A esta hora mágica de
la tarde, escucho cómo ríen las montañas con su despertar; oigo cómo el agua de
agosto cae de bruces sobre las lívidas lagunillas del arroyo del entre suspiros de
necesidad; percibo a la reseca hierba sollozar lágrimas de anfibios entre las
brillantes piedras del fondo de algún manantial remoto. Nuestras pisadas son un
canto añadido al coro sinfónico de necesidad, ansia y sosiego de naturaleza que
ríe en las montañas.
Cumbre del
Morezón.
Nos sentamos en la cumbre
del Morezón donde hemos llegado más felices que cansados; terminar las tareas
es una necesidad en estos días en que la tierra es un desierto de creación de
fantasía; pero nosotros, los seis, estamos con el espíritu vivo y la mirada
limpia barriendo desde nuestros pies hasta el lejano horizonte y así lanzamos
una esperanza -¿fugaz, integra?- más allá de las preocupaciones de cada
jornada.
Desde Madrid y desde
Navarrevisca en Ávila llegamos a la Plataforma de Gredos con mucha ilusión y
algún bocadillo. Las botas puestas, las mochilas ajustadas, solamente falta
comenzar la ruta. Donde quedan los coches en el aparcamiento no se ve la cumbre del Morezón; pero
sabemos que hemos de dejar el Puerto de Candeleda a nuestra izquierda, a
nuestra derecha la senda que lleva al Refugio y la Laguna Grande de Gredos; por
eso caminamos ladera arriba por Los Colgadizos, más altos que el Arroyo de las Pozas.
Fernando y yo –
pareja de juglares –, María y David – pareja de felicidad –
Caminamos entre bromas,
entre hierbas, entre historias que han sucedido los días que llevamos sin
vernos, entre cuentos y consejas de los pueblos de la zona, entre el canto de algún ave solidaria que pone música a nuestro afán y
trinos a nuestro silencioso pensamiento. Estamos en el mullido suelo de lo que fue
verdor allá en la primavera; grupos de retama salen a nuestro encuentro y nos
comentan las tiritonas de las largas madrugadas de deshielo; sobre las Paredes
Negras brilla verde el musgo agarrado a lo que otrora fueron hilos y aún chorros de agua; la Barrera
de las Pozas es una cortina de zafiros; arriba el cielo de un azul inmenso
agrandado más allá de lo que alcanza nuestra vista aún limitada por las paredes
del pequeño circo que forman las montañas ante nosotros.
Desde la cumbre del Morezón: Casquerazo,
Cuchillar de las Navajas, Almanzor.
Un paso más y estamos
sobre las primeras cumbres. El Cerro de la Cagarruta nos ofrece una hermosa
visión de la Cuerda del Refugio del Rey, más lejos asoma la Mira y Los Galayos.
De modo que, animados por tanto gozo de luz, damos con nuestros pasos cerca del
Risco del Fraile y subimos, pisada a pisada, hasta el Morezón linterna que
iluminó los sueños de hace muchos días cuando pensamos en esta ruta. La cumbre
del Morezón es una dulcísima visión del circo de la Laguna Grande, coronada por
el Almanzor, el Venteadero y la Galana. Ante tal visión, Fernando nos cantó una
melodía social de un nombrado cantautor; Jose nos recordó a Cela en su libro de
viajes “Judíos, Moros y Cristianos” que habla de la Laguna Grande como de un
inmenso riñón de agua nítida y bien filtrada, de agua tan bella y pura que casi
dan ganas de bebérsela; David entonó el Canto a la Libertad; María, José
Sánchez y yo nos quedamos callados dando comida a las cabras que llegaron hasta
nosotros con inmensos ojos de súplica.
La cabra inclina
la cabeza en señal de pleitesía y ruega alimento: ¡por las altas hermosuras de
Gredos!
Después de soñar y
comer lo que el estómago nos permitió, regresamos por la inmensa vista de las
lomas del Morezón hasta Cuento Alto; desde allí llegamos a la Fuente de los
Cavadores, en el camino que nos unió a los viajeros que volvían de la Laguna
Grande. Reposadamente cruzamos el Prado de las Pozas – donde antaño era
costumbre pagar un peaje de cinco pesetas para acceder a los hermosos paisajes
que hoy hemos visto sin más pagos que nuestro esfuerzo y el empuje de los
ilusionados corazones – y llegamos de nuevo a La Plataforma. Coche, café y
casa.
Javier Agra.
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