Sábado. Me voy a pasear al monte
del Pardo. Hace seis meses y seis días que ha perdido esa riqueza de idas y
venidas, de permanente búsqueda entre las encinas y entre las piedras; esa
dulzura de miradas cómplices. ¿Puedo ir a husmear entre aquellas matas? ¡Continúa,
me quedo un momento a espiar este rastro de conejo! Hace seis meses y seis días…
En el monte del Pardo siguen creciendo el sosiego y las encinas y las palomas y las urracas y la vida. Ahora
que viajo solo por el monte, converso con el silencio y el recuerdo; por eso
pregunto a las urracas qué saben de las antiguas abubillas y entonces hablamos
de aquellos años de mi infancia cuando Acisa se paseaba entre gorriones y golondrinas,
entre urracas y abubillas, entre aguiluchos y buitres (de aquellos años de mi
infancia escribiré alguna vez una historia que llamaré Las bicicletas de mi
infancia porque no eren lujo de paseo sino medios de desplazamiento hasta la
mina pero eso será otro día si a nadie se le ocurre adelantarse a mi idea y
cierro el paréntesis invitando a que cada lector ponga los signos de puntuación
que le parezca pues de ese modo la lectura dará diferentes sentidos a lo
escrito por mí).
La abubilla está en peligro de
extinción, me dicen las urracas. Cuando iniciamos esta conversación ya estaba
yo un poco murrio por los desequilibrios económicos, la corrupción, la violencia
en sus diferentes facetas, el sombrío panorama de la crisis amenaza más que las
nubes de esta mañana de febrero. ¡El pesimismo no te puede hacer abandonar la
lucha, riega los campos del futuro con esperanza y el mañana será más
comunitario! Seguramente son las palomas quienes conversan conmigo mientras
vuelan en bandadas.
Las fotografías que acompañan a
este texto son antiguas y siempre estarán presentes.
Las lluvias contumaces de estos
días han calado muy hondo en las praderas, el Pardo tiene muy buen drenaje y no
me salgo de los caminos para mantener la ecología lo mejor que puedo. Está
brotando el suelo entre las gotas acumuladas y el verde que revienta entre la
hierba y las encinas. Poco a poco estoy ya donde las piedras misteriosas, el
lugar donde las encinas me sobrecogen. ¡Mira que hace años y circunstancias que
llevo pasando por aquí! ¡Siempre me parece la primera vez! En este momento
siento que es la encina el árbol del sosiego, tanto que hasta el fuerte viento
musita entre sus hojas.
Acaso el llanto domina mi espíritu…Las
encinas siempre combaten esa sensación de destrucción desoladora y evaporan las
penas en nieblas que se van a lugares perdidos para siempre. Entre las encinas
crece la paz y el espíritu canta futuro de flores y de frutos compartidos. Aquí
empleo un buen tiempo del camino –ya lo empleaba antes cuando venía en buena
compañía, hace hoy seis meses y seis días… –; aquí he visto cómo se defienden
las encinas, sus hojas bajas tienen más afiladas las espinas pequeñas de sus
aristas, sus hojas altas son más suaves al tacto porque no necesitan rechazar a
depredadores que las coman. Entre las encinas crece la esperanza y la luz y me
parece que la humanidad puede vivir de otra manera más feliz y solidaria.
Comunidad y sosiego. He pasado al
otro lado de la vía, está recién enjalbegado el puente. Las cárcavas que suben
hasta el paso de Despeñabicicletas forma un paisaje vegetal de radiante
emoción, un tren de cercanías rompe el silencio durante unos instantes; las
encinas del sendero me devuelven la calma. Subo al mirador de Valpalomero, más
por costumbre que por las vistas hoy reducidas entre las nubes que inician un
lento llanto. Desde aquí hasta la finca del Duque del Arco mi soledad se
transforma en convivencia de paseantes y ciclistas, palabras que se mezclan con
silbidos del viento y con el sosiego de ocho perros entrecruzando sus juegos.
Recuerdo las palabras de Juan del
Encina. “Mi libertad es sosiego…” Me han vuelto a visitar las encinas con su
oleaje de mar castellano, sin guerras, sin desprecios, entre estas ramas verdes
se desinfectan las heridas y vive en paz el sosiego.
Javier Agra.
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