Tal vez
Chinchilla de Montearagón sea una canopia de culturas a través del tiempo.
Seguramente desde la actualidad de cada persona y de cada momento resulta, el
entorno en el que nos movemos, una mezcla hermosa de tiempos e historias del
pasado. Conserva, este pueblo, un regusto medieval que le da vida a cada rincón
sobre el que reposa la mirada del viajero.
Ahí está un despreocupado
y absorto viajero contemplando la Mancha, hermosamente plana y coloreada de
trigales y vides, cuando llega a sus ojos la cresta esbelta de Montearagón
elevándose suavemente hasta ponerse la corona del castillo. ¿Cómo resistirse a entrar
a recorrerlo con la adarga, la celada y la pluma? ¡Si ha esperado desde siglos,
claro que puedes quedarte unas cuantas horas, no tengas prisa viajero, entra!
Desde lo
alto de Chinchilla se ve La Roda, Almansa, Albacete, se ve la Mancha y la
tierra toda.
Metidos en sus
calles, parece que recorremos la felicidad de un tobogán inverso callejeando
cuesta arriba en la cáscara inmensa de un caracol gigante hasta llegar inevitablemente
al castillo que corona la cúspide de muchos altozanos de nuestros oteros. El
sol se acompasa a nuestra lentitud del mediodía y nos relata las historias que,
de otro modo, pasarían desapercibidas para nuestra relajada mente. Escucha,
amigo mío, me cuenta: Montearagón no viene de la hermosísima región de Aragón,
que transporta las aguas reunidas en el Ebro y sube hasta el montañoso Pirineo.
Su nombre viene de la voz griega Arrago, que nosotros llamamos esparto muy
abundante en esta comarca en otros tiempos. También hay quienes cuentan que el
mismo Hércules puso los cimientos a este lugar setecientos años antes de
Cristo, sobre los que más tarde construyeron los romanos la Vía Augusta.
¡Cuánto sabe el
sol que nos muestra la bellísima Plaza del pueblo donde decidimos detener
nuestros pasos y sobre todo sabe ser sol! Sentados en uno de sus bares, nos
enteramos de la existencia de antiguos telares donde se tejían alfombras,
pendones, tapices heráldicos y otras exquisiteces.
Paseamos entre
recuerdos de lo que fueron baños árabes. Nos quedamos absortos con el que fue
convento de Santo Domingo hasta la desamortización de Mendizábal. Sin movernos del
lugar saltamos hasta el siglo dieciséis en la fachada del Ayuntamiento y
recordamos historias de antiguas moradores de tan prestigiosa construcción. Historia
épica y guerrera que ha dejado el pueblo de Chinchilla jalonado de blasones
señoriales en portalones de desgastado presente donde en las noches de fuerte
viento se reproducen rumores de antiguas peleas en invisibles recuerdos de
tormenta.
El templo de
Santa María del Salvador construido en el siglo quince, se alza sobre muros de
la reconquista en tiempos del sabio Alfonso X aliado con el aragonés Jaime I
(Chinchilla de Montearagón fue siempre un cruce de caminos, no siempre de
pacíficos viajeros). Es de cabecera renacentista e interior barroco. En su interior
conservan lo mejor que pueden un pequeño museo donde el pasado vive para cada
persona que allí llega a descansar, allí la historia recuerda la Cruz de Roca
sobre la que los Reyes Católicos juraron los privilegios de esta “Noble y Muy
Leal Ciudad” en agosto del mil cuatrocientos ochenta y ocho; una de las mejores
obras góticas de la comarca en la reja de la capilla mayor; conserva una
hermosa imagen de alabastro de la Virgen de las Nieves a la que se atribuyen
milagros y leyendas: es muy popular la que recuerda cómo unos niños se salvador
de perecer ahogados porque una mesa les hizo de barca y les llevó en calma en medio
de una terrible tormenta.
Nuestro acerbo
popular tiene como dicho: “Otro loco hay en Chinchilla”. Cuentan que había en
el pueblo un mozo que estaba o parecía estar loco; cuando llegaba algún
forastero se ganaba su confianza y en un momento de descuido le aporreaba, la
gente del pueblo rogaba al forastero tuviera caridad con el loco de Chinchilla.
Pero un día se topó con un viajero que ya había sufrido esta experiencia en
otra anterior visita, el viajero le siguió la broma y esta vez fue él quien
aporreo al loco. Cuentan que llegó a la plaza magullado y gritando: ¡Otro loco
hay en Chinchilla! Con este dicho se recomienda prudencia y precaución.
Nosotros subimos hacia el castillo, acaso acompañados por el
espíritu de del rey Godo Suintila o Chintila quien dicen que conquistó aquí una
Cincilia celta (que significa ciudad de muros
cortos). Atrás quedan empedrados musulmanes, atrás murallas, baños, conventos,
atrás la nobleza del pasado; a nuestro lado camina el pueblo del presente que
camina siempre hacia lo alto.
El castillo conserva, de su pasado esplendor, fosos y muros,
con las almenas bien dispuestas y la fortificada puerta cerrada esperando un
futuro donde dentro y fuera se viva la libertad, la vista hermosa de la lejanía
infinita de la Mancha y la paz sin fronteras de la tierra toda.
Javier Agra.
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