El viento de la noche
ha dejado Madrid con regueros de hojas caídas. Ulular de fantasmas más allá del
espacio y del tiempo, llevan a las menesterosas hojas en busca de sus amores
aún antes del otoño; simples en su vida, adelantan el impulso volador de su
final solidario. Esta mañana, los termómetros, vuelven a los susurros diarios
después de tener bocanadas de cieno y de misterio. En el parque, donde paseamos
con nuestros dueños, los chopos retoman en susurro de sus ramas inquietas aún
por el temor violento de la noche pasada; ahora conversan desde la quietud y la
soledad de su altura. Las hojas de los chopos son los violines de las alturas.
Las urracas, los
mirlos, los gorriones y los perros conversamos con los inmensos chopos del
parque de añoranzas y de promesas, mientras sonríen nuestros dueños porque no
saben de nuestras palabras y de nuestros donaires de educado galanteo.
Le cuento a los
árboles que son felices porque la felicidad es una actividad. Son felices
porque siempre ponen en acto sus posibilidades de desarrollo personal, porque
así se comunican entre las plantas en todo momento, así están creándose y están
creando. Yo se lo digo a la gente con quien me cruzo, a las personas con
quienes vivo y le digo a este hombre, que pasea conmigo, que se decida ya a
escribir algo sobre el pico Tesorero –antes de que se le olvide la experiencia –
esta mañana que el viento de la noche ha dejado Madrid con regueros de hojas
caídas.
Esta foto ya tiene sus años. Es de cuando María y yo éramos aún cachorras.
Javier Agra.
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