miércoles, 29 de agosto de 2012

GREDOS: PICO MOREZÓN


A esta hora mágica de la tarde, escucho cómo ríen las montañas con su despertar; oigo cómo el agua de agosto cae de bruces sobre las lívidas lagunillas del arroyo del entre suspiros de necesidad; percibo a la reseca hierba sollozar lágrimas de anfibios entre las brillantes piedras del fondo de algún manantial remoto. Nuestras pisadas son un canto añadido al coro sinfónico de necesidad, ansia y sosiego de naturaleza que ríe en las montañas.
Cumbre del Morezón.
Nos sentamos en la cumbre del Morezón donde hemos llegado más felices que cansados; terminar las tareas es una necesidad en estos días en que la tierra es un desierto de creación de fantasía; pero nosotros, los seis, estamos con el espíritu vivo y la mirada limpia barriendo desde nuestros pies hasta el lejano horizonte y así lanzamos una esperanza -¿fugaz, integra?- más allá de las preocupaciones de cada jornada.
Desde Madrid y desde Navarrevisca en Ávila llegamos a la Plataforma de Gredos con mucha ilusión y algún bocadillo. Las botas puestas, las mochilas ajustadas, solamente falta comenzar la ruta. Donde quedan los coches en el aparcamiento no se ve la cumbre del Morezón; pero sabemos que hemos de dejar el Puerto de Candeleda a nuestra izquierda, a nuestra derecha la senda que lleva al Refugio y la Laguna Grande de Gredos; por eso caminamos ladera arriba por Los Colgadizos, más altos que el Arroyo de las Pozas.
Fernando y yo – pareja de juglares –, María y David – pareja de felicidad –
Caminamos entre bromas, entre hierbas, entre historias que han sucedido los días que llevamos sin vernos,  entre cuentos y consejas de los pueblos de la zona, entre el canto de algún ave solidaria que pone música a nuestro afán y trinos a nuestro silencioso pensamiento. Estamos en el mullido suelo de lo que fue verdor allá en la primavera; grupos de retama salen a nuestro encuentro y nos comentan las tiritonas de las largas madrugadas de deshielo; sobre las Paredes Negras brilla verde el musgo agarrado a lo que otrora fueron hilos y aún chorros de agua; la Barrera de las Pozas es una cortina de zafiros; arriba el cielo de un azul inmenso agrandado más allá de lo que alcanza nuestra vista aún limitada por las paredes del pequeño circo que forman las montañas ante nosotros.
Desde la cumbre del Morezón: Casquerazo, Cuchillar de las Navajas, Almanzor.
Un paso más y estamos sobre las primeras cumbres. El Cerro de la Cagarruta nos ofrece una hermosa visión de la Cuerda del Refugio del Rey, más lejos asoma la Mira y Los Galayos. De modo que, animados por tanto gozo de luz, damos con nuestros pasos cerca del Risco del Fraile y subimos, pisada a pisada, hasta el Morezón linterna que iluminó los sueños de hace muchos días cuando pensamos en esta ruta. La cumbre del Morezón es una dulcísima visión del circo de la Laguna Grande, coronada por el Almanzor, el Venteadero y la Galana. Ante tal visión, Fernando nos cantó una melodía social de un nombrado cantautor; Jose nos recordó a Cela en su libro de viajes “Judíos, Moros y Cristianos” que habla de la Laguna Grande como de un inmenso riñón de agua nítida y bien filtrada, de agua tan bella y pura que casi dan ganas de bebérsela; David entonó el Canto a la Libertad; María, José Sánchez y yo nos quedamos callados dando comida a las cabras que llegaron hasta nosotros con inmensos ojos de súplica.
La cabra inclina la cabeza en señal de pleitesía y ruega alimento: ¡por las altas hermosuras de Gredos!
Después de soñar y comer lo que el estómago nos permitió, regresamos por la inmensa vista de las lomas del Morezón hasta Cuento Alto; desde allí llegamos a la Fuente de los Cavadores, en el camino que nos unió a los viajeros que volvían de la Laguna Grande. Reposadamente cruzamos el Prado de las Pozas – donde antaño era costumbre pagar un peaje de cinco pesetas para acceder a los hermosos paisajes que hoy hemos visto sin más pagos que nuestro esfuerzo y el empuje de los ilusionados corazones – y llegamos de nuevo a La Plataforma. Coche, café y casa.
Javier Agra.

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