, nos posó en los brazos pétreos
y firmes de la cumbre del Pico Tesorero. Allí bailó nuestra alma, allí nuestro
espíritu entró en éxtasis, allí toda la tensión de la subida fue armoniosa
canción.
Desde la cumbre
vemos cercano el grupo del Llambrión. Con Torre Blanca, Tiro Tirso, El
Llambrión, La Palanca.
La grandiosa hermosura
de Picos de Europa está ante nosotros más allá del Collado de Horcados Rojos mientras
comemos unas viandas a la sombra de la gorra.
En Horcados Rojos -con el Pico Tesorero al fondo-
comenzó nuestra ascensión, aquí nos sentaremos en cuanto pueda moverme – la pose
no es tanto para la fotografía que está haciendo Jose, cuanto para tomar
resuello y compostura –.
Javier Agra.
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