sábado, 9 de marzo de 2013

MALICIOSA CHICA


Tenaces amarras a la Sierra pegadas,
lumbres dormidas en el encuentro oblicuo.

La Senda de los Porrones aumenta de tamaño cuando los montañeros se adentran en su respiración de siglos. Los pinos en conversación reverente nos ofrecen siluetas de libertad y remanso de silencio. La Sierra aumenta su tamaño porque los montañeros somos poca dimensión frente a la ingente mole de naturaleza. Decidimos entregarle nuestro pensamiento y nuestra canción para estar a la altura de tan gran belleza. Pronto nos damos cuenta que la naturaleza compensa los siglos de experiencia de la montaña, con los deseos de vida intensa de los humanos, de las aves, de los animales diminutos y de las grandes cabras que convivimos entre el temor, el respeto y la sorpresa. A nuestro lado siempre camina una palabra de aliento montaña arriba y así vemos la lejanía de la cumbre desde la plenitud de la esperanza de éxito compartido.


El Collado del Terrizo tiene la nevera abierta y esta noche se ha quedado a vivir un manto blanco que nos cubre botas, rodillas y tristeza. La nevada de estos días repica a gloria entre las espadañas de las copas de los pinos y los destellos de oro de las brillantes rocas. Los pinos inundan de luz con hoja verde, con hoja amanecida a la promesa de libertad las pisadas aún inmaduras de los montañeros; en nuestros pechos saltan cascadas sonoras de futuro que van de las hojas a la raíz del pino y desde allí a toda la tierra, en un viaje de retornos compartidos desde la naturaleza a la sonrisa, desde la senda pisada a cada paso hasta el aíre sin fronteras que está transformado en sinfonía  de aves.


Hemos dejado atrás las fuentes – incluida la Fuente del Retén –, abajo susurra lejano el arroyo de la Umbría de la Garganta. Nuestras pisadas apuntan hacia el cielo de la Sierra, donde dominan las aves de caza, donde los pinos esconden su frondosidad y apenas se atreven a mirar por encima de las piedras porque saben que su hogar está más abajo, porque han subido esta noche y ahora – cuando llegan las pisadas de humanos – tienen que disimular que no se mueven ni caminan por el monte cuando nosotros nos marchamos. A esta altura, donde las piedras se agarran al suelo con nostalgia de la cumbre, la respiración de los montañeros está fatigada; a esta altura aumentan las paradas y vislumbramos ya la amplitud de cumbre de la Maliciosa Baja.

Desde la llanura de la cumbre de la Maliciosa Baja vemos cercana la Maliciosa, hermana mayor de nuestra ruta de hoy.

Paso a paso la cumbre aguarda; aquí es el brillo de los ojos; aquí las manos señalan otras cimas, otros nombres, otras sierras; aquí la brisa se engalana de palabras suaves para no herir al silencio que duerme desde hace siglos en la montaña; aquí sabemos que nuestros ojos se gastarán contemplando la grandeza y admirando la sencilla eternidad de las cumbres donde unos arbustos ceden sitio a los otros sin miedo ni lágrimas; aquí aprendemos los montañeros que es necesario dejar espacio para que otros – dentro de muchos siglos – puedan seguir calzando botas, getres, crampones…para su disfrute y para sabiduría de la montaña.

Grandiosas vista desde la cumbre de la Maliciosa Baja. Observa lector el tramo de tierra montaña abajo, es el Collado de los Pastores al que hemos de llegar para iniciar el regreso.

Regresamos entre pérdidas y búsquedas. ¿Llegamos al Prado de la Zorra? Riachuelos, senderos, variedad infinita de vegetales, de arbustos, de siglos de silencio nos fueron marcando el camino como en una carrera de relevos; allí fuimos colgando un trozo de corazón; aquí nació otro pensamiento…El tiempo se detiene para mirar cómo buscan sitio los arroyuelos que nacieron esta mañana de los nidos del deshielo; perdidos entre los matorrales sin nombre y sin sendero llamamos a las cabras de monte, a los conejos y a las aves…ellos sabrán guiarnos y llevarnos hasta la senda.

Hemos aprendido otra lección. Si alguna vez pierdes la senda en la vida, no desesperes; busca y cuando regreses al camino aumentará la paz.

Javier Agra.

2 comentarios:

  1. Muy bonita la conclusión final. Que emocionante es perderse en el monte cuando vas con alguien en quien confías plenamente, que sabes que te llevará al destino. Él y su GPS, claro. Eso me pasa a mí también cuando voy con mi marido por esos caminos de Dios.

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