Otra vez Canto
Cochino. La Sierra de Guadarrama es hermosa, recogida, pequeña…Esa es la razón
de que muchos fines de semana salgamos a caminar desde el mismo punto. Mi
cuerpo de sangre no puede contener al espíritu que ya está entre las escaladas
del Pájaro y el vuelo de las aves, se va con el agua a buscar otros tiempos que
se nos perdieron como el río y como el río buscan salidas entre los meandros
rocosos de la vida; agua de reflejos y rostros de antaño cuando las mañanas de
la infancia posaban mis pies en los terrenos áridos de Castilla. Con los hilos
de la infancia tejo antiguos recuerdos que inmunizan mi vida con silencio y poemas
en este mosaico de huesos y senderos que he construido con los ladrillos del
viento.
El Manzanares
es un coro de ópera entre la guerra y la calma.
Aguas arriba
llegamos hasta el Puente del Francés para recordar otros ríos y soñar otros
sueños de agua de mar adolescente donde había acantilados en las tierras de
Vizcaya; también están perdidos aquellos parques porque ha pasado el tiempo y
el superpuerto se comió adolescencias, acantilados y años. Los años son baile
entre el sueño y la libertad conquistada en el oro del ocaso y el rosicler de
la aurora. El mar se hizo joven en los paseos desde la firmeza de Butrón hasta
la serenidad de Plencia y en sus aguas de tormenta y acantilados volví a
componer la maleta para seguir naciendo a otras tierras montañesas. Salitre y
olas, calzo mis huesos con cristales de sal y sueño; viajero entre maletas de cartón,
las gaviotas cuentan mi tiempo entre el vendaval y el traqueteo de un tren de
carbón.
Curvas adelante,
pista forestal arriba…años en Belmonte de Cuenca, donde nacieron Fray Luis y
sus poemas. Inmensidad de llanuras y de vida, vides creciendo hacia su madurez
y otoños de melón entre misterios de corteza y fruto. Anhelos permanentes de
agua y fruto, el corazón entre el cascabel y la nana. La Mancha ofrece caminos…
me apoyo en las riberas sin agua… busco las montañas lejanas donde manan
fuentes, busco laderas frondosas con escondidos tejos entre los robles de todos
los tiempos y las encinas que aúnan todos los suelos. Pasea a mi lado el amor
vegetal, llueve transparencia serena de
caminos sin final entre cristales de brisas y sonidos… El arroyo busca palabras
¡y yo busco la primavera entre la niebla invernal!
Pequeño
paseante sobre el Mirador del Arroyo de los Hoyos.
Después de varias
curvas…serenidad de agua entre la lluvia y el mar…hemos llegado hasta un
hermoso mirador frente al Arroyo de los Hoyos…me siento…en agua recuerda la
canción de mis jóvenes años en Salamanca… (¿Otra ver Fray Luis?) Viajes de la
Plaza a las atalayas, ciudad cosida a mi corazón, provincia recorrida entre
pedaladas. Sentado a orillas del Tormes, ¿dónde vas agua? Llevo postales y
cartas de los chopos y de los pájaros hasta la inmensidad del mar porque quiero
aprender a navegar. Llueve en silencio, tan lento que el espíritu se aquieta
entre el murmullo y la inmensidad. Comparto con la tierra el fruto del nogal
mientras sueño el agua… ¿y si yo fuera otro soñar? La cascada del agua canta la
melodía de la paz.
Atrás quedó la
merienda y el trepidante rabión que remansará su agua cuando la nevada sea
lejano recuerdo. Con el corazón sonriendo en medio de las turbulencias, enfrento
el futuro sin doblegar la frente en la serenidad del alma por el sendero de
vuelta buscando el coche y la casa. Madrid es hasta el momento mi morada más
dilatada en el tiempo y el recuerdo. De aquí podría narrar muchas estrellas y
parques, muchas aguas y montañas… ¿No serán ellas quienes me narran? Bajo
siguiendo el destino del agua, a esta altura de mi vida ya camino despacio
hacia las bajas laderas, acodado con la luz del alba y con las brillantes
estrellas, con los vegetales y los rumiantes, con los débiles insectos y las
rapaces que vuelan. He aprendido a ser unidad con la Sierra y con el agua.
Me he quitado las
botas, el calzado para regresar en el coche es más liviano. Respiro y busco el viento
seguro del monte, ni palabras lisonjeras ni castillos ni cuentas de bancos;
busco el agua para remansar el alma, ni coches ni mansiones de torbellinos de
dinero; busco el vuelo de las aves, ni adulación ni palmadas ni fuegos de artificio;
busco el limpio color del cielo, ni el poder ni la gloria ni la magia del
hechicero. La Sierra me acompaña a cada instante entre las aceras y las
estaciones y me acompaña el viento en las madrugadas y el canto sosegado de los
pájaros cuando el bullicio quiere romper el sosiego y el rumor del agua entre
las rosáceas piedras de su nacimiento canta en la sien y el corazón para que la
calma nazca en las praderas de los recuerdos.
Javier Agra.
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