Me llamo Pipa: soy una golden
retriever silenciosa – seguramente muy pocos podrán reproducir ni aún recordar
mi ladrido contundente y barítono – He paseado por las últimas estrellas y los
primeros rayos de la aurora en este mes de
noviembre entre la nieve brillante de las cumbres y el sol que aún calienta
nuestra mirada, mientras la niebla de la mañana saltaba de las hojas a la atmósfera
invisible. A mi lado pasea este hombre que vive en mi casa y a quien acostumbro
dejar que me acompañe cada mañana.
Yo sonreía a las urracas que buscaban su
desayuno entre las hierbas y los frondosos arbustos de la ciudad. Las diminutas
piedras también sabían que habían podido nacer para crecer inmensamente y
formar edificios elegantes, por eso se sentían tan diminutas, por eso lloraban
rocío de madrugada. Mientras paseo, gozo conversando con las cosas pequeñas;
muchas veces el hombre que va conmigo me mira de reojo – tal vez para que yo no me sienta observada –; pongo mi hocico muy
cerca de alguna hierbecilla que está sola, o de un trozo de plátano
olvidado como resto de merienda y les hablo quedo al oído para consolar
su soledad y su miedo.
Esta foto la sacó Indiana Forti. Una tarde de otoño me pidió que posara para ella.
Las cosas pequeñas de la tierra
lloran durante la noche – cuando los humanos duermen sueños de hadas y
bambalinas – porque quisieran ser grandes y majestuosas; por la mañana, igual
que yo, todos los perros del mundo, les hablamos palabras de consuelo. Esta
mañana, el hombre que saco de paseo, me preguntó qué les digo para que se
animen. Le respondí que son consignas secretas entre los diferentes seres de la
tierra pero que, en esencia, tenemos que recordar que todo lo que es grande y
poderoso llega, con el tiempo, a ser miseria y olvido; añadimos que es importante
buscar la fuerza de la unidad y la felicidad en cada momento que uno está
viviendo. Yo, que me llamo Pipa desde hace más de doce años, ya he
experimentado la disminución de la fuerza, pues algunas veces me flaquean las
patas traseras y hablo entonces de cuando era joven y subía a la sierra.
Por esas cosas pequeñas sonrío y
susurro a las urracas, a las piedras, a las hierbas y a cuantos seres diminutos
y solitarios encuentro en el paseo de
cada madrugada. A mi lado, el hombre que vive en mi casa, pasea y
escucha las grandes lecciones de las cosas pequeñas.
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