Tenaces amarras
a la Sierra pegadas,
lumbres dormidas
en el encuentro oblicuo.
La Senda de los
Porrones aumenta de tamaño cuando los montañeros se adentran en su respiración
de siglos. Los pinos en conversación reverente nos ofrecen siluetas de libertad
y remanso de silencio. La Sierra aumenta su tamaño porque los montañeros somos
poca dimensión frente a la ingente mole de naturaleza. Decidimos entregarle
nuestro pensamiento y nuestra canción para estar a la altura de tan gran
belleza. Pronto nos damos cuenta que la naturaleza compensa los siglos de
experiencia de la montaña, con los deseos de vida intensa de los humanos, de
las aves, de los animales diminutos y de las grandes cabras que convivimos
entre el temor, el respeto y la sorpresa. A nuestro lado siempre camina una
palabra de aliento montaña arriba y así vemos la lejanía de la cumbre desde la
plenitud de la esperanza de éxito compartido.
El Collado del
Terrizo tiene la nevera abierta y esta noche se ha quedado a vivir un manto
blanco que nos cubre botas, rodillas y tristeza. La nevada de estos días repica
a gloria entre las espadañas de las copas de los pinos y los destellos de oro
de las brillantes rocas. Los pinos inundan de luz con hoja verde, con hoja
amanecida a la promesa de libertad las pisadas aún inmaduras de los montañeros;
en nuestros pechos saltan cascadas sonoras de futuro que van de las hojas a la
raíz del pino y desde allí a toda la tierra, en un viaje de retornos
compartidos desde la naturaleza a la sonrisa, desde la senda pisada a cada paso
hasta el aíre sin fronteras que está transformado en sinfonía de aves.
Hemos dejado
atrás las fuentes – incluida la Fuente del Retén –, abajo susurra lejano el
arroyo de la Umbría de la Garganta. Nuestras pisadas apuntan hacia el cielo de
la Sierra, donde dominan las aves de caza, donde los pinos esconden su
frondosidad y apenas se atreven a mirar por encima de las piedras porque saben
que su hogar está más abajo, porque han subido esta noche y ahora – cuando llegan
las pisadas de humanos – tienen que disimular que no se mueven ni caminan por
el monte cuando nosotros nos marchamos. A esta altura, donde las piedras se
agarran al suelo con nostalgia de la cumbre, la respiración de los montañeros
está fatigada; a esta altura aumentan las paradas y vislumbramos ya la amplitud
de cumbre de la Maliciosa Baja.
Desde la llanura de la cumbre de la Maliciosa Baja vemos cercana la Maliciosa, hermana mayor de nuestra ruta de hoy.
Paso a paso la
cumbre aguarda; aquí es el brillo de los ojos; aquí las manos señalan otras
cimas, otros nombres, otras sierras; aquí la brisa se engalana de palabras
suaves para no herir al silencio que duerme desde hace siglos en la montaña;
aquí sabemos que nuestros ojos se gastarán contemplando la grandeza y admirando
la sencilla eternidad de las cumbres donde unos arbustos ceden sitio a los
otros sin miedo ni lágrimas; aquí aprendemos los montañeros que es necesario
dejar espacio para que otros – dentro de muchos siglos – puedan seguir calzando
botas, getres, crampones…para su disfrute y para sabiduría de la montaña.
Grandiosas vista desde la cumbre de la Maliciosa Baja. Observa lector el
tramo de tierra montaña abajo, es el Collado de los Pastores al que hemos de
llegar para iniciar el regreso.
Regresamos entre
pérdidas y búsquedas. ¿Llegamos al Prado de la Zorra? Riachuelos, senderos,
variedad infinita de vegetales, de arbustos, de siglos de silencio nos fueron
marcando el camino como en una carrera de relevos; allí fuimos colgando un
trozo de corazón; aquí nació otro pensamiento…El tiempo se detiene para mirar
cómo buscan sitio los arroyuelos que nacieron esta mañana de los nidos del
deshielo; perdidos entre los matorrales sin nombre y sin sendero llamamos a las
cabras de monte, a los conejos y a las aves…ellos sabrán guiarnos y llevarnos
hasta la senda.
Hemos aprendido
otra lección. Si alguna vez pierdes la senda en la vida, no desesperes; busca y
cuando regreses al camino aumentará la paz.
Javier Agra.
Muy bonita la conclusión final. Que emocionante es perderse en el monte cuando vas con alguien en quien confías plenamente, que sabes que te llevará al destino. Él y su GPS, claro. Eso me pasa a mí también cuando voy con mi marido por esos caminos de Dios.
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