El
Lozoya se ha bebido sus aguas.
Pero,
hasta hace muy pocos kilómetros, el arroyo Angostura – tan
estrecho que apenas le entra el nombre de río – tenía dibujada la
silueta de la Cuerda Larga de la Sierra de Madrid en su seno
transparente de fina arena y brillante piedra; más allá del Pico
Valdemartín – donde coronan en nube y brillo las Cabezas de Hierro
– ponía sus primeros pañales a arroyuelos con otros nombres que
ahora lamen ladera abajo la empinada cuesta hasta encontrarse entre
los pinos y entre los tejos asombrados de Valhondillo donde la
espesura canta misterio de silencio y violines de pájaros.
El
Lozoya se ha bebido sus aguas.
¡Quién
sabe sus conversaciones sobre las cascadas del Purgatorio y los
longevos tejos de encorvadas y poderosas ramas! El río Lozoya
presume de sus mágicas aguas en sus conversaciones con el Manzanares
al mismo tiempo que se enteran que han perdido sus nombres. Ahora,
corriente abajo, escuchan que les nombran y les leen con el sonoro y
pegadizo nombre de Jarama. Ahora el arroyo Angostura camina más
despacio porque ya no tiene que dar de beber al angosto valle hondo
por el que pasó hace días entre pinos, tejos y helechos adormecidos
por el tiempo y la mañana.
El
Jarama se ha bebido sus aguas.
Y
está aprendiendo que otras gotas llegaron desde la Peña Cebollera,
donde hace tiempo inició el río su recorrido; y oye hablar de
multitud de provincias y de diversas geografías; el arroyo Angostura
pasea su vista por la inmensidad de las llanuras que se abren a
Castilla y a la Mancha; comparte ahora sus recuerdos, de montañas
encerradas, con otras aguas que viajan desde otros lugares y otros
ritmos. Ahora entiende las conversaciones libres de las aves cuando
hablaban de tierras lejanas y lugares donde abundaba el grano y la
sementera y recuerda, pese a que aún es agua joven, los brillos de
la luz entrando entre las frondas allá en su tierra natal de la
montaña; ahora entiende que es agua más allá de nombres y
fronteras; ahora entiende que es vida en las raíces y en las
cavernas, en las praderas verdes y en el aire que recorre libre la
tierra.
El
Tajo se ha bebido sus aguas.
El
Tajo es un río viejo que ya llega con las barbas de varias
Comunidades y de muchas sierras y de muchos nombres de pueblo y de
muchos saltos y de tantas cosas que hacen de su cabeza de agua una
sabia enciclopedia. Más de ochocientos kilómetros recorriendo
España y al entrar en Portugal escucha que le llaman el Tejo –
dicen los humanos que tarda cuarenta y siete kilómetros en decidirse
a pasar a Portugal desde que le da su primer abrazo de agua –; el
arroyo Angostura ha llegado a Lisboa y se da cuenta de que está
tomando el sol en el estuario del Mar de la Paja antes de entrar, con
ojos asombrados, en el inmenso Atlántico. Ahora que se llama océano,
recuerda que antes fue río Tejo, antes… y piensa en su primer
nombre y en sus viejos y silenciosos tejos; ahora que juega con los
bulliciosos arenques y las pausadas ballenas, recuerda el silencioso
brillo de los antiguos tejos y la música armónica del ruiseñor y
del petirrojo.
El
Atlántico se ha bebido sus aguas.
El
arroyo Angostura ha pensado que va a regresar a su Sierra
aprovechando un ramal de luz una noche de luna llena; o acaso viaje
en el interior de una nube una tarde de tormenta.
Javier
Agra.
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